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EL JUEGO INFINITO
Columna
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Palabra de Messi

El 10 sabe que sus silencios provocan inquietud y sus palabras desatan terremotos

Jorge Valdano

Mensaje 1. Ni el superprofesionalismo ni los superhéroes olvidan el barrio. Messi es representativo de esta idea. Para jugar al fútbol de la única forma que sabe (maravillosamente), necesita crear sociedades afectivas. Suárez es un amigo, antes que un compañero, con el que ha establecido una complicidad personal que les ayuda a jugar con emoción. La relación entre ellos con una pelota de por medio se revela cómplice, generosa y letal. Entre el tiro o el pase que cede la gloria eligen el pase, y los dos gritan los goles del otro como si fueran propios. Ausente su amigo Suárez, Messi adoptó a un niño: Ansu Fati. Nada de lo que ocurre entre los dos es forzado porque son talentos complementarios, pero como los pases de Messi hablan, es imposible no entenderlos como un mensaje. Dice muchas cosas, pero lo que se oye más claro es: “A este niño lo quiero a mi lado”. Y cualquiera contradice a Messi.

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Mensaje 2. “Muchos jugadores no estaban satisfechos ni trabajaban mucho”. Lo que cabe interpretar es que los jugadores no querían a Valverde y son un poco vagos. Abidal es el secretario técnico del Barça y lo que dijo puso en duda la dignidad profesional de los jugadores. Se cumplían las tres condiciones que obligan a responder: interlocutor creíble, mensaje agresivo y opinión pública aleccionada. Messi habrá pensado que tiene bastante con hacerse cargo de casi todos los goles del Barça y que no parece muy razonable que, cuando el equipo no responde, también le hagan responsable del cese del entrenador. Salió de su habitual contención y contestó a título personal, sin esconderse detrás de la capitanía. Messi sabe que sus silencios provocan inquietud y sus palabras desatan terremotos. El rifirrafe deja un cadáver: Abidal; un presidente devenido en político: Bartomeu; y, mientras el talento aguante, Messi al mando.

Pasado imperfecto. La Copa del Rey a un solo partido volvió con su vieja épica. Parecíamos saciados de sorpresas, pero en cuartos llegó una especie de enmienda a la totalidad: el Madrid y el Barça cayeron derribados por una misma bala, la del fútbol vasco. Si lo que se pretendía es que este modelo de Copa devolviera la competición a tiempos remotos, en los que a lo largo de un partido todo parecía posible y el fútbol tenía un espíritu romántico y un alma amateur, nada más coherente que lo ocurrido. Porque al principio de los tiempos, en el fútbol español, reinó el fútbol vasco. La Real, el Athletic y, al otro lado del río, el Mirandés, aceptaron la invitación de volver al pasado. En el caso de que las cosas les sigan marchando bien hasta el punto de ser campeones, el premio es conocer el futuro, que los espera, pasadas las Navidades y bañado en oro, en Arabia Saudí.

El amor al fútbol como medicina. Salvando la amenaza de los que me decían que me daría pena, pero empujado por quienes me aseguraban que me provocaría ternura, junté coraje para ver la serie documental Maradona en Sinaloa. Hay una desproporción abismal entre Dorados de Sinaloa, equipo de Segunda División en una ciudad que ama el béisbol, y la figura siempre imponente y cargada de recuerdos de un genio que deslumbró al mundo. Pero es precisamente ese contraste el que revela su amor incondicional al fútbol. Diego pisa una cancha, ve una pelota, habla con los jugadores y se convierte en un hombre feliz. Entristece ver que el cuerpo, aliado de tantas proezas, se le haya convertido en enemigo. Pero las trampas que le tendió la vida no modificaron esa seguridad granítica que le confiere su condición de rey. Hay algo mágico en su sola presencia. Aparece, les habla, los besa y los jugadores salen a matar o morir.

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