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Columna
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Boca reina delante de Maradona

Los ‘bosteros’ se alzaron con un triunfo que River creía tener en la mano y dejó escapar de la forma más dolorosa

Tévez y Maradona se besan tras el triunfo de Boca, este domingo en La Bombonera.
Tévez y Maradona se besan tras el triunfo de Boca, este domingo en La Bombonera.Natacha Pisarenko (AP)
Enric González

Juan Román Riquelme permanecía impasible en su mirador de La Bombonera. Sorbía mate y contemplaba la locura sobre el césped: Boca Juniors, el Boca que él mismo había reconstruido en unas pocas semanas, acababa de arrebatarle a River Plate la Superliga argentina. En una última jornada no recomendable para cardiópatas, los bosteros se alzaron con un triunfo que los gallinas creían tener en la mano y dejaron escapar de la forma más dolorosa, entre errores arbitrales y fallos incomprensibles. Boca venció al Gimnasia y Esgrima de Maradona (1-0), y River no logró pasar del empate (1-1) ante Atlético Tucumán. Tan frío como cuando jugaba, ubicado siempre en el centro del universo, Riquelme asistió sin levantar una ceja a un momento histórico.

Fue una temporada tormentosa para Boca. Tras un nuevo fracaso en su obsesiva búsqueda de la Copa Libertadores, y con el equipo sometido a la prudencia táctica del técnico Gustavo Alfaro, el club celebró elecciones el 8 de diciembre. Como si Boca respirara al mismo ritmo que Argentina, Mauricio Macri, que acababa de perder la presidencia de la República, perdió también el control que desde 1995 ejercía sobre la más popular institución futbolística del país. Su candidato, Christian Gribaudo, fue derrotado por Jorge Amor Ameal, quien presentaba un programa con un solo punto fundamental: dar a Juan Román Riquelme todo el poder en la gestión deportiva.

El hombre tranquilo tomó de inmediato unas cuantas decisiones fundamentales. Dio las gracias y el adiós a Gustavo Alfaro, y fue a buscar a Miguel Russo, el técnico que en 2007 había alzado la última Copa Libertadores de Boca, para confiarle de nuevo la dirección del equipo y pedirle un fútbol ofensivo. Russo acababa de superar un cáncer devastador y a los 63 años se le consideraba ya retirado: no todo el mundo aplaudió la elección de Riquelme. Luego, el hombre tranquilo tuvo una larga charla con el viejo ídolo Carlos Tévez, marginado por Alfaro, y le preguntó si aún tenía ganas de jugar a la pelota. El Apache Tévez respondió que sí.

Y Boca cambió rápidamente. Russo alejó al equipo de su área, ordenó a los laterales Buffarini y Fabra que corrieran hacia la puerta contraria, entregó el timón a Campuzano y envió a Tévez, de 36 años, a buscar goles. Todo salió bien. En dos meses, Boca empató un partido y ganó cinco. Tévez marcó cinco veces. Y marcó por sexta vez el sábado, a falta de un cuarto de hora para el final. El gol valió una Superliga. Por si su importancia no hubiera quedado clara, también rechazó casi en la línea el balón que habría dado el empate a Gimnasia y el título a River.

Mientras, en Tucumán, River Plate hacía honor a su leyenda negra. La del equipo que se quiebra en los momentos decisivos. Esa leyenda que da origen al apodo gallináceo. Boca había remontado. River, en cambio, empató los dos encuentros previos a la última jornada. Aún tenía un punto de ventaja, sin embargo. Le bastaba con ganar al Atlético Tucumán. Su afición peleará mucho tiempo con la pesadilla tucumana: a River se le anuló un gol legal, se le negaron dos penaltis bastante evidentes y en los minutos de la verdad, cuando sabían que Boca ganaba y que necesitaban romper el empate a uno para ser campeones, sus jugadores se ofuscaron por completo. Corrían como pollos sin cabeza y remataban como pollos sin cabeza. Tras dominar desde el principio la competición, la perdieron de la forma más triste.

Pasadas las 11 de la noche, Riquelme dejó el mate y bajó a celebrar con el equipo. Mientras bailaba entre la euforia probablemente pensaba ya, como cuando llevaba el 10 a la espalda, en su próximo movimiento.

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