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Cuando Riis destronó a Berzin

El danés ganó la etapa recortada del Iseran y el Galibier, en 1996, y se puso de líder en el Tour que acabó ganando

Jon Rivas
Bjarne Riis (d) y Evgeni Berzin, en la etapa recortada de 1996.
Bjarne Riis (d) y Evgeni Berzin, en la etapa recortada de 1996.Mike Powell (Getty )

Cuando la nieve azota los Alpes en verano, los reyes del Tour caen destronados por sus príncipes. En 1996, el rey era Evgeni Berzin, que no había visto nevar nunca en pleno estío en su Rusia natal. “Allí estamos a 30 grados ahora”, decía. Dos días después de que Miguel Indurain Larraya abdicara en Les Arcs, pidiendo algo de beber a cualquier coche que pasara, abrasadas sus piernas por el agotamiento y con las reservas de energía vacías, la batalla por el trono se centraba entre Berzin y Bjarne Riis. La contrarreloj entre Bourg Saint Maurice y Val d'Isere la ganó el ruso, que reafirmó su liderato conseguido en la etapa anterior, el día que se hundió el navarro.

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La batalla se esperaba para el 7 de julio, el día de San Fermín, que el equipo Banesto celebró con tristeza por primera vez en seis años. Las cosas no habían salido como se esperaban. Estaban previstos los puertos del Iseran y el Galibier en el recorrido, una jornada que, en principio, beneficiaba a Indurain por la dureza y el kilometraje. Sin embargo, en la cima de la primera de estas ascensiones nevaba copiosamente, las máquinas quitanieve no daban abasto para limpiar la carretera y la temperatura había caído a un grado bajo cero. En el Galibier, el viento a más de cien kilómetros por hora y los cuatro grados negativos en el termómetro obligaron al director de la carrera, Jean Marie Leblanc, antiguo ciclista, compañero de Ocaña y también periodista en L'Equipe, a suspender parte del recorrido, que se quedó en 46 kilómetros.

Nadie dijo nada, ni una protesta entre los ciclistas y los directores, que ya sabían que el recorrido estaba imposible. Los corredores montaron en los coches de sus equipos, en tiempos en los que no se utilizaban autobuses todavía, y se fueron a la salida eludiendo los dos colosos alpinos. Sin el Galibier como referencia, los primeros kilómetros se corrieron a velocidad de vértigo, a 60 por hora, hasta que llegaron las primeras rampas, y entonces comenzó la batalla por la sucesión de Indurain. Atacó Riis al líder Berzin, que respondió con furia, una y otra vez, hasta que, agotado, cedió para que el danés, arrastrando el plato grande, se marchara en solitario, llegara en cabeza y se pusiera líder en la estación italiana de Sestriere, orgullo del régimen fascista de Mussolini, construida por la familia Agnelli, propietaria de Fiat. 

En la actualidad, Eugeni Berzin vive, paradójicamente, de los vehículos de la empresa automovilística italiana. Tiene un concesionario de Fiat cerca de Milán. Allí se paró, por casualidad, José Miguel Echavarri un día en que se le estropeó el coche. Apareció un tipo rubio, bastante entrado en kilos, que lo vio y le gritó: “¡José Miguel!”. Era Berzin, el hombre que había desbancado a Indurain, su pupilo, dos días antes de la etapa fallida del Iseran y el Galibier, el que cayó bajo la potencia de Riis. Se dieron un abrazo. El ruso no le quiso cobrar el arreglo.

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