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Champions League - final - jornada 1Así fue
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El Tottenham, un gallo distinguido y con buen gusto

A lo largo de su historia el conjunto inglés siempre se diferenció por acoger y celebrar a jugadores creativos en White Hart Lane

Gascoigne, a la derecha, celebra un gol seguido por Vinny Samways, en 1991.
Gascoigne, a la derecha, celebra un gol seguido por Vinny Samways, en 1991.Getty

A finales de marzo el Tottenham inauguraba su nuevo y lujoso estadio con un guiño al pasado: un partido entre los veteranos de los Spurs y los del Inter de Milán. El público asistía al espectáculo con orgullo nostálgico mientras por la inmaculada pradera trotaban glorias como Ginola, Berbatov, Robbie Kean o Klinsmann. También el idolatrado Paul Gascoigne. A sus 52 años, había aguantado apenas unos minutos sosteniéndose de mala manera sobre el césped. Las rodillas peligrosamente rígidas, un talón de Aquiles a punto del desgarro y un cuerpo castigado por años de excesos etílicos no daban para más. Pero en el momento de su sustitución se llevó la ovación de la tarde. La memoria popular lo mantiene como un icono de talento, irreverencia y clase. El gran Gazza todavía ama tanto el fútbol como cuando jugaba queriendo devolver a los hinchas el precio de la entrada con un repertorio de sutilezas técnicas, pases majestuosos y quiebros fulminantes con los que parecía regatear al mundo y a sus propios fantasmas. Se marchó del terreno de juego entre lágrimas, con las gradas patas arriba en un homenaje espontáneo que denota la tradicional predilección de la hinchada londinense por los jugadores creativos y distintos. Siempre los tuvo en sus mejores épocas.

El gallo dorado es el emblema del club que ahora corona orgulloso la cubierta de su nuevo estadio. Es una réplica en fibra de vidrio del que reposó durante muchas décadas sobre el techo del antiguo White Hart Lane. Aquel era metálico. La nueva escultura reproduce fielmente el original, incluso sus imperfecciones. Dice la leyenda que las abolladuras del gallo son la secuela de los bombardeos alemanes sobre Londres en la Segunda Guerra Mundial. Pero un historiador del Tottenham desveló recientemente una versión más prosaica. Los desperfectos eran fruto de una gamberrada de Gascoigne, que solía practicar el tiro al blanco desde el césped con una escopeta de aire comprimido.

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Por esas cosas también adoran a Gazza igual que a otros espíritus libres como Glenn Hoddle. Su relación con el gallo del estadio en los años 80 también fue singular: Algún técnico le condenó alguna vez a trepar hasta el tejado del estadio para limpiarlo como castigo para domar sus ínfulas juveniles. Centrocampista grandullón, lento, imaginativo, sutil, era dueño de una zurda prodigiosa. Un bicho raro en tiempos en los que en Inglaterra se valoraba más el vigor físico. Un incomprendido que saludó como el maná caído del cielo la llegada al Tottenham en 1978 de los argentinos Osvaldo Ardiles y Ricardo Villa: “Por fin tenía a alguien con quien jugar al fútbol”, dijo. El endogámico fútbol inglés de la época descubrió con ellos que la técnica y el fútbol asociativo también eran un camino a la gloria. Hoddle haría carrera también en Francia, en el Mónaco de Arséne Wenger. A ese país también emigraría Chris Waddle, que antes firmó exquisitas temporadas en el Tottenham con su aire desgarbado y su clase infusa. White Hart Lane celebró a los jugadores de clase diferencial en cualquier época.

Como Jimmy Greaves, máximo goleador en la historia del club. Un delantero tan prolífico como pendenciero que en los sesenta combatía con alcohol la presión competitiva. Mantenía una actitud relajada que entraba en ebullición en el área con imaginativas soluciones para definir. Un genio cuyos goles definió como nadie el formidable periodista Geoffrey Green: “Greaves deja el balón en las redes con la misma suavidad con la que se cierra la puerta de un Rolls Royce”. La relación de amor de los Spurs en el deprimido norte londinense con sus mejores iconos siempre fue algo singular y emparentado con la grandeza. Así lo plasmó a caballo entre los años 50 y 60 el exquisito y creativo centrocampista irlandés Danny Blanchflower: “La gran falacia es que en el juego lo primero y lo último sea ganar. No es nada de eso. El fútbol trata sobre la gloria, sobre hacer las cosas con estilo y con entusiasmo, sobre ganar sin matar a la gente de aburrimiento”.

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