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Vindicación de Simone Biles, que consigue su tercera medalla de oro en los Juegos de París

La gimnasta norteamericana clava su biles II, el ejercicio que solo ella es capaz de ejecutar, para imponerse en la final de salto a Rebeca Andrade

Simone Biles, durante la final de potro que le ha valido su tercera medalla de oro en París 2024.
Simone Biles, durante la final de potro que le ha valido su tercera medalla de oro en París 2024.Naomi Baker (Getty Images)
Carlos Arribas

Yurchenko, cheng, amanar, carpado, mortal, biles, nemour… La gimnasia es un catálogo de técnicas y movimientos que los antiguos han ido legando y Simone Biles lo recoge todo, lo transforma en arte, velocidad, movimiento. En emociones alucinógenas, y Rebeca Andrade, con ella. Otra cara de la misma moneda. La del talento y la determinación de exhibirlo, y pelear.

Una, Biles, de 27 años, con tanta fuerza, potencia, altura, distancia, que hace que su maestría técnica, que es mucha, parezca menor, pues es imposible de controlar al cien por cien su vitalidad. La belleza es el movimiento, el éxtasis. La otra, Andrade, con su interpretación perfecta de todos los matices de la gimnasia, la elegancia desbordada por su carácter, y sus cejas doradas, es una hermosura. La belleza es la calma que consigue en el aire cuando gira.

Durante sus siete días en París, y aún le queda el lunes, Simone Biles ha pasado por varias fases en su proceso de recuperación y reconstrucción tras la crisis de Tokio, que le dejó al borde del pozo negro de la depresión irresoluble. Cada fase, una medalla de oro, el único símbolo que le calma. La victoria liderando a Estados Unidos supuso su resurrección para la causa; la victoria en el concurso individual, la emancipación, y, la tercera, la que consiguió este sábado en el concurso de salto, supone su vindicación, su afirmación por encima de las críticas, del recuerdo que aún le hiere, de los haters que en Tokio, cuando decidió retirarse y pensar en ella, en su salud mental, la insultaban llamándola rajada, cobarde…

Su tercer oro olímpico en París es el séptimo en su carrera, tras los cuatro de Río 2016, y la décima medalla de cualquier color, superando ya a Nadia Comaneci. El lunes, en las finales de suelo y barra de equilibrio, Biles podría conseguir el octavo y el noveno oros, superando la marca de Río, cuando era la niña prodigio. La transición a la mujer que es ahora fue dura y dolorosa, pero la ha convertido en la única deportista que en París desborda el mundo del deporte, y reina por encima de todos. Biles se impuso con 15,300 puntos (la media de sus dos saltos, el biles II y un cheng) por delante de la brasileña Rebeca Andrade (14,966), también segunda en el concurso general, y de su compatriota Jade Carey (14.466).

Nadie habla ya. Solo Simone Biles, dos saltos de los suyos. Uno, el biles II (entrada en yurchenko, una rondada antes de tocar el trampolín para abordar el potro de saltos de espaldas), bloqueo potentísimo sobre el aparato que transforma toda la energía horizontal acumulada en sus 25 metros a la carrera en velocidad de despegue vertical tal que sale volando, y controla su cuerpo en el aire aún para efectuar un doble mortal en carpa, con las rodillas rectas, sin doblarlas como en el agrupado, más fácil. El ejercicio tiene una dificultad tal (6,4) que una ejecución normal ya eleva la nota por encima de la de cualquier rival. Pero en la tarde dedicada a callar bocas y a cerrar heridas, y que brille más aún el diamante de su colgante de cabra, Biles lo saltó mejor que nunca, con su habitual pasito fuera que le penaliza, porque es imposible controlar más en el aterrizaje tanta energía. 15,700 es la nota. Y los privilegiados que estuvieron en la pirámide de Bercy este sábado dieron gracias al destino, porque, según dejó caer la gimnasta, puede que esta sea la última vez que lo ejecuta en competición.

Su segundo salto es un cheng (rondada más medio giro para entrar de frente a la plataforma y mortal en plancha con pirueta y media), territorio Andrade.

Si Biles en el aire es un diablo, movimiento audaz, acrobacia, energía, la brasileña es una estatua inmóvil que es capaz de quedarse en suspensión un minuto. Su bloqueo se puede usar en los catálogos que intenten describir lo ideal. La forma de las piernas, tan rectas, tan juntas, es impecable. Su reino es el cheng, que clava de nuevo. Consigue 9,500 en ejecución, tan cerca del 10 que quema, pero la dificultad del ejercicio es de solo 5.6, ocho décimas menor que el biles II. 15.100. En su segundo salto, Andrade podría haberse lanzado con el triple giro, pero se conformó con un amanar (una entrada Yurchenko, pero con medio giro tras la rondada y la voltereta) para llegar de cara al bloqueo y un vuelo hacia atrás con dos giros y medio. Se arrastró un poco en el aterrizaje. Aunque su forma en el aire sigue siendo única, y aunque se hubiera lanzado al triple giro, no habría alcanzado a Biles, una, que cuando salta, las demás miran y dicen: ¿alguna vez podremos hacer algo así? Suspiran y se rinden. No puede haber mejor vindicación.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.
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