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El esplendor de Alaphilippe en el crepúsculo de Valverde

El francés consigue su segunda Flecha Valona en el Muro de Huy, el jardín del campeón del mundo

Carlos Arribas
Alaphilippe supera a Fuglsang en lo alto del Muro de Huy.
Alaphilippe supera a Fuglsang en lo alto del Muro de Huy.JULIEN WARNAND

Mark Twain escribió una vez que le había parecido un poco exagerada la noticia de su muerte, que había leído en un periódico, y seguramente Alejandro Valverde, que el jueves 25 cumple 39 años, también asegurará que quienes empiecen a enterrarle se están equivocando. Habrá que convenir, sin embargo, que el campeón del mundo está perdiendo uno de los atributos que le han hecho único en el paisaje ciclístico mundial y que le hizo ganarse desde juvenil el título de ‘El Imbatido’. Valverde, que solo saltaba a la arena para ganar ya no gana. Pelea y se coloca, y ahí se queda, en el sitio, sin aire, mientras su heredero, el mosquetero de Montluçon Julian Alaphilippe acelera feliz y triunfa.

Para dar más simbolismo a la coincidencia de su esplendor con el crepúsculo inevitable del murciano, el francés casi imbatible mostró su demostración justamente en el así llamado jardín de Valverde, el empinadísimo Muro de Huy y su Camino del Calvario, donde termina siempre la Flecha Valona.

En la carrera belga, algo así como el primer acto de las Ardenas, Valverde ha participado 14 veces, y en 10 ocasiones ha terminado entre los 11 primeros. Ha ganado cinco, más que nadie, más que Eddy Merckx, y en dos ha sido segundo. En 2018 la perdió ya ante Alaphilippe. Quedó segundo en lo que se consideró un duelo de igual a igual. Este año ha quedado 11º.

Los duelos de igual a igual en 2019, Alaphilippe, de 26 años, solo los disputa, y los pierde, con el fenómeno Mathieu van der Poel, el nieto de Poulidor, que le derrotó en sus dos únicos cara a cara, la Flecha del Brabante y la Amstel Gold Race. Son los hijos de otra generación. La afición les nació viendo ganar a Valverde, que aguanta con ellos en las grandes clásicas justo hasta el momento decisivo: cuando el murciano está a tope ellos tienen aún otra marcha. Cuando Alaphilippe, el mejor del año, capaz de imponerse en fuga, al sprint masivo, en grupo, en pareja, ganó la Milán-San Remo, Valverde terminó séptimo, sin fuerzas para entrar al sprint de los mejores, y fue octavo en el Tour de Flandes.

La Flecha Valona son 190 kilómetros de diezmo, cuatro de carrera y 500 metros de sprint. El diezmo se lo manejan a medias entre la dureza –nueve cotas en los últimos 70 kilómetros, que dejaron asfixiado a Dan Martin y Peter Sagan--, las caídas –desastre para Adam Yates y Ion Izagirre, entre otros—y el trabajo de corredores como Enric Mas, que luce dura su dentadura en la penúltima cota, la última subida a Cherave, y deja el pelotón en un mínimo de rivales para su jefe en el Deceuninck, Alaphilippe. Al francés le queda siempre por delante Jakob Fuglsang, un último ayudante, un samaritano danés que le da relevos cuando ataca de lejos –Strade Bianche, Amstel Gold Race—y que le lanza cuando se juega el sprint, y nunca le gana.

A Valverde tampoco se le ha dado nunca nada mal la Lieja-Bastogne-Lieja, el monumento de las Ardenas. Allí ganó cuatro veces y allí quiere ganar de nuevo el domingo. A Alaphilippe le conoció en la Cota de Ans, donde terminaba antes, en 2015. El francés era un niño de 22 años que anunciaba ya su clase y su ambición y que solo se rindió ante el Valverde de sus años de esplendor. Cuatro años después, el mundo es otro. Los astros siguen girando,

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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