Imposible ser Maradona
No solo fueron los goles y la copa. También fue la entrega, la pasión. Porque Diego fue artista, pero también guerrero. A cambio, claro, se le pidió la eternidad
“¿Y qué podés esperar de un país que tiene como ídolo a alguien como Maradona?”. El colega amigo, hijo de un primer mundo más acomodado, me lo decía enojado en una cena de 2010 en Johannesburgo, con Diego de técnico y Argentina humillada por Alemania, un 0-4 lapidario en el Mundial de Sudáfrica. Hoy, con la Argentina de luto por tres días, y hasta sus críticos llorándolo, el colega acaso comprenderá el valor de los ídolos populares, aquellos que le dan alegrías a sus pueblos y ganan sus dineros a la vista de todos.
“Murió el fútbol”, dice el animador de TV, enterado al aire de la muerte de Diego Maradona. Detrás suyo, “el capitán” (como le gustaba que le dijeran), aparece alzado por un compañero, levantando la Copa de México 86, que parece tocarse con el cielo. “Era una de sus fotos favoritas”, dice el periodista Daniel Arcucci, biógrafo de Maradona, también shockeado por la noticia, y que recuerda una frase a sus familiares en un festejo íntimo de Nochebuena de 2015, cuando Diego tomó un micrófono y dijo: “Les habla Diego Armando Maradona. El hombre que le hizo dos goles a los ingleses y uno de los pocos hombres en la Argentina que sabe cuánto pesa una Copa del Mundo”.
A partir de ahí, el amor quedó sellado. No solo fueron los goles y la copa. También fue la entrega, la pasión. Porque Diego fue artista, pero también guerrero. A cambio, claro, se le pidió la eternidad. Unas semanas atrás, cuando la enésima ambulancia salía del enésimo hospital por la enésima recaída, aficionados corrían a la par con bengalas celebrando como en el Mundial. Adentro de la ambulancia había un paciente moribundo. Curioso: la última imagen de él con vida la ofreció el portal Infobae. La crónica decía que los médicos pedían dejarlo en paz. La foto había sido obtenida con un drone que invadió la privacidad de su residencia en Nordelta, en las afueras de Buenos Aires, donde murió este miércoles, noticia inesperada pero no sorprendente. Y en tiempos de pandemia, cuando el fútbol no es fútbol si falta la gente en las canchas.
Alguna vez le pregunté a un colega indio por qué también en su país se habían registrado protestas populares cuando Diego fue expulsado por doping del Mundial de Estados Unidos 94. “Porque en México 86 se había convertido en nuestro primer héroe de la televisión a colores”, me respondió. Telé Santana, gran DT de Brasil, me contó otra vez que aquel Mundial y aquella actuación eran el último gran símbolo de un jugador como absoluto héroe individual de una copa. Maradona como símbolo eterno del fútbol, sí. Pero Maradona, y no solo en Argentina, para bien y para mal, fue algo más que un futbolista.
En una vieja entrevista le preguntaron cierta vez al actor francés Gerard Depardieu si podría hacer de Maradona. Y él respondió que, claro, que podría ser Maradona por los meses que demandara la filmación. Pero no toda la vida. Porque eso era imposible. Además, ¿cuál de todos los Maradona? ¿El mago? ¿El adicto? ¿El gran seductor? ¿El demoníaco? ¿La víctima o el victimario? ¿El que llegó a pesar 120 kilos o la estrella del rating televisivo de La Noche del 10, donde en un mismo programa entrevistaba al actor mexicano Roberto Bolaños (El Chavo del 8) y a Fidel Castro, el líder cubano que también murió un 25 de noviembre (igual que George Best)?
La TV repite la entrevista que Maradona le hizo a Diego, un juego de imágenes en La Noche del 10. “¿Si tuvieras que decirle algo en el cementerio, qué le dirías?”, pregunta Maradona. “Gracias por haber jugado al fútbol”, responde Diego. Muchos buscaron “diferenciar” al crack del personaje, a Diego de Maradona, como si algo así pudiera haber sido posible.
A Garrincha le decían “Alegría del Pueblo”. Su final, como contó Ruy Castro en el libro Estrella Solitaria, fue de una tristeza insondable, hinchado y dopado por los medicamentos para contener el alcohol y la depresión. Ídolo sacrificial. Tal vez Diego haya querido alguna vez dejar de ser Maradona. Y tal vez haya sido tarde. “A mí —dijo una vez el escritor argentino Roberto Fontanarrosa— no me importa lo que Maradona hizo con su vida. Me importa lo que hizo con la mía”. Y lo que hizo con la de millones más. En Argentina, en Nápoles o en la India. Donde sea que se ame el fútbol.
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