“Las afganas arriesgan su vida para jugar al fútbol”
Kelly Lindsey, seleccionadora femenina de Afganistán, relata su lucha contra los abusos sexuales sistemáticos
Kelly Lindsey (Omaha, Nebraska, 1979) había recorrido Estados Unidos de costa a costa como jugadora de fútbol profesional y sus estudios de antropología en la Universidad de Notre Dame despertaron su curiosidad y su afán de exploración. Se había sacado el título de entrenadora cuando una sucesión de azares la llevaron en 2015 a ponerse al frente de la selección femenina de fútbol de Afganistán. No tenía ni la más remota idea de que se embarcaba en una misión mucho menos vinculada al fútbol que a la defensa de los derechos humanos.
“Mis primeras preguntas al equipo”, recuerda Lindsey, “fueron: ‘¿Por qué estamos aquí? ¿Qué estamos haciendo? Chicas, ¿qué significa para ustedes representar a su país?’. Lo primero que dijeron es que jugaban por todas las mujeres de su país que no tenían voz. En aquella época no entendí exactamente qué significaba eso. Tenía una idea, por supuesto. Pero entonces no supe lo que de verdad significaba. Me costó años comprenderlo”.
A finales de 2018, Lindsey y sus ayudantes lo había comprendido. Fue en diciembre de ese año cuando unidas al grupo de jugadoras criadas fuera de Afganistán, hijas de la diáspora, consiguieron que la FIFA atendiera unas denuncias que desde 2016 se perdían en el laberinto burocrático de la Federación Asiática: en el seno de la federación afgana arraigaba lo que Lindsey define como “una cultura” del chantaje, la intimidación y la depredación sexual de las niñas por los dirigentes. Con el presidente Keramuudin Karim a la cabeza de los acosadores.
Acusado de cometer violentos abusos sexuales al menos a cinco jugadoras en una detallada denuncia publicada por The Guardian, Keramuudin Karim fue suspendido de por vida en medio de un escándalo de proyección planetaria. El próximo 24 de septiembre World Football Summit, el evento internacional de la industria del fútbol que se celebra cada año en Madrid, premiará a las jugadoras de la selección afgana por su contribución en la lucha por los derechos humanos, la discriminación y el abuso sexual en países que, como Afganistán, siguen siendo inhóspitos para la vida de las mujeres.
Lindsey y sus jugadoras explican que si bien se ha creado una selección femenina oficial reconocida, el equipo —que se financia con fondos de la FIFA y las aportaciones de la multinacional Hummel y alguna ONG— jamás ha disputado un partido en suelo afgano. “Por motivos de seguridad”, dice Lindsey, que aclara que la selección masculina ha celebrado partidos en casa contra Pakistán y Palestina.
Los torneos de clubes femeninos son prácticamente inexistentes en Afganistán. Esta circunstancia obliga a Lindsey a formar la base del equipo con jugadoras nacidas en el exilio a las que va sumando chicas seleccionadas en Afganistán por técnicos con los que se coordina vía Internet. “Con suerte una vez al año”, dice, “se juntan cuatro o seis equipos de chicas en Kabul para disputar un torneo. No ha ocurrido más de cuatro veces en toda la historia según me dicen mis jugadoras. Y no ocurre desde 2014”.
El gogierno afgano alienta la práctica del fútbol, tanto masculino como femenino. Si el partido es de hombres, la ley afgana permite la presencia de mujeres siempre y cuando se acomoden en una especie de corralito previsto especialmente. En la práctica, la presión social conservadora resulta más disuasoria para las asistentes que las autoridades.
Lindsey reside en Hong Kong. Lejos de los fundamentalistas, pero no lo suficiente. “Definitivamente, me siento en peligro”, dice. Ser estadounidense y ejercer de seleccionadora femenina de un país con un poderoso núcleo reaccionario que se opone a que las mujeres practiquen deporte, la ha disuadido de pisar Afganistán. A ella y a todas las jugadoras, que nunca se entrenan juntas en territorio afgano. La selección se concentra y juega en países como India, Jordania o China.
“Quisiera ir a Afganistán”, lamenta la entrenadora. “Necesitamos trabajar sobre el terreno para ayudar a los clubes a desarrollar el proyecto. Es ahí donde puedes marcar la diferencia. Es importante que vaya. Pero no es seguro. Estoy convencida de que si viajo arriesgaré mi vida, pero trato de no pensar mucho en ello porque no tengo derecho si las chicas asumen más riesgo que yo. Nuestra relación no es justa. Ellas arriesgan su vida cada día solo para ir a jugar”.
“Estas son las mujeres más fuertes que he conocido”, observa. “No lo habría dicho la primera vez que nos vimos. Parecían tiernas, amables y cariñosas; pero cuando luego escuchas la lucha cotidiana a la que están sometidas... Solo ir de casa al entrenamiento para ellas es atravesar un campo de batalla. Están dispuestas a arriesgar su vida para estar en un campo de fútbol. ¡No puedes romper a estas mujeres! Sometes a otros atletas a un entrenamiento extremo y podrían sentirse rotos al final. A estas mujeres las puedes exponer a cualquier cosa y nunca perderán el espíritu”.
“No creo”, dice, “que la gente que no conozca Afganistán se haga una idea de la batalla cotidiana que estas niñas libran en sus propios hogares. Hacemos pruebas a niñas que vienen a entrenar con nosotros a la federación y sus familias ni se enteran. Porque tienen tantas ganas de jugar al fútbol que, aunque sus familias no lo aprueban, se arriesgan incluso en su propia casa. Ellas creen que el fútbol puede cambiar la cultura en su país. Creen que puede existir otra perspectiva. Para ellas el fútbol es la vida”.
El papel de la FIFA
A fuerza de luchar por sus jugadoras, Lindsey se ha convertido en una activista enfrentada a la burocracia de la FIFA. “El sistema de gobierno del fútbol en estos momentos defiende, ante todo, al sistema”, sostiene la entrenadora, decepcionada ante la dilación de la Federación Asiática cuando se sucedían las denuncias por abusos, y más tarde en el máximo organismo del fútbol mundial cuando era urgente tomar medidas de prevención verdaderamente eficaces. “Creo”, reflexiona Lindsey, “que el sistema ha ido tan lejos en su empeño de defenderse a sí mismo que no hemos sido diligentes en nuestra primera misión de cuidar a los seres humanos que forman parte de ese sistema. En el momento en que algo se vuelve tan grande y genera tanto dinero, es más fácil pensar en el dinero que en la vida humana que está siendo aplastada por el dinero”.
“Con frecuencia”, continúa, “creemos que el dinero es algo tan positivo que basta con invertirlo para resolver cualquier problema. Así los gobiernos pierden el rumbo. No podemos dejar que el gran sistema nos meta a todos en una caja y nos diga: ‘Ustedes solo dedíquense a jugar al fútbol’. Ahora la plataforma es mucho más grande que eso. El fútbol es poderoso y brinda a la gente una voz. Es importante que la gente que participa de este juego comprenda que puede utilizarlo para hacer el bien”.
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