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Wimbledon pierde al rey Federer

El sudafricano Anderson remonta dos sets y una bola de partido (2-6, 6-7, 7-5, 6-4 y 13-11), y despacha al gigante de la hierba en un pulso de 4h 14m. Se medirá en semifinales a Isner (6-7, 7-6, 6-4 y 6-3 a Raonic)

Federer se despide del público de la Pista 1, con Anderson detrás, este miércoles en Wimbledon.
Federer se despide del público de la Pista 1, con Anderson detrás, este miércoles en Wimbledon.Julian Finney (Getty)
Alejandro Ciriza

Hay una señal inequívoca de que la cosa no marcha bien.

Cuando Roger Federer se retira con el dedo índice la única lágrima de sudor que recorre su mejilla significa que algo se ha torcido, que la historia pinta fea y que está a punto de producirse algo importante. En este caso, la caída del rey de la hierba, el adiós contra todo pronóstico del suizo en los cuartos. Un petardazo como una catedral, porque solo los más osados, osadísimos ellos, contaban con el gigantón Kevin Anderson. A este le dio por reventar todos los esquemas. Remontó dos sets, una bola de partido y despachó al de Basilea de su jardín. En Wimbledon, de repente, un golpe de estado: 2-6, 6-7, 7-5, 6-4 y 13-11, después de 4h 14m. Contra cualquier tipo de lógica,

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El día comienza feliz para él, con el tenis sedoso de siempre, dos parciales arriba y acariciando un récord –el de superar las 34 mangas consecutivas que él mismo estableció de 2005 a 2006– que al final no llega. Anderson no se rinde, se levanta y desafía. Le araña una manga y a medida que avanza el reloj va enredando más y más, a la vez que se tuerce el gesto del suizo. Para cuando se quiere dar cuenta, Federer se ha metido en un agujero del que no podrá escapar. Su adversario le fríe con el servicio (28 aces) y va derritiéndole hasta derivar el partido a la circunstancia ideal para él: quinto set, sin tie-break de por medio, con el rey inmerso en un mar de dudas y cada vez más cegado, más obtuso. Más desenfocado.

Así, a partir de las condiciones más adversas, Wimbledon ha forjado infinidad de héroes inesperados y ha derribado mitos. Ninguno como el de Federer, ocho veces ganador en Londres, idolatrado por un público que este miércoles tuvo que emigrar a la Pista 1 porque la organización así lo había decidido. Por primera vez en tres años, el campeón de 20 grandes actuaba lejos de la central, su Catedral, y la mudanza le desnaturalizó cuando nadie, si acaso muy pocos, lo preveían. De repente, Anderson tumba al gran gigante verde y se hace un nombre, aunque ya había ido dejando algunas pistas. Octavo mejor jugador en estos momentos, el año pasado ya se filtró hasta la final del US Open y ahora presumirá de la hazaña.

Hasta ahora, esta edición se había traducido en un paseo militar para Federer, que fue deshojando la margarita –Lajovic, Lacko, Struff y Mannarino– sin mostrar el más mínimo signo de debilidad. Todo lo contrario. A lomos de esa fantástica serie de victorias que le condujo al título el curso pasado y le había reforzado aún más si cabe en este, al final fue víctima de su propia superioridad.

De la bravuconada a una realidad

Poco exigido hasta ahora, más allá de su incuestionable categoría en la superficie, encaró a Anderson con determinación, pero después fue levantando el pie del acelerador y pecó de un exceso de conformismo. No se asomó apenas a la red hasta que el enredo adquirió dimensiones considerables, y en ese punto fue perdiendo el color y difuminándose, a la vez que el sudafricano se lo creyó, percutió e insistió hasta que el rey inclinó definitivamente la rodilla.

Veterano de 32 años, Anderson (Johannesburgo, torre de 2,03) tuvo la frialdad y el temple, sabedor de que tarde o temprano Federer caería como fruta madura. Arrestos y amor propio no le faltan. Hace cuatro meses, durante la jornada de atención a los medios en Indian Wells, afirmó que a su mejor nivel no tenía nada que envidiar a Nadal y Federer. Una bravuconada que este miércoles se hizo realidad, porque entró en combustión y el segundo (ojo: 3/12 en opciones de break) fue descomponiéndose, sin saber cómo frenarle. Ya había derrotado a otros dos colosos, Novak Djokovic (Miami 2008) y a Andy Murray (Canada 2011 y US Open 201), de modo que la única muesca que le falta a su revólver es la de un triunfo contra el mallorquín.

Lo que arrancó estupendamente para Federer (36 años) finalizó en una lenta y desesperante agonía. De repente, sin lógica alguna (porque el tenis no la tiene), Wimbledon se echaba las manos a la cabeza y sollozaba. Su rey, El Rey, se iba antes de lo previsto.

“ESTOY DECEPCIONADO, PERO ESTOY BIEN”

Elegante en toda circunstancia, le sea o no favorable, Federer subrayó el partido de Anderson y desdramatizó su derrota. Sin exteriorizar nada más allá de la pena acorde a una despedida, el suizo insistió en el mérito del sudafricano y dijo querer pasar página para regresar el próximo año a Londres y reparar este último daño.

“No sé cuánto tiempo tardaré en recuperarme. Puede que sea mucho o tal vez media hora… El objetivo es volver aquí la próxima temporada y ganar. Estoy decepcionado, lógicamente, pero estoy bien”, indicó el suizo, que este año hizo otra vez una apuesta en firme por la hierba y no compitió en la gira de tierra batida.

“Claro que es decepcionante perder después de ganar los dos primeros sets y tener un punto de partido, pero ya me ha ocurrido esto antes”, recordaba. “No me estaba sintiendo mal, en realidad. No tenía fatiga mental, pero ahora sí que la tengo. Hay veces que no estás bien, pero das lo mejor de ti; al menos lo suficiente como para seguir peleando en la pista y ganar", agregó.

E incidió para concluir: “El partido no fue horriblemente negativo. No estaba siendo uno de mis mejores días, pero sí en la media de uno en el que podría haber ganado”.

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Sobre la firma

Alejandro Ciriza
Cubre la información de tenis desde 2015. Melbourne, París, Londres y Nueva York, su ruta anual. Escala en los Juegos Olímpicos de Tokio. Se incorporó a EL PAÍS en 2007 y previamente trabajó en Localia (deportes), Telecinco (informativos) y As (fútbol). Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Autor de ‘¡Vamos, Rafa!’.

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