Cristiano antes de Ronaldo
Cansado de escuchar que era buenísimo, pero qué lástima que fuese tan delgadito, a los once años se colaba en el gimnasio para hacer ejercicios
A propósito de Usain Bolt, Benjamin Markovits escribe una frase que explica a Cristiano Ronaldo: “Los atletas dependen más que otras personas de los mitos que pueden contar sobre sí mismos”. Jimmy Burns acaba de publicar un libro, Cristiano y Leo (Roca, 2018) en el que revela la construcción del narcisismo endiablado de la estrella de Portugal y Real Madrid. El niño enclenque de pobre, la rabia contra el alcoholismo del padre (antiguo soldado de la guerra de Angola) que se llevó la familia por delante y la obsesión enfermiza, desde crío, no por salir de la pobreza, ni por demostrarle nada a su padre, sino por ser el mejor jugador del mundo. Una frase que repetía en Funchal y en Lisboa con tanta insistencia, en circunstancias tan ridículas, que normalmente acababa siendo objeto de burla.
Pero hizo de ese anuncio -una especie de buena nueva con la que se presentaba en la vida- el centro de ese relato. Como si de alguna manera buscase en las risas de los demás el último ingrediente que necesitaba para ejecutar la tormenta perfecta. Cansado de escuchar que era buenísimo, pero qué lástima que fuese tan delgadito y pequeño, a los once años se colaba por la ventana trasera del gimnasio para hacer ejercicios; tuvieron que poner cerrojos especiales en la puerta y en las ventanas del gimnasio, le cuenta un directivo a Burns en el libro. Del colegio le expulsaron por tirarle una silla a un profesor. Se colocaba pesas en los tobillos y subía con ellas las enormes pendientes de Funchal. A los quince años, durante un chequeo, descubrieron que su corazón latía muchísimo en reposo; se le descubrió un soplo, fue operado y salió del quirófano diciendo que sentía que iba a correr más que antes.
Leído todo de forma individual, incluso su enfrentamiento a una pandilla de navajas que los atracó a él y a su pandilla, su infancia y adolescencia puede parecer el disparate de un maníaco; sin embargo, con todas las piezas en su sitio, conforman un relato único. Como si de alguna manera viese desde niño que la imagen que devolvía el espejo de sí mismo era la de CR7, Balón de Oro, marca multimillonaria registrada. Protagonista siempre (desde pequeño exageraba las caídas, entrenaba los penaldos, tiraba faltas y córners, discutía con todos, marcaba los goles, ganaba), Valdano (“todo en Ronaldo nos lleva de regreso al futuro” ) le dice a Burns que el siglo XXI no esperaba a Messi, sino a Ronaldo, “un cuerpo que es una postal, un hombre que le da mucha importancia a la imagen (…) No necesitan verle como parte de un equipo. Necesitan ver al héroe, y Cristiano lo es”.
Ese relato de Cristiano Ronaldo está en permanente construcción, de tal modo que incluso su madre alimentó hace años la historia de superación de su cuarto hijo, el último, hasta el origen. Consultó con un médico su aborto y llegó a valorar un estrafalario remedio: beber cerveza negra hervida y correr hasta desmayarse. Somos, en cierta manera, lo que nos contamos de nosotros mismos, y dependemos de la capacidad que tenemos para creernos.
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