Zidane, ‘The Normal One’
Al revolucionario que entrena al Madrid le da más resultado quedarse quieto. Y llamarse como se llama
En sentido contrario, pero en la dirección justa
Por su modo sereno de comunicar, su talante conciliador y el poco interés que pone en defenderse, parece que estamos ante un tipo normal. No se engañen. Si algo sabe Zidane es que es Zidane, uno de esos personajes que están por encima del bien y del mal. Pero hay muchas maneras de demostrar la conciencia de poder y Zizou eligió una que le aleja de la demagogia y le acerca a la esencia más noble del club. Solo él puede salir del clásico sin subirse al clamor anti VAR del madridismo, y nadie más que él puede consagrar en rueda de prensa a Guardiola como “el mejor entrenador del mundo”. La agenda de Zidane no siempre coincide ni con los latidos del madridismo ni con la política del club. Sin embargo, su prestigio le vuelve impune. Como digno representante del Madrid, no se desgasta en guerras menores. Y saber distinguir el tamaño de las polémicas es una manera de alcanzar la grandeza.
Un revolucionario que disimula
En lo futbolístico, Zidane despertó a un muerto. El equipo desperdigado, revenido y sin alma que penó la temporada pasada, ha alcanzado una fortaleza competitiva que parecía imposible recuperar. También en este punto es original, porque lo logró minimizando el poder de la táctica hasta en sus declaraciones (“la táctica no es nada”, llegó a decir), y, sin embargo, el equipo encontró el orden. ¿Orden sin táctica? Digamos que sin la obsesión táctica tan de moda en estos días. La línea de flotación de su conducción pasa por creer en el talento y en la fuerza de una convivencia sana. Está convencido de que el estado de ánimo contribuye a la organización de un equipo porque el compromiso, la entrega solidaria y la espontánea responsabilidad de los grandes jugadores, termina solucionando más problemas que los movimientos aprendidos de memoria en repetitivos entrenamientos que aburren a las ovejas
Equilibrio ecológico
En el fútbol según Zidane, el estilo lo imponen los jugadores, algo coherente con la historia del club. El fútbol son hombres que juegan y contar con 17 o 18 jugadores útiles es un acierto, pero que nos pone ante equipos diversos. No es lo mismo una alineación con la imaginación de Marcelo y la habilidad de Hazard, en la que Benzema es más Benzema, que un equipo con Mendy y Vinicius, con más sentido del deber, pero menos capacidad de asociación. Incluso la posición que ocupa un mismo jugador produce una cadena de consecuencias. Si Valverde tiene todo el campo para él, es una apisonadora. Si juega de medio centro, pueden ocurrir dos cosas: que Valverde juegue como Valverde y entonces deje de ser medio centro; o que juegue de medio centro y entonces deje de ser Valverde. La naturaleza es la naturaleza, por eso Zidane abusa de Casemiro para asegurar el orden.
Todos se mueven, menos él
Zidane pasó este año la prueba de la desconfianza cuando el ambiente descreyó de su capacidad de intervención para solucionar los graves problemas que aquejaban al equipo. Fue el examen definitivo para medir su temperamento y supo salir con la sonrisa relajada de siempre, cometiendo muy pocos errores en la comunicación y fortaleciendo su relación con los jugadores, al fin y al cabo, los únicos que condenan o salvan a los entrenadores. En esos días de afilados cuchillos demostró algo esencial en su patrón de mando: que los problemas solo se resuelven cuando se los reduce a su condición más simple. Creyó en sus hombres, les devolvió la confianza y supo esperar. No debe ser verdad que las crisis requieren de acción. Al revolucionario que entrena al Madrid le da más resultado quedarse quieto. Y llamarse Zidane.
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