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ALINEACIÓN INDEBIDA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Aquel adiós de Guardiola

Nadie se va de su casa porque quiere y mucho menos quien se ha dejado la piel por levantarla

Los jugadores del Barça mantean a Guardiola en su etapa como entrenador del club.
Los jugadores del Barça mantean a Guardiola en su etapa como entrenador del club.CARLES FRANCESC
Rafa Cabeleira

Fueron mayoría los socios y aficionados del Barça que, en su día, interpretaron el adiós de Pep Guardiola como una pérdida asumible. A fin de cuentas, se iba porque quería y el Barça siempre ha estado muy por encima de cualquier entrenador. Esa fue la primera gran mentira, el germen de todas las que estaban por llegar, y se ejecutó de un modo tan preciso, con un corte y sutura tan limpios, que incluso ahora siguen siendo mayoría los socios y aficionados que se niegan a reconocer lo evidente: que nadie se va de su casa porque quiere y mucho menos quien se ha dejado la piel por levantarla. Lo decía Irving Rosenfeld, el personaje interpretado por Christian Bale en La gran estafa americana: “La gente cree lo que quiere creer”. Y lo que quería creer el socio y aficionado en aquel momento era que el Barça seguiría siendo más que un club.

Como en los mejores golpes, la trampa se fue tejiendo por capas, comenzando por lo nuclear y expandiéndose en todas direcciones, como una esferificación de Bloody Mary aplastada con una cuchara. Lo primero, lo fundamental, era convencer a Guardiola de que lo mejor para todos era que se fuera. “Pep nos ha dicho que, mientras le sigamos, continuará con nosotros”, reveló Dani Alves en cierta ocasión, cuestionado por una de aquellas renovaciones anuales a las que se obligaba el técnico catalán. Y conseguir lo contrario, es decir, lograr que un grupo de futbolistas visiblemente endiosados comenzaran a alejarse del estricto rumbo marcado por su entrenador, tampoco parecía una tarea irrealizable. Así comenzaron los responsables del club a destruir el principio de autoridad en el vestuario, una semilla que fue echando raíces hasta convertirse, con el paso de los años, en una hiedra perniciosa y absolutamente ingobernable.

A excepción de Tito Vilanova, (el poli bueno que no tuvo necesidad –ni tiempo– de interpretar al poli malo), todos los entrenadores que han ocupado ese banquillo sufrieron las consecuencias de aquel paso en falso, incluido un Luis Enrique que ganó un triplete renunciando a varios de sus principios tácticos y morales. A Martino, Valverde y ahora Setién, directamente los atropelló un vestuario en el que ya no se toman medidas impopulares y la meritocracia ha sido sustituida por una suerte de dictadura friendly, encabezada por los supervivientes de aquel primer naufragio inducido. La buena herencia recibida y una ingente inversión económica, de esas que son capaces de tapar varios errores con un solo acierto, hicieron el resto. Los títulos continuaron llegando con una regularidad pasmosa –el fútbol sigue siendo de los futbolistas– pero solo ahora empezamos a comprender el verdadero coste de algunas victorias.

En lo económico, ya se intuye un agujero que será muy difícil de cerrar cuando la retirada de Messi detenga lo que quede del círculo virtuoso. En lo deportivo, todo seguirá dependiendo del acierto desproporcionado del argentino. Y en lo ético y social... Bueno, para eso es necesaria la asunción total de los errores cometidos o una nueva hornada de dirigentes que nada tenga que ver con la que sumió al club en el desgobierno. Lo terrible del asunto es que ninguna de las dos parece factible a día de hoy: el Barça sigue siendo más que un club y ahora sabemos que el único que nunca quiso estar por encima de él fue el propio Guardiola.

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