Las ‘supermamás’ de Brasil
Seis de los 11 titulares de la Canarinha se criaron sin padre y han triunfado tras superar infancias muy difíciles
Cada vez que marca, Gabriel Jesus hace la señal de un teléfono con la mano y el dedo pulgar pegado en la oreja. La celebración, conocida como Hola, mamá, es un homenaje a Vera Lúcia, la mujer que, sin ayuda de nadie, lo crió a él y a sus tres hermanos. “Siempre fue padre y madre”, suele decir el 9, que conforma el grupo de seis de los 11 titulares de la selección brasileña, junto a Miranda, Thiago Silva, Marcelo, Casemiro y Paulinho, que crecieron sin el apoyo de sus padres biológicos. Es una realidad común en Brasil. Según los estudios, las mujeres sacan adelante el 40% de los hogares brasileños, y en un elevado nivel de familias —cerca de 12 millones—, carecen de cónyuges que les ayuden a criar a sus hijos. Los estudios consideran que este panorama agrava el riesgo de vulnerabilidad social, ya que los ingresos medios de las mujeres —especialmente los de las mujeres negras— siguen estando bastante por debajo no solo de los de los hombres, sino también de los de las mujeres blancas.
Vera, abandonada por su marido y que se fue a vivir con otra mujer antes de que naciera Gabriel Jesus, nunca dejó que le faltara nada a su hijo pequeño. “Cuando iba a los partidos y veía a mis amigos, tenía envidia por no tener un padre allí. Pero, del modo en que mi madre me crió, enseguida me olvidaba de que tenía un padre”, contó el delantero a The Players’ Tribune.
La historia familiar del hoy delantero de Brasil se parece a la de Paulinho. El mediocentro del Barcelona lleva el nombre de su padre, José Paulo Bezerra Maciel, pero apenas lo ve. La última vez fue cuando aún jugaba en el Corinthians, en un partido contra el Náutico en el estadio dos Aflitos, en Recife, en 2012. José Paulo estaba en la grada y el centrocampista le regaló su camiseta al final del encuentro. Su padre, descendiente de indios Xucuru, en la región interior de Pernambuco, se separó de la madre, Erica Lima, nada más nacer Paulinho. El contacto con sus dos hijos era escaso y prácticamente se limitaba a breves llamadas telefónicas desde que el chico tenía 13 años.
En el Corinthians, Paulinho —que casi llegó a dejar el fútbol tras sufrir racismo e impagos en su primer paso por Europa, en el Vilnius lituano— dividía el dilema de la ausencia paterna con Cássio. El tercer portero de la selección en el Mundial nunca conoció a su padre, que, según los familiares, desapareció tan pronto supo que la madre, Maria de Lourdes, estaba embarazada. Varios programas de televisión llegaron a buscarlo con el objetivo de propiciar un encuentro, pero el guardameta siempre rechazó esa posibilidad. “Tuve una infancia difícil. Cuando necesité a mi padre, no estaba presente”, recordó.
Al igual que Paulinho, que fue criado desde que tenía tres meses por su padrastro, Cássio tuvo el apoyo de su tío, João Carlos Kojak, al que ayudaba en un lavadero de coches en Veranópolis. “Más importante que tener una base paterna, es tener una base de valores”, apunta la psicóloga deportiva Suzy Fleury, que formó parte del cuerpo técnico de la selección brasileña. “Muchas veces, la madre u otra persona, como el padrastro, el tío o incluso un entrenador, logra asumir los roles de acogida que le corresponderían al padre biológico. Por eso hay varias historias en las que la ausencia paterna no impide que un jugador alcance el éxito futbolístico”.
Alcoholismo, abandono...
Es el caso de Marcelo. Sus padres se separaron muy pronto y se fue a vivir con sus abuelos a los cuatro años. El abuelo Pedro asumió el papel de padre. Además de encargarse de que no faltara nada en casa, lo llevaba a los entrenamientos del Fluminense e iba a ver todos sus partidos. “Prácticamente se desvivió por un chaval de 13, 14 años, sin saber que acabaría siendo futbolista”, contó Marcelo en su canal de YouTube. Pedro murió en 2014, durante el Mundial de Brasil. “Mi abuelo fue padre y madre por todo lo que hizo por mí”, explicó.
Los centrales de la selección también crecieron sin sus padres. Miranda lo perdió cuando tenía 11 años. Maria, su madre, tenía otros 11 hijos que mantener cuando enviudó. Thiago Silva vio, con cinco años, cómo su padre le abandonaba. Nunca más lo vio desde que se separó de su madre. Cuando estaba embarazada, Angela se planteó abortar al no estar en condiciones de criar otro hijo —ya tenía dos—. Su familia le convenció de cambiar de idea y llevó la gestación hasta el final, pero el matrimonio se fue desmoronando a medida que aumentaban las dificultades financieras en casa. Se casó en segundas nupcias con Valdomiro, quien cuidó de Thiago Silva como a un hijo. Tanto que el central no ocultó su emoción al lamentar su muerte, en octubre de 2014: “Si he llegado hasta donde he llegado en mi carrera, ha sido gracias a ti. El hombre que fue mi padre, amigo, compañero y mi superhéroe. Todas las veces que lo necesitaba, siempre estabas ahí para salvarme”.
Para Casemiro, la separación de su padre ocurrió más pronto todavía, a los tres años. Creció con su madre Magda y sus dos hermanos en una casa humilde de São José dos Campos, pero contó con el incentivo de Nilton Moreira, entrenador de una escuela de fútbol de la ciudad, para despuntar en el fútbol. Por otro lado, Taison, suplente de la selección, enseguida tuvo que ponerse a trabajar para ayudar a que hubiera comida en la mesa para él y sus 10 hermanos en el barrio Navegantes de la ciudad de Pelotas. Su padre, sumido en el alcoholismo, se separó de Rosangela, que dependía de las donaciones de una iglesia para que sus hijos no pasaran hambre. Antes de fichar por el Inter de Porto Alegre, el mediapunta trabajó de gorrilla, pintor y albañil. Taison no titubeó. “Soy una persona batalladora. No he llegado a la selección por casualidad. Todo lo que tengo hoy se lo debo a ella”, dijo, en alusión a Rosangela, otra supermamá de Brasil.
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