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Kilian Jornet cumple la profecía de los fisiólogos

Los datos sobre la aclimatación del catalán para ascender el Everest a pulmón permiten compararle con los estudios realizados hace 34 años con Reinhold Messner

Kilian Jornet, durante su ascensión al Everest sin cuerdas ni oxígeno. En vídeo, 'Camino al Everest', el documental sobre Kilian Jornet.Vídeo: TWITTER | EPV
Carlos Arribas

En cualquier parte de la tierra el porcentaje de oxígeno inhalado en el aire es el mismo (un 21%), pero al ascender disminuye la presión atmosférica y, con ella, la presión parcial del oxígeno. Esta es de 149 torr (unidad de medida de la presión) a nivel del mar, de 86,4 torr a 4.000m, lo que equivale a respirar un aire con solo un 12% de oxígeno, y de 35 torr en la cima del Everest (8.848m), donde quien llega respira un aire que parece que tuviera solo un 5% de oxígeno.

Hasta hace 41 años, la creencia más arraigada entre los científicos era que las condiciones en la cima de la montaña más alta de la tierra, si no incompatibles con la vida, sí lo eran con el esfuerzo necesario para escalar. El oxígeno solo daba para estar no para moverse. Por eso, cuando Reinhold Messner y Peter Habeler anunciaron que intentarían ascender al Everest sin la ayuda de botellas de oxígeno, después de llamarles locos, muchos especialistas comenzaron a escribir sus necrológicas anticipadamente. Pero hicieron cima a pulmón. Los primeros. El 8 de mayo de 1978. Y cuando regresaron, y demostraron la falacia que se asumía como verdad científica, los fisiólogos especularon con que Messner, de 31 años entonces, y Habeler, de 33, deberían ser, sin la menor duda, dos superhombres.

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Unos años más tarde ambos se sometieron a varios estudios científicos que mostraron, para sorpresa de muchos, que de superhombres, nada. “Son individuos normales, como cualquier persona activa no especialmente atlética. Sus capacidades aeróbicas (consumo de oxígeno) y anaeróbicas (vatios por kilo) no difieren apenas de las de cualquier sujeto sedentario, y no son diferentes de las de los sherpas”, concluye el estudio, publicado en el Journal of Applied Physiology en diciembre de 1985. “La única excepción la vimos en Messner, con una mayor capacidad de difusión pulmonar del oxígeno. Por lo demás, Messner (1,79m/69 kilos) posee unas cualidades fisiológicas normales. Le distingue una necesidad obsesiva por ser el mejor”.

Unas décadas más tarde, no solo se sube sin oxígeno al Everest como la cosa más normal del mundo, sino que ya se sube hasta corriendo, cargado con una mochila mínima, y hasta dos veces en una semana. También los fisiólogos se emocionan e intentan después encontrar explicaciones para tanta maravilla que redefine los límites del cuerpo humano y acentúa su gran capacidad de adaptación, como lo que hizo Kilian Jornet en sus ascensiones rápidas al Everest el 20 y el 27 de mayo de 2017. En un artículo publicado este mes en International Journal of Sports Physiology and Performance, el fisiólogo suizo Grégoire Millet, de Lausana, al relatar la estrategia de aclimatación a la altura del montañero catalán define, quizás, las características de un nuevo tipo de deportista, el alpinista-atleta.

Como Messner, Jornet (30 años, 1,72m y 56 kilos), es de un pequeño pueblo en las montañas —los Dolomitas, uno, los Pirineos, el otro— y empezó a escalar casi antes que a andar. Como el italiano de Trento, a Jornet le mueve una necesidad imperiosa de ser el mejor, de ser el primero, de abrir nuevas rutas, de afrontar desde el minimalismo desafíos insólitos, como el proyecto Cumbres de mi vida, el intento de establecer récords de subida en el Mont Blanc (4.810m: 4h 57m), el Matterhorn (4.476m: 2h 52m), el Denali (6.194m: 11h 40m), el Aconcagua (6.962M: 12h 49) y el Everest. De ser diferente. De intentar estar a la altura de un talento que le desborda. A diferencia de Messner, a Jornet le acompañan unas condiciones físicas excepcionales. En la prueba de esfuerzo a la que se sometió en 1985 en el laboratorio de Ginebra, Messner alcanzó unos valores muy modestos, de 48ml por minuto y por kilo, de VO2 max (consumo de oxígeno), el valor que mide la capacidad de resistencia, con unas pulsaciones máximas de 184 latidos por minuto, mientras que en 2010, en el CAR de Barcelona, Jornet alcanzó 92 ml/min/kg de VO2 max con 199 pulsaciones por minuto, valores superiores a los mejores maratonianos y a los grandes ciclistas, en cuyo ámbito, los 88 ml/min/kg de Miguel Indurain siempre se consideraron la referencia excepcional. Para alcanzarlo y mantenerlo, Jornet, que vive en Noruega, se entrena 1.140 horas al año (casi cuatro al día, si se cuentan todos los días del año), 400 de ellas en altitud moderada, entre 2.000 y 3.000m.

Todo ello le llevó a Jornet a subir al Everest en 26h 30m desde los 5.100m del monasterio de Rongbuk, un recorrido de más de 20 kilómetros a lo largo de una morrena seguido por tramos de hielo y nieve al 40% y, finalmente, una cresta de tres kilómetros que ascendió sin cuerdas fijas salvo en el segundo escalón, donde utilizó la escalera fijada. En los entrenamientos previos, según el autor del artículo, alcanzó velocidades de ascensión que nunca habían sido reportadas.

“En su día 18 en el Himalaya, alcanzó por segunda vez una altitud por encima de los 8.000m (8.400m)”, reporta el doctor Millet. “Lo hizo con una velocidad vertical media de 350 metros a la hora durante seis horas, entre los 6.300m y los 8.400m. Su velocidad entre 8.000m y 8.400m fue de 200 metros a la hora. (…) Los informes señalan que las velocidades máximas reportadas hasta ahora eran 240 metros por hora, de Andrzej Bargiel en el Manaslu, en 2014, entre 4.800m y 8.163m, o los 250m de Russell Brice en el Cho Oyu en 1996, entre los 5.400m y los 8.188m”. En las competiciones de kilómetro vertical —carreras de unos 1.500m de longitud ascendiendo pendientes a más del 60% hasta superar desniveles de 1.000 metros— los mejores, incluido Jornet, logran tiempos inferiores a la media hora con velocidades de ascensión de 2.000 metros a la hora, muy similares a las que alcanzan los ciclistas ascendiendo subidas como el Alpe d’Huez.

Para esas alturas, sin embargo, no es necesario aclimatarse, el proceso que pone en marcha numerosos mecanismos fisiológicos que incrementan el suministro de oxígeno a las células y facilitan la tolerancia a la hipoxia (menor oxígeno en el aire) para aumentar la producción de glóbulos rojos, los encargados de transportar el oxígeno. Se trata, aparte de mejorar el rendimiento, de evitar el edema pulmonar o el edema cerebral, manifestaciones de la enfermedad aguda de montaña. Jornet lo hizo de una forma original, combinando estancias en altura simulada con altura real. En febrero y marzo, Jornet usó una tienda hipobárica para dormir en Noruega en altitudes simuladas de entre 5.000 y 6.000m y efectuó entrenamientos en intensidad con máscara de hipoxia para simular una altitud de 6.000m en sesiones de una hora. El 17 de abril continuó el trabajo de altura en los Alpes hasta el 27, cuando, tres semanas antes de lo previsto, viajó al Himalaya.

“Este caso reporta el rendimiento más excepcional jamás alcanzado en altitudes extremas”, concluye el doctor Millet en su artículo, que confirma, en cierta manera, la profecía con la que hace 34 años concluyeron su artículo científico los fisiólogos que estudiaron a Messner y Habeler: “Parece razonable sugerir que un buen escalador que tenga un VO2 max muy alto, similar al de un maratoniano, pueda alcanzar, en igualdad de condiciones un rendimiento superior al de los mejores escaladores estudiados. Ello requiere que su potencial fisiológico no se vea lastrado por una personalidad frágil, como la que encontramos muchas veces en los deportistas de resistencia”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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