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Fuglsang se hace grande en Lieja

Valverde abandona bajo la lluvia en La Decana, el monumento que da la primera gran victoria de su vida al danés, de 34 años

Carlos Arribas
Fuglsang, ganador en Lieja.
Fuglsang, ganador en Lieja.JULIEN WARNAND (EFE)

La Lieja-Bastogne-Lieja es la Cota de La Redoute, cuyo nombre lleva la imaginación al equipo de Stephen Roche, a la venta por catálogo, a la globalización de la prehistoria, la época cultural que existió antes de Amazon. La Lieja es la antigüedad del ciclismo, el monumento más antiguo. La primera vez que se corrió, hace 127 años, la bicicleta era un invento revolucionario, el primer vehículo democrático; la última vez, el domingo 28, no nevó como hace 39 años, cuando Bernard Hinault reinventó la épica, pero llovió e hizo frío en la Bélgica a la que aún le duele la muerte de la minería del carbón y de los altos hornos.

El mal tiempo, el agua helada y los chubasqueros negros, y las caras de los ciclistas, desconocidas, la mirada desnuda, sin gafas, los llamaba también al heroísmo, llamaba a Valverde, el ciclista más viejo, cuatro veces ganador, que dijo que no, que le dolía el culo tras una caída sufrida el jueves cuando se entrenaba después de la Flecha en la que le picó una abeja; llamó a Fuglsang, que dijo que sí, y muy fuerte, y atacó fuerte, dinamita de explosión tranquila e impepinable, a 15 kilómetros de la meta, y nadie puedo hacer otra cosa que admirarle, y sufrir por su destino, hasta que llegó solo, como reclamaba el escenario, ciclista a la antigua, a la meta recuperada en el centro de Lieja.

La Lieja es La Redoute y también es La Roche aux Faucons, la última de las 11 ascensiones (nueve cotas y dos cols) que endurecen los 256 kilómetros de La Decana. Allí, en el obstáculo más duro (1,3 kilómetros al 11% en el kilómetros 241, pasada la sexta hora de carrera, cuando hasta un puente de autopista es el Tourmalet, así de duro parece) se hizo grande Fuglsang, el danés de 34 años que este año, el mejor de su vida, representa a la generación pasada, esa cuya compañía daba más brillo a la efervescencia de los jóvenes a los que les han salido los dientes ciclistas en el siglo XXI, a Alaphilippe, a Mathieu van der Poel. El nieto de Poulidor no corrió en Lieja; Alaphilippe, el dominador de la San Remo y la Flecha, sí que partió, y lo hizo con el dorsal número uno de gran favorito. El mosquetero francés iba pegado a Fuglsang, su compañero de escapadas habitual, en el momento de la arrancada del danés: incapaz de aguantarle, prefirió mirar para otro lado.

Antes de que la prueba entrara en sus kilómetros más duros, a falta de casi tres horas, parsimoniosamente y con calma triste, Valverde se paró en el arcén, se quitó los guantes y esperó tranquilo la llegada del coche del equipo, en el que se refugió. Acabó así el campeón del mundo su 14ª participación en la Lieja, el monumento que le enamoró desde el primer día y en el que soñaba con una quinta victoria, las mismas que el Caníbal Merckx. La retirada de Valverde, que ya es duda para el Giro, la carrera que comienza dentro de 13 días, fue suplida para el ciclismo español por los movimientos esperanzadores de Mikel Landa, la esperanza para el Giro, que mostró un buen grado de preparación y forma para el Giro, su gran objetivo. El alavés llegó en un grupito a pocos segundos del segundo, el italiano Formolo, y terminó séptimo.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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