Solari y Nietzsche
El nuevo técnico del Madrid se entiende con la filosofía, pero también con el amateurismo del fútbol base
Un precio que juega. Bale ejemplifica lo difícil que es tender puentes entre el fútbol y el negocio. Para el club es una gran inversión, para los entrenadores un gran talento que te da “hoy un juramento y mañana una traición” (tango dixit). En el último partido de Zidane (final de Champions), Bale fue suplente y en el último de Lopetegui (el Clásico) fue suplantado. Son partidos con mucha carga simbólica donde los entrenadores nos cuentan cosas sobre el estatus de los jugadores y esta es fácil de interpretar. Sabemos que en el próximo partido Bale puede marcar el gol del campeonato, pero que le falta el carisma, la ambición y hasta la salud para llenar las expectativas de su colosal cotización. Por supuesto que él no tiene la culpa del precio que le puso el mercado, pero sí es responsable de reclamar una libertad en el campo que su rendimiento no autoriza.
De culpables. El club lo apuñalaba al oído de los periodistas, los periodistas lo apuñalaban delante de los micrófonos y los aficionados lo fueron dando por apuñalado en cada encuesta. Lopetegui simulaba estar vivo. Como pasó demasiado tiempo, cuando el Barça le asesinó oficialmente, Julen era poca víctima para el tamaño de la crisis. Las redes ya apuntaban hacia arriba alcanzando a Florentino, y sobre todo hacia abajo, disparando a granel sobre los jugadores. La masa, que tiene mucha imaginación cuando se enfada, también tiene un patrón. A los jugadores se les acusa de tener mala actitud y poco compromiso con el escudo. Ocurre desde que el fútbol es fútbol, pero quiero que alguien me traiga una sola prueba de falta de profesionalidad. El problema del Madrid es futbolístico, de modo que hay que buscar la solución en la cancha, no en los estilos de vida.
De quereres. El fútbol es cosa de jugadores. De todos los jugadores, los que llegan a Wembley y los que juegan en un parque. Los del parque derivan en aficionados y sienten que tienen el monopolio del amor. Los profesionales, en cambio, son acusados de interesados, una machacona injusticia. Entre el aficionado y el profesional se interpone un gran prejuicio: el dinero. Pero no tengo ninguna duda de que el futbolista es fruto de muchos amores superpuestos. Empieza en el amor a la pelota, se extiende al amor por el juego y finalmente al fútbol, que abarca el espectáculo entero. Solo esa pasión permite dedicar horas y horas al aprendizaje de eso que se llama oficio, término demasiado técnico para definir el dominio de una materia tan infantil. Que quede claro, cuando llega el día del partido, el aficionado y el profesional llevan al campo, por lo menos, el mismo amor por el fútbol. Y el mismo odio a perder.
De cabeza al barro. Y llegó Santiago Solari, “con dos cojones contra el Melilla”. Unas manifestaciones que chocaban con el comunicado de despedida de Lopetegui, donde el club presumía de sus siete candidatos al Balón de oro. Son las disfunciones que en el Madrid provoca, por un lado, la calidad de una plantilla de lujo y, por otro, el persistente reclamo de autoridad. Para sintetizar, supongo que Santiago hablaba de Cojones de oro. En Solari no hay tal disfunción, sino una personalidad compleja. Si bien se entiende con Nietzsche, proviene de una familia de grandes profesionales del fútbol que, cuando dejaron de jugar, volvieron al amateurismo de canchas irregulares y pelotas viejas para enseñar el fútbol desde la sabiduría, la astucia y el sacrificio. Santiago mamó todo eso desde la infancia, de manera que conviene no subestimarlo, debajo de su impecable traje hay un balón lleno de barro.
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