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Mundial de Rusia
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sin fútbol, no hay orgullo que alcance

Argentina llegó al Mundial en estado de emergencia. Sin un equipo, sin una estructura definida, sin saber cómo y a qué iba a querer jugar

Messi durante el partido entre Argentina y Francia.
Messi durante el partido entre Argentina y Francia. ROBERT GHEMENT (EFE)

Inobjetable. Inapelable. Mucho más claro en el juego que en la chapa final. Francia despidió a Argentina del Mundial desnudándole todas sus carencias, obligándola a exponer pieza por pieza cada uno de los múltiples defectos que la habían puesto en la cornisa del fracaso absoluto en la primera fase.

La selección de Messi se enganchó a la épica para mantenerse en pie ante Nigeria y llegó a Kazán convencida de que bastaba con el carácter y el temperamento para estirar su vida en Rusia. Mbappé y los suyos le hicieron saber que no era así en quince minutos. Y aunque algunos aciertos fortuitos y la siempre presente personalidad competitiva argentina lograron sostener la resistencia y la ilusión durante una hora, el final se abrazó a la lógica antes que al milagro.

Argentina llegó al Mundial en estado de emergencia. Sin un equipo, sin una estructura definida, sin saber cómo y a qué iba a querer jugar. Los interrogantes tampoco encontraron respuesta en las dos semanas vividas en tierras rusas. Cuatro alineaciones y planteos diferentes, vaivenes anímicos extremos, confabulaciones internas, dudas interminables del cuerpo técnico y una evidente falta de jerarquía individual en determinadas posiciones conformaron un cóctel implosivo.

Jorge Sampaoli no logró resolver el mismo enigma que envolvió a todos sus antecesores en la última década, no supo encontrar el modo de rodear a Lionel Messi de un funcionamiento que lo potenciara y le permitiera sacar a la luz todas sus virtudes. Apoyado por el propio capitán incluso desde antes de su nombramiento, el ex técnico de Chile fue incapaz de sobreponerse al mareo que ha provocado en todos los entrenadores argentinos el hecho de tener al mejor del mundo a sus órdenes. Nunca pudo descolgar del póster imaginario de su habitación mental. Y a partir de ese pecado, el descalabro llegó en cascada.

Argentina asistió a la última función de una generación que se retirará sin levantar ningún título, prolongando una sequía de festejos que data desde 1993, cuando ganó la Copa América. Javier Mascherano ya anunció su retiro de la selección. Quedan muchas dudas sobre lo que decidirán Agüero, Higuaín, Di María, Biglia y hasta el propio Messi.

Detrás, el horizonte muestra un ancho y peligroso desierto. Desorganizado en lo institucional, empobrecido en lo formativo y golpeado por las derrotas en serie, el fútbol argentino se enfrenta a partir de hoy mismo con un futuro más que preocupante.

En Kazán, Argentina enseñó su orgullo, su vergüenza, su identificación con la camiseta. Le faltó el fútbol. Mbappé y sus amigos se encargaron de desatornillarle la última ilusión que le quedaba.

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