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Una nueva era en el activismo del deporte mundial

La NBA llega donde nunca se atrevió y la onda expansiva del antirracismo alcanza a todas las competiciones profesionales

Vogel, Davis, LeBron y Cook, escuchan el himno arrodillados antes de un partido de los Lakers.
Vogel, Davis, LeBron y Cook, escuchan el himno arrodillados antes de un partido de los Lakers.Kevin C. Cox (AP)
Robert Álvarez

El valor y el coraje de Muhammad Alí cuando se negó a ser reclutado en 1966 y soltó la famosa frase “no tengo problemas con el Viet Cong… porque ningún Viet Cong me ha llamado nigger”, subyace en las acciones de las figuras del deporte mundial que esta semana han elevado la intensidad y el despliegue en la ofensiva contra el racismo y la brutalidad policial en Estados Unidos.

La NBA, la de las estrellas a las que sus equipos llegan a pagar 31 millones de euros al año, caso de LeBron James o Kawhi Leonard, ha tocado a rebato. Por primera vez se han suspendido partidos debido a la incomparecencia de los equipos. A su estela, pero con la misma osadía, se han repetido las acciones que corrían el riesgo de comprometer o deteriorar carreras deportivas, como les sucedió en 1968 a los velocistas Tommie Smith y John Carlos cuando levantaron cada uno un puño con un guante negro en el podio de los 200 metros lisos en los Juegos Olímpicos de México.

La simplicidad del argumento de una joven de 22 años con un futuro tan brillante desde la perspectiva del star system deja perplejo a quien quiera oírlo. “Antes de ser atleta, soy una mujer negra. Y como mujer negra, siento que hay asuntos mucho más importantes que necesitan atención, en lugar de verme jugar al tenis”. Esa fue la explicación de Naomi Osaka, que reside en Florida y posee la doble nacionalidad japonesa y estadounidense. Es la décima en la clasificación mundial y el 26 de agosto argumentó así su decisión de no jugar las semifinales del torneo de Cincinatti, tanto o más comprometida al tratarse de un deporte y una decisión individual.

La onda expansiva alcanzó a otros deportes, el béisbol, el fútbol, el fútbol americano, el baloncesto femenino, el golf, el hockey hielo. Los jugadores de la NBA, después de dos reuniones y un intenso debate en el que medió Michael Jordan, aconsejó Barack Obama y cambió de opinión LeBron James, decidieron seguir adelante con la temporada en la burbuja del complejo de la ESPN en Disney World. Prevaleció la convicción de que así podían ser más efectivos en su lucha contra el racismo. Y también seguir avanzando en su empeño como ya lo hicieron cuando, tras el asesinato de George Floyd el 25 de mayo, obtuvieron el compromiso de la NBA de hacer visible su lucha contra el racismo en los partidos que se disputan en la burbuja debido a la pandemia.

El lema Black Lives Matter preside los partidos, los nombres reivindicativos las camisetas y las rodillas se clavan en el suelo mientras suena el himno antes de cada partido reproduciendo el gesto de protesta que hizo famoso el quarterback de la NFL Colin Kaepernick en 2016 quien afirmó entonces: “No voy a levantarme para mostrar orgullo por una bandera de un país que oprime a los negros y a la gente de color”. Antes de reanudar la Liga en World Disney, la NBA y el sindicato de jugadores también se aliaron para invertir 300 millones de dólares en los próximos 10 años para apoyar a las comunidades negras. Ahora, tras el boicot de los jugadores, han establecido un compromiso para promover y facilitar el voto en los pabellones propiedad de las franquicias para las elecciones de Estados Unidos en noviembre.

Las imágenes del tiroteo por la espalda de los policías a Jacob Blake el 23 de agosto en Kenosha (Wisconsin) hizo rebosar el vaso de la paciencia de los jugadores de la NBA. Los deportistas llevan años, décadas, de lucha contra un racismo que a menudo han sufrido en sus propias carnes. En 1961 ya se produjo un primer boicot, aunque entonces fue en un partido de exhibición. El legendario Bill Russell y otros jugadores de los Celtics se negaron a jugar después de que un restaurante les negara el servicio. En 1965, el partido de las Estrellas de la AFL (fútbol americano) se trasladó en de Nueva Orleans, donde los jugadores negros fueron recibidos con hostilidad, a Houston.

Los casos son innumerables. Al Joyner, campeón olímpico de triple salto en Los Ángeles 84, demandó en 1992 a la policía por arrestarle sin motivo a punta de pistola. El tenista James Blake fue maltratado por un oficial vestido de civil en 2015 en Nueva York. La casa de LeBron James en Los Ángeles fue objeto de actos vandálicos y de odio racial en mayo de 2017, poco antes de que la estrella, entonces en los Cleveland Cavaliers, empezara la final contra Golden State. LeBron es uno de los objetivos de los ataques racistas y también ha sido menospreciado por Donald Trump.

LeBron y los jugadores de Miami Heat, su equipo en marzo de 2012, se pusieron sudaderas con capucha antes de un partido en protesta por la muerte de Trayvon Martin, un adolescente negro que perdió la vida en Florida por los disparos de un coordinador de vigilancia cuando visitaba a sus parientes. Y en 2014, LeBron fue uno de los jugadores que vistió una camiseta con el lema I Can’t Breathe (no puedo respirar, las últimas palabras pronunciadas por el afroamericano Eric Garner, fallecido cuando estaba bajo custodia de la policía de Nueva York en julio de 2014. Y la misma frase con la que George Floyd suplicó durante más de ocho minutos al policía que le inmovilizó el 25 de mayo. Sin éxito y con un desenlace fatal.

La entrada de Adam Silver como comisionado de la NBA en 2014 coincidió con los comentarios racistas del multimillonario dueño de los Clippers. Donald Sterling, después de que su novia mexicana Vanessa Stiviano publicara una imagen en Instagram con Magic Johnson, le comentó: “Me molesta mucho que difundas que te estás relacionando con gente negra. ¿Tienes que hacerlo? Puedes dormir con ellos. Pero no puedes traerlos aquí”. A Silver no le tembló el pulso. La NBA expulsó a Sterling de por vida y le impuso una multa de casi dos millones de euros. Aquel episodio marcó una línea de tolerancia cero con el racismo que la NBA ha reforzado. Pero la lacra no cesa.

En la final de la pasada temporada se produjo un incidente cuando el presidente deportivo de los Raptors Masai Ujiri, nacido en Reino Unido, originario de Nigeria y con pasaporte de Canadá, se dirigía desde la grada a la cancha para celebrar el título que acababa de conseguir su equipo en la cancha de Golden State. Un policía le cerró el paso y le empujó. Y después le demandó ante la justicia asegurando que se había propasado con la autoridad competente. La semana pasada se difundió un vídeo en el que se aprecia que el policía fue quien empujó de mala manera y sin hacer el menor caso a la credencial y a las palabras con las que Ujiri le decía que es el presidente deportivo de los Raptors y tenía derecho a acceder la cancha. Llovía sobre mojado.

Pero algo ha cambiado de manera sustancial en el deporte estadounidense. Ya no solo son los deportistas quienes reivindican poniendo en riesgo sus carreras. La NBA, sus franquicias, las grandes ligas y entidades de las que dependen los principales deportes, incluso los patrocinadores, han emitido comunicados en los que respaldan y refuerzan esos mensajes antirracistas. Kareem Abdul-Jabbar, uno de los mejores jugadores en la historia de la NBA, explicaba en su columna en The Guardian: “Lo que realmente me impactó más (el día del boicot en la NBA) fue el apoyo instantáneo de otros deportes y atletas. La MLS (fútbol), en la que solo el 26% de los jugadores son negros, pospuso cinco partidos ese día. La MLB (béisbol), con solo un 8% de jugadores afroamericanos, también aplazó tres partidos. En el tenis, quizás el más blanco de todos los deportes, Naomi Osaka no quiso jugar las semifinales de Cincinatti y las organizaciones de tenis profesionales apoyaron su postura y aplazaron un día el torneo. Nunca me he sentido tan orgulloso de mis compañeros deportistas”. Decididamente, el deporte mundial ha franqueado esta semana un peldaño crucial en la lucha contra el racismo.

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Sobre la firma

Robert Álvarez
Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona, se incorporó a EL PAÍS en 1988. Anteriormente trabajó en La Hoja del Lunes, El Noticiero Universal y el diari Avui.

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