“¡Pero Seve, que son las cuatro de la madrugada!”
Jugadores españoles que han disputado la Ryder recuerdan sus vivencias, muchas alrededor de Ballesteros
¿Qué hacía Miguel Ángel Jiménez en albornoz, a las cuatro y media de la madrugada, tirando piedrecitas a la ventana de Seve Ballesteros y Carmen Botín? Fue en 1997, en Valderrama, y es una de esas escenas que ilustran lo especial que es la Ryder Cup, el gran enfrentamiento bienal entre Europa y EE UU que este viernes abre un nuevo capítulo en París.
Jiménez era vicecapitán en aquella histórica edición, la primera que se celebraba fuera de EE UU y de las islas británicas. Había sido un empeño personal de Seve, el gran capitán que todo lo controlaba. “Intenso, muy intenso. Con Seve todo era muy intenso”, recuerda El Pisha, que todavía ríe cuando revive ese momento tan especial. “A las cuatro y media de la madrugada del jueves llaman por teléfono a mi habitación del hotel Sotogrande. Es Seve: ‘¡Miguel, vente que tenemos que organizar las parejas!’. ‘Pero Seve, vamos a dormir un poco, que son las cuatro de la mañana…’, le digo. Teníamos todo un día por delante. ‘Las cosas hechas, hechas están’, me contestó. Así que me puse un albornoz y ahí fui. Estábamos en casas separadas. Imaginando que su mujer estaría durmiendo, cogí una chinita del suelo y la tiré a su ventana. Los guardias me miraban extrañados… No sé lo que se imaginaron. Seve estaba tan emocionado que no podía dormir. Necesitaba hablar con alguien”, rebobinaba hace unos días el andaluz en Alicante, durante la inauguración de una zona de juego corto en Las Colinas.
Seve y Jiménez son dos de los 10 golfistas españoles que han disputado la Ryder, junto a Antonio e Ignacio Garrido, José María Cañizares, Pepín Rivero, Manuel Piñero, Chema Olazabal, Sergio García y Rafa Cabrera Bello. A la familia se unirá Jon Rahm en una competición única. Son muchos los recuerdos, y muchos tienen a Seve como el hilo conductor.
“Era el motor”, le define Jiménez. “Medio equipo, el alma entera. Se desvivía por todos”, dice Rivero. Quedaba claro a cada segundo. En 1989, todo el grupo europeo estaba uniformado a las ocho de la mañana para la foto de equipo. Todos menos Seve, que bajó a la carrera… vestido con un traje que no era el oficial. Sam Torrance miró al capitán, Tony Jacklin, y le dijo: “¿Esto quiere decir que todos los demás nos tenemos que cambiar?”. Ese era el peso de Seve. Un torrente incontenible.
Chema Olazabal, el heredero
“El golf cambió en 1985, el año de la primera victoria de Europa, y yo jugué con Seve”, rememora Manuel Piñero, que se había estrenado en 1981 contra “el mejor equipo de EE UU, los Nicklaus, Tom Watson, Lee Trevino… mitos”. “Luego, en el 85, nos quitamos los complejos. Recuerdo andar con Seve por el hoyo siete, un par tres, y los ingleses comenzar a gritar ¡Viva España! ‘Si esto sigue así, no voy a poder jugar’, le dije a Seve. La emoción era muy fuerte, y todo era por él. Jugar a su lado era una responsabilidad. Había que mantener el nivel. Con su temperamento… ‘No puedo defraudarle, no puedo fallar’, pensabas. Luego él se frustraba más con sus fallos... En el 18 había que pasar por un puente. Yo le dejaba paso, pero me esperó y levantó mi brazo para que la gente lo viera. Ese era Severiano Ballesteros”.
Seve ejercía de padre. Especialmente con Olazabal, con quien formó la mejor pareja de la historia (dos derrotas en 11 partidos), y su mejor heredero. El vasco, siete veces jugador ryder, una vicecapitán y capitán en el milagro de Medinah en 2012, comenzó su camino en 1987. “Yo estaba como un flan”, recordaría después. “Nunca había visto una atmósfera igual en un campo de golf, con aquel gentío tan bullicioso. Iba cabizbajo al tee del 1 y Seve se me acercó y me dijo: ‘José María, tú haz tu juego y yo me ocupo del resto’. Me quitó toda la presión”. Olazabal descubrió aquel año un universo nuevo al que desde entonces ha sido absolutamente devoto. Fue cuando aprendió que siempre debía escuchar a los mayores. Y usar la psicología como Seve hacía con él, para tocar la fibra sensible de sus muchachos y hacerles creer que eran invencibles.
“La Ryder ha creado una mística”
“Esa emoción de la Ryder no se puede explicar, hay que vivirla”, dice Antonio Garrido. Seve y él fueron en 1979 los primeros jugadores de la Europa continental en puntuar, el año que se abrió la puerta a los no británicos. “No parecía que les hiciera mucha gracia que estuviéramos allí”, dice José María Cañizares, que debutó en 1981; “era como estar de prestado, fuera de lugar. Pero menos mal que fuimos. Si no, hubiera sido un desastre”. A Garrido le sucedería en 1997 su hijo Ignacio como jugador europeo. Entonces Ballesteros ya era el capitán. “Era omnipresente”, revive Ignacio, “estaba en todos los hoyos”.
“La Ryder es distinta, no juegas para ti, y ha creado una mística. Hay momentos en que se te ponen los pelos de punta y no se te van en todo el torneo”, comenta Jiménez. Las vivencias son interminables. Cañizares habla de un viaje de Londres a Nueva York en 1983 en el Concorde: “¡Un cohete! Yo iba como un ricachón”. Jiménez no olvida cuando en 2004 le pidió a Bernhard Langer, el capitán, vino tinto español, una cafetera espresso, aceite de oliva virgen y puros habanos. El serio alemán complació al hombre de la coleta, claro. Y es que la comida también entraba en juego. En 1997, Seve supervisaba todo, desde las habitaciones al menú, y aunque en el team room de los americanos no faltaba el mejor jamón y el mejor vino, a los visitantes no les convencía la dieta mediterránea. A la segunda noche pidieron pizzas y hamburguesas. A Seve aquello le sentó fatal. Ganarles fue una buena venganza.
Lazos amarillos en homenaje a Celia Barquín
Celia Barquín también juega la Ryder. Los jugadores europeos llevaron este martes, durante la foto oficial, un lazo amarillo (el color favorito de ella) con el nombre en rojo de la golfista española asesinada el pasado 17 de septiembre. “La familia del golf va más allá de lo que estamos tratando de hacer esta semana. El asesinato de Celia cuando estaba jugando al golf es algo que ha golpeado a todos y, obviamente, mucho a nuestros dos jugadores españoles”, explicó el capitán europeo, Thomas Björn, en referencia a Jon Rahm y Sergio García. “Tras hablar con la madre de Celia, decidimos hacerle este homenaje. Sergio y Jon cuentan cosas muy buenas sobre ella”, añadió Björn. Los lazos amarillos están disponibles para los golfistas de los equipos europeo y estadounidense.
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