Ruth Beitia y la vida después de la retirada
Después de dar carpetazo a la vida política, la saltadora imparte atletismo en la Universidad y lleva los programas de mujer y deporte de la Federación
“¿Huele a cañerías?”, pregunta Ruth Beitia asomándose a las ventanas de su casa de Santander. Son las 9 de la mañana de un jueves de finales de febrero y hace un sol primaveral. Prepara café para todos mientras enseña las alubias que reposanen la olla exprés. “¡Me encanta cocinar!”, exclama. De una de las estanterías del salón cuelga su acreditación de los Juegos de Río, donde ganó el oro. ¿Y la medalla? “Aquí no guardo nada, está en el Museo del Deporte”, contesta.
A las 10.15 tiene que estar en la Universidad del Atlántico. Es su segundo año: imparte atletismo a 112 alumnos. En la entrada de la Universidad, un par de jubilados que están de paseo mañanero le dicen: “¡Bien, Ruth, has hecho muy bien en dejar la política!”. Lo escuchará más veces a lo largo del día. Ella da las gracias y sonríe. Nombrada candidata del PP a la presidencia de Cantabria el 7 de enero, renunció 15 días después por asuntos personales y familiares. Renunció también a la secretaría de deportes del partido, que ocupaba desde septiembre, y a su escaño en el parlamento cántabro en el que llevaba dos legislaturas. En la primera organizó una comisión permanente de discapacidad y en la segunda se aprobó una ley de discapacidad.
Se ha desvinculado del todo de la vida política y se alejó de unos focos que estaban invadiendo su parcela privada y afectando a sus seres más cercanos. “Cuando abandoné la política, abandoné todos mis cargos y toda la actividad parlamentaria. Cerré ese capítulo, las personas tenemos una capacidad de cerrar las carpetas de nuestro cerebro y yo la he cerrado con candados. He dado carpetazo a esa faceta de mi vida y ahora me apetece más involucrarme en otras”, explica.
Ahora, aparte de profesora, es directora de Estudios Olímpicos de la misma Universidad y también lleva los proyectos de mujer y deporte de la Federación de Atletismo. El resto de su agenda lo llena haciendo multitud de deportes y dedicando tiempo a su familia. “En cierto modo la ha recuperado. Siempre ha estado ahí, claro; cuando estaba en Santander los martes y los jueves era obligatorio ir a comer a casa de mis padres. Pero ahora es genial la sensación de la piel, del tocar, el poder estar con ellos cara a cara. Muchas veces lo estábamos, pero a través de una pantalla. A lo mejor yo estaba en Estados Unidos desayunando y compartía un rato de su comida por Skype”, cuenta.
Con su padre, además, ejerce ahora de fisioterapeuta y rehabilitadora después de que saliera del hospital. “Ahora tengo un ratito más para ellos, para mis hermanos, para mis sobrinos, y amigos”, añade en el coche camino de la Universidad mientras hace un pequeño desvío para enseñar la que fue su casa durante muchos años. Las instalaciones del complejo de La Albericia hoy llevan el nombre de Ruth Beitia.
La saltadora, que cumplirá 40 años el próximo día 1, colgó las botas en octubre de 2017. Dice que no le costó, que no sintió ansiedad, ni tuvo vértigo, ni ha llegado a aburrirse. Tampoco tuvo miedo al después. “Es algo que tenía preparado con la psicóloga”, afirma. La misma que la ayudaba a controlar los nervios en competición. “La vida me ha demostrado que se puede disfrutar desde otro lado. Soy hiperactiva, necesito hacer un montón de cosas y llenar todos los espacios de mi agenda. Es genial poder subir montañas, patinar, andar en bicicleta, aprender a jugar al tenis. He empezado a esquiar. Hago un montón de cosas que antes no había hecho porque solo me dedicaba a saltar”, explica mientras sus alumnos se dividen en grupos de 12 para preparar una presentación sobre historia del atletismo. “¡No se puede salir aquí a hablar con las manos en los bolsillos!”, les regaña explicándoles la importancia del lenguaje corporal. Palidece cuando uno de los grupos dice que los Juegos de Barcelona se organizaron en 1922.
"No sé si estoy preparada para contestar a lo del PP"
Beitia habla sin parar de todo: de su retirada, de los escándalos de abusos sexuales en la iglesia católica, de los programas televisivos, de la nueva generación de atletas españolas —“Salma Paralluelo es tan buena y tiene un físico tan extraordinario que la pones a hacer natación y también sacaría buenos resultados”, dice— de sus antiguas rivales, de los pequeños caprichos que se concedía cuando se entrenaba... Del fin de su breve paso por la vida política no quiere hacer demasiados comentarios. ¿Qué le decepcionó más? “No tengo respuesta. Cuando cerré ese capítulo me he mantenido siempre en silencio, no sé si quiero y estoy preparada para contestar nada más. Cerré ese capítulo; lo he cerrado con buenos candados”, responde. Sentada en la terraza de La Flor de Tetuán, mientras pide almejas y pulpo, se le acerca un fotógrafo que solía cubrir su actividad parlamentaria. “Dejarlo es lo mejor que has hecho”, le dice.
“La Ruth profesora empieza con el listón muy alto y lo va bajando. Intento que sepan que la disciplina forma parte del deporte, intento transmitir todos los valores que aprendí como atleta. Que haya respeto, conexión y compañerismo”, asegura. No ha pillado a nadie copiando todavía; les ha advertido de que si coge a uno, anula el examen de todos.
¿Ha descubierto algo de usted que no conocía? “Siempre he sido una persona con espíritu de sacrificio, perseverancia y saber estar. Llegó un momento en la montaña [cuando hizo su primer 4.000] que entendí que ella es la jefa, que ya no era yo la persona que tenía todas las respuestas sino que la montaña la que me las daba. Un día salimos del refugio, estábamos a 3.000 y pico metros. Nos íbamos a 4.200, había nevado, me iba metiendo cada vez más y más en las huellas, cada paso era interminable y tuve un bloqueo total que nunca había tenido entrenando. Pedí un minuto, lloré, me quité esa ansiedad e impotencia que no había descubierto en el atletismo, porque siempre había sido todo genial, y a partir de ahí tiramos para arriba y salió todo perfecto”, se sincera.
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