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TENIS | COPA DE MAESTROS
Columna
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Un curso de matrícula de honor

A lo largo de toda esta semana hemos visto a Tsitsipas y Thiem haciendo gala de unas características de las que gozan solamente los grandes tenistas, y el episodio final no fue una excepción

Thiem y Tsitsipas, durante la ceremonia final en Londres.
Thiem y Tsitsipas, durante la ceremonia final en Londres.PETER NICHOLLS (REUTERS)
Toni Nadal

Creo que a ningún entendido le sorprendió la gran calidad tenística y la permanente duda sobre quién iba a ser el ganador de la final del Masters, que mantuvo al público del O2 Arena pendiente de la pista hasta el tie break del tercer set. Tanto Dominic Thiem como Stefanos Tsitsipas venían avisando a lo largo del año y, particularmente, a lo largo de toda esta semana en la que les hemos visto haciendo gala de unas características de las que gozan solamente los grandes tenistas.

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Aparte de que ambos son muy completos en todos sus golpes —con el servicio, con la derecha y el revés y, sobre todo, con la capacidad de imprimir gran intensidad en todo momento—, tienen la fortaleza emocional que les permite resolver con brillantez los momentos más adversos.

Después de un primer parcial en el que ambos jugaron al más alto nivel y que se saldó a favor de Thiem en el tie break, el austriaco acusó un poco el vértigo de ir en cabeza y cometió ocho errores no forzados durante el segundo set, que se anotó el griego en demasiado poco tiempo. En el inicio del tercero, la tónica siguió parecida hasta el punto de encajar una rotura en contra en el cuarto juego. Sin embargo, Dominic no desaprovechó la próxima oportunidad que tuvo para recuperarlo y en el sexto impuso un empate y, de nuevo, esa ajustada lucha y ese despliegue de intercambios de la más alta calidad.

Hasta los últimos puntos del tie break fue muy difícil asegurar quién iba a levantar el trofeo. Y esto, tratándose de un torneo de esta categoría, significa que se cierra la temporada con matrícula de honor. Thiem estuvo a punto de levantar el título pero, en líneas generales, hay que reconocer que el griego estuvo más consistente durante todo el partido.

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Hoy día, vivimos en un mundo de estadísticas que nos dan a conocer en todo momento cualquier detalle susceptible de ser colocado en una tabla de datos. Antes de empezar el partido sabíamos cuál de los dos jugadores es capaz de convertir más roturas de servicio, qué porcentaje de tie breaks se anota el uno o el otro y así toda la información que gustemos de conocer de antemano.

Pero lo que jamás ha podido evaluar ningún estudio, por preciso que sea, es la gestión del aspecto emocional de cada jugador en cada precisa circunstancia. ¿Quién hubiera podido predecir que Roger Federer iba a desaprovechar 11 bolas de rotura de las 12 que tuvo en el partido de semifinales contra Stefanos Tsitsipas? ¿Quién iba a saber que Dominic se descentraría durante el segundo parcial y, en cambio, no lo haría el griego al verse obligado a darle la vuelta al marcador?

Las estadísticas dan las respuestas a posteriori, siempre. Y muy difícilmente son capaces de predecir lo mejor que nos pueden brindar los deportistas de esta y cualquier otra disciplina: la sorpresa y admiración que nos hacen sentir sus genialidades en los momentos más inesperados y difíciles.

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