Boca - River, la Final
Los dos equipos argentinos disputan este sábado la ida de un duelo que desborda todas las pasiones en Argentina, el enfrentamiento que nadie quería jugar por el miedo a perder
En una pared de Buenos Aires, una pintada futbolera proclama amor eterno a su equipo: “No son 90 minutos, es toda una vida”. La final a doble partido de la Copa Libertadores que Boca Juniors y River Plate comienzan a jugar este sábado (21.00, #Vamos y Movistar Liga de Campeones) con la ida en la Bombonera y terminarán de definir dentro dos semanas en el Monumental rezuma ese halo de inmortalidad: pasará mucho tiempo y se seguirá hablando de lo que ocurra en 180 minutos de los que no cabe esperar un gran espectáculo deportivo pero sí un géiser de emociones. El yin y el yang del país de Alfredo Di Stéfano, Diego Maradona y Lionel Messi, los dos equipos más opuestos y complementarios, definen al campeón de América y a uno de los posibles rivales del Real Madrid en el Mundial de Clubes, pero eso parece poca cosa en comparación a lo realmente que está en juego: saber quién asesta el mayor golpe de autoridad en la historia del superclásico de un fútbol que año a año acentúa su tribalismo, con hinchas que se distancian de la selección y se refugian en sus equipos.
Serán los partidos más hiperbólicos en una atmósfera ya de por sí exagerada, la argentina, pero en un contexto insuperable desde lo competitivo. Desde que la Conmebol habilitó en 2005 la posibilidad de que dos equipos de un mismo país se enfrentaran en la final de la Libertadores será el tercer cruce entre clubes compatriotas (tras los duelos brasileños de São Paulo-Paranaense en 2005 e Internacional-São Paulo en 2006), pero el primero entre dos rivales antagónicos. Tampoco hay antecedentes de dos equipos de una misma ciudad que definan el torneo más importante de Sudamérica. Desde la pasión es difícil encontrar una definición similar: Boca-River, que nacieron y juegan en Buenos Aires, concentran entre el 60% y el 70% de los hinchas del país.
Argentina está en combustión. Hasta el pésimo año de la economía, con una inflación que rondará el 45% anual y una depreciación del peso cercana al 50%, quedará en segundo plano. El espectáculo cruza toda la sociedad. El presidente del país, Mauricio Macri, titular de Boca entre 1995 y 2007, intentó en vano que se levantara la prohibición para que los hinchas visitantes acudieran a los estadios; la comunidad judía pidió (también en vano) que los partidos no se jugaran un sábado por la tarde; y los enamorados que tenían fecha de boda para hoy y para dentro de dos semanas maldicen su mala suerte. Los encargados de organizar las bodas son testigos de acalorados entredichos: algunos novios piden una pantalla gigante para que la final pueda verse durante la fiesta y las novias se oponen a que el fútbol se interfiera en un día tan esperado. También aumentaron las consultas a los cardiólogos y es frecuente escuchar a aficionados decir que tomarán un ansiolítico para hacer más llevadero el día.
Pero el partido que despertó interés en casi todo el mundo (la final de la Copa tendrá horario europeo por primera vez desde 1987) es el que ni River ni Boca querían jugar. El miedo a la derrota en el fútbol argentino es superior al placer del triunfo y nunca un segundo puesto tendrá semejante sabor a derrota.
Con Ábila, Benedetto, Pavón, Villa, Zárate y Tévez, Boca tiene una mayor capacidad goleadora. Pero el técnico de River, Marcelo Gallardo, sancionado, es especialista en preparar partidos mano a mano. Bajo su mandato, River venció este año a Boca en la Supercopa argentina y se quedó con los últimos dos cruces internacionales, en semifinales de la Copa Sudamericana 2014 y octavos de final de la Libertadores 2015. La serie que no pudo terminar porque hinchas de Boca lanzaron gas pimienta a los jugadores rivales. Los ojeadores europeos pondrán especial atención en Exequiel Palacios, el mediocampista de 20 años de River.
Boca irá por su séptima Copa, cifra que sólo tiene Independiente. River, por su cuarta. Este sábado se para el mundo.
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