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alienación indebida
Columna
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Con estrella y estrellado

Lopetegui llega al Sevilla, un proyecto complicado que necesitará de obras para cristalizar en algo más que una nueva aventura sobre el alambre

Rafa Cabeleira
Julen Lopetegui, en la presentación como nuevo entrenador del Sevilla.
Julen Lopetegui, en la presentación como nuevo entrenador del Sevilla. alejandro ruesga

Este jueves se cumple un año del terremoto que sacudió el fútbol español en vísperas del Mundial de Rusia. En un escueto comunicado oficial, el Real Madrid anunciaba la contratación del seleccionador Julen Lopetegui y la RFEF reaccionaba despidiendo al técnico vasco a dos días del arranque mundialista. “Guerra civil española”, titulaba el Daily Mail una noticia que acaparó portadas en todo el mundo y partió en dos a la opinión pública de este país, una España tan acostumbrada a las posturas irreconciliables que, tres meses después del anuncio, votaba en el Congreso un decreto ley para exhumar a Franco. Ni que decir tiene que solo el dictador terminó la temporada y hasta se podría afirmar que levantó un gran título en primavera: el de jefe del Estado desde el 1 de octubre de 1936 hasta su muerte, concedido hace pocas semanas por la sección cuarta de la sala tercera del Tribunal Supremo.

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A Julen Lopetegui, en cambio, lo habían despedido el 29 de octubre tras encajar cinco goles en su visita liguera al Camp Nou. Si meteórico fue su ascenso a la Cima Coppi de los banquillos, a esa banqueta electrificada que todavía conservaba el perfume chamuscado de Zinedine Zidane, meteórico sería también su descenso a las colas del paro, de donde acaba de rescatarlo el Sevilla para ahondar en su leyenda de eterno seductor. Nunca le han faltado novias a Lopetegui, ni siquiera cuando una tras otra lo iban abandonando señalándole los defectos. De corte en corte –primero el Rayo Vallecano, luego el Real Madrid Castilla- llegó al banquillo de su primer grande europeo: el Oporto. Aquella fue una hazaña confusa, previo paso por los platós de televisión, como un soldado de infantería que tratando de desertar termina conquistando el norte Portugal. Luego llegaría su paso por la rojita, su ascenso a la Roja mayúscula, y esos 20 partidos que le entregaron las riendas del mayor club del mundo en la antesala del mundial.

A Sevilla llega el vasco de la mano de Monchi y repitiendo estrategia: hacer amigos desde la primera rueda de prensa. Sea por su condición declarada de madridista, o por su abrupta salida de la Selección nacional, el nombramiento no parece haber despertado un gran entusiasmo en Nervión, por más que Lopetegui haya recurrido a todas los tópicos del discurso amable durante su acto de presentación: la grandeza del Sevilla frente al gran rival, el ambiente mágico del estadio, la especial naturaleza de su afición… Solo le faltó entonar unas coplillas del himno de El Arrebato y ponerle pegas al toreo de Curro Romero. La realidad, sin embargo, nos remite a un proyecto complicado, en plena reconstrucción, que necesitará de obras -y no de palabras- para cristalizar en algo más que una nueva aventura sobre el alambre.

Dice el viejo dicho castellano que “unos nacen con estrella y otras nacen estrellados”. Y por ahí, se me antoja, podría comenzar el verdadero reto de Julen Lopetegui en Sevilla: por demostrar, como ha hecho a lo largo de su extravagante carrera, que una cosa y la otra no siempre resultan del todo contradictorias.

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