Es Zidane, no el Espíritu Santo
Cuando el Madrid no encuentra su juego la culpa es de Zidane, y cuando lo encuentra el responsable es cualquiera menos él, al que tendemos a subestimar
"Felicidades, te lo mereces". Cuando Modric recibió su Balón de Oro fue un día feliz para el fútbol, porque se recompensaba el talento, pero también la profesionalidad de un jugador apasionado que se exprime físicamente en cada partido, que nunca olvida que al juego lo anima un espíritu colectivo y al que emociona ver cómo hace del fútbol una cuestión ética. En esta ocasión, Modric no estuvo entre los 30 mejores del año, pero cuando le entregó el Balón de Oro a Messi fue otro día feliz para el fútbol, porque despejó el acto de toda tentación demagógica: le bastó una frase para convertir a un enemigo futbolístico en un admirable colega, llevando al escenario la discreción, la sencillez y la grandeza con la que juega. Si todos entendiéramos este deporte con el alma limpia de Modric, el fútbol sería una escuela de convivencia. Y los clásicos no habría que aplazarlos.
Un rey sin sucesor. Del otro lado del fútbol está la vida, pero es muy duro saber que el día del retiro se acabará una pasión, una recompensa económica inigualable y el privilegio de la fama. Los jugadores de fútbol no hablan del final de su carrera por la misma razón que los seres humanos no hablamos de la muerte. Es una pésima noticia. Por esa razón, llamó la atención que Messi se refiriera a ello al levantar su sexto Balón de Oro. Sin embargo, es precisamente en los días más felices cuando la idea del retiro nos parece más amenazante. El miedo a no volver a vivir un momento de culminación, a que un día se termine la maravillosa rutina de trabajar jugando, a que el tiempo se convierta en un enemigo que no sabrás cómo matar... En Leo, además, todo tendrá otra dimensión: deberá abdicar como rey.
El hombre que no se confunde... Cuando el Madrid no encuentra su juego la culpa es de Zidane, y cuando lo encuentra el responsable es el Espíritu Santo. Cualquiera menos Zidane, al que tendemos a subestimar. Zizou es un pacificador incluso cuando, con poca elegancia, se le tira el nombre de un posible sustituto en rueda de prensa. Está entrenado en el arte de no reparar en lo que no tiene solución. Pero su serenidad es la madre de otras virtudes. Por grande que sean las crisis no se marea cambiando, de un partido a otro, dibujo o jugadores. Cree que el talento y la confianza importan más que las tácticas y cataloga a los jugadores en orden de importancia. Mejores y peores. Por decirlo con nombres propios, cree más en Rodrygo que en Vinicius, no deja que Isco caiga en la irrelevancia y sabe que Benzema y Hazard forman una soberbia pareja de baile. Sabe, en fin, que las recetas más simples son las más eficaces.
... Y le devolvió el alma al Madrid. Ha llevado tiempo, pero el Real Madrid, que era un equipo vacilante que parecía no tener alma competitiva, logró reforzar la voluntad nerviosa para ponerla al servicio de un fútbol a veces brillante y siempre competitivo. Se comprobó en Vitoria frente a un equipo incómodo y durante uno de esos temporales ante los que uno se arrepiente de ser futbolista. Pero el equipo intentó jugar, no le escapó a la disputa y supo entender que hay días en que el resultado es una conquista poco estética. Lo hizo sin la titularidad de Valverde, que es el energético de moda de esta temporada, señal de que el cambio de personalidad del equipo es una cuestión colectiva que lo mismo abarca a estajanovistas como Carvajal y Casemiro, que a los poetas como Isco y Marcelo. Cuando el progreso atañe a todos, digo yo que el entrenador tendrá algo que ver.
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