Tiger se encuentra con Tiger
El golfista estadounidense, de 42 años, vuelve al más alto nivel después de no saber si podría vivir sin dolor
“Es un exjugador”. “Ya no puede competir”. “Debería retirarse”. “No volverá a ganar”. “Su juego se ha ido”. “No tiene salud”. “Nunca será el mismo”…
Es un vídeo de menos de un minuto. Sentado, con una tablet en las manos, Tiger Woods escucha a diferentes analistas de golf dar su opinión sobre él. El jugador estadounidense apenas se inmuta pese a la colección de negativos pronósticos acerca de su futuro. Solo al final, con la última estocada, levanta la cabeza y sonríe ligeramente. Su gesto no es de rabia. No parece furioso pese a la lapidación colectiva que acaba de sufrir. Su mirada es más débil. Comprensiva. El Tigre acepta lo que piensan sobre él. Es más, es lo que él mismo pensaba sobre sí mismo hace no tanto. Que no volvería jamás a sentirse jugador. Que a los 42 años, con un cuerpo a costurones después de cuatro operaciones de espalda y cuatro de rodilla izquierda, el baile se había acabado.
Pero un campeón herido sigue siendo un campeón. Tiger quería al menos intentarlo, darse otra oportunidad. Y cuando este año empezó a competir, todavía con miedo, descubrió que ese dolor que le había hecho la vida imposible había desaparecido. Las piezas habían encajado. Si estaba sano, se trataba de recuperar el golf que todavía corría por sus manos. Seguía estando hambriento. El segundo puesto en el Valspar, en marzo, le demostró que aún podía plantar cara a los jóvenes. Desde ahí todo fue hacia arriba. Un sexto puesto en el Open Británico, en el que fue líder a falta de nueve hoyos, fue la señal de su regreso definitivo en los grandes. El segundo lugar en el PGA, tras Brooks Koepka, le situó a un paso de la cima. Y este domingo, más de cinco años después de su anterior triunfo, Tiger Woods volvió a ganar un título, el Tour Championship, última cita de la temporada en el circuito americano. La 80ª corona de su carrera, a solo dos del récord de Sam Snead. Y la demostración de que todos aquellos que habían sellado su tumba deportiva, incluso él mismo, estaban equivocados.
“Mi cuerpo estaba hecho un desastre”, admitió Woods este domingo, después de una victoria que le asciende al 13º escalón en la clasificación mundial —en su caída a los infiernos fue el 1.199 el pasado noviembre—. “Ni siquiera sabía si iba a poder vivir sin dolor. No podía caminar sin que me dolieran la espalda y las piernas. Me preguntaba si un día podría sentarme, levantarme o estirarme sin sentir dolor. No quería vivir así. Jugar al golf me parecía imposible. El mero hecho de jugar ya era un éxito. Quienes han estado cerca de mí saben lo que he pasado. Ahora puedo disfrutar de hacer todo esto de nuevo”, dijo un emocionado Woods.
Los sentimientos se le agolpaban. “Me ha costado no llorar en el último putt”, confesó. Había mucho sufrimiento detrás de ese golpe. Hubo mucha recompensa después. Como en los abrazos de sus hijos, Sam Alexis y Charlie Axel, que apenas recordaban a su padre ganando un torneo, dos niños que en los últimos años solo habían visto a un hombre enfermo y dolorido, un hombre detenido por conducir bajo los efectos de medicamentos contra ese dolor maldito, que ni siquiera podía caminar en línea recta cuando le paró la policía...
Había eterno agradecimiento en el abrazo con su caddie, Joe LaCava, que no quiso trabajar para otro jefe y se mantuvo fiel, esperando paciente, mientras Tiger se rehabilitaba.
Y había pasión, admiración, en las miles de personas que convirtieron el hoyo 18 en una manifestación como no se recordaba desde hace mucho tiempo en un campo de golf. “Fue difícil no llorar en ese último hoyo”, abundó Tiger. “No pude pasar de 79 títulos en mucho tiempo. Llegar a 80 es una gran sensación. Sam [Snead] todavía está por delante, pero creo que aún tengo tiempo por delante para intentar superarle”, añadió.
Tiempo. Tiger ha recuperado lo que pensaba que ya nunca tendría. Tiempo y salud para seguir en lo más alto. “Su regreso a este nivel es lo mejor que le puede pasar al golf. Todos los que hemos jugado con él sabemos lo que representa, la cantidad de gente que mueve, lo que cambia un torneo si está el Tigre o no”, explica Miguel Ángel Jiménez. “Yo veo a un Woods diferente, más humano”, añade Nacho Gervás, director técnico de la federación española; “en su trato con los aficionados, en su manera de comportarse en el campo, menos robótico”. Aún así, tuvo que ser un bloque de hielo para soportar la presión y el ambiente que se generó este domingo a su alrededor.
El mismo clima se espera esta semana en París en la disputa de la Ryder Cup. No es que Tiger tenga una especial relación con la competición entre Estados Unidos y Europa —sólo ha ganado una vez en siete participaciones y en sus partidos suma 13 victorias, 17 derrotas y tres empates—, pero EE UU se sube a su gran estado de forma para aumentar todavía más su favoritismo.
Hoy Tiger no se discute. Aún resuenan las voces de quienes le habían enterrado, entre ellos el golfista Pat Pérez, que hace un año fue muy crudo: “Acaba de fundar una empresa, así que debe mantener su nombre. Se dejará ver, enseñará su bolsa Monster, su driver de Taylormade, vestirá la ropa de Nike… pero sabe que no puede ganarle a nadie”, dijo.
Como a otros, Tiger no podía entonces desmentirle. Era verdad. No podía ganar a nadie. No podía ni jugar. Su agenda la escribía el cirujano. Hasta que regresó de las sombras. “Soy un milagro”, afirmó en marzo. Un milagro que vuelve a ganar.
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