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La Roma después de Totti

El equipo de Monchi, en pleno proceso de transformación, llega después de diez años a unos cuartos de Champions League que nadie esperaba

Daniel Verdú
Dzeko, goleador de la Roma.
Dzeko, goleador de la Roma.FILIPPO MONTEFORTE (AFP)

La juerga duró más de un mes en algunos barrios como la Garbatella o el Testaccio, donde los comerciantes sacaban mesas y sillas e invitaban a los vecinos. Un millón de personas había llenado el Circo Massimo para celebrar el sucdetto que dirigió Capello y ejecutó la banda de Batistuta, Cafu y Totti. Corría junio de 2001 y fue la última gran alegría colectiva de la Roma sin que mediase derrota de la Lazio. El nuevo propietario, el magnate estadounidense James Pallotta, intentó atrapar aquel perfume ganador una década después con una estrategia deportiva y empresarial tan persistente como estéril. Nombres atractivos en verano, arranque prometedor, desengaño con los turrones y estrellas a la fuga en el siguiente mercato. Después de 500 millones gastados, la ilusión volvía a ser en primavera ver jugar al Capitano. El ciclo se alargó siete temporadas más y cuando aterrizó Monchi el pasado mayo se encontró con la metáfora perfecta para liquidar el bucle melancólico de 2001: la jubilación de Francesco Totti, mito viviente de aquel largo periodo. Pero hoy, a las puertas de unos cuartos que no jugaba desde hace una década, la Roma es todavía un equipo a medio hacer.

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El cambio empezó por el símbolo. A sus 41 años, Totti llevaba un par de temporadas consumiendo su genio en el banquillo y minando la moral de los entrenadores que notaban su desprecio en la nuca cada domingo. El sevillano se armó de valor y el primer día encaró el asunto. “Me temblaban las piernas cuando fui a decírselo”, contó en una entrevista con EL PAÍS. El club, aterrorizado siempre por la reacción del astro, contuvo la respiración y miró hacia otro lado. Pero esta vez funcionó. Hoy en Trigoria, la ciudad deportiva romanista, cuentan que Totti ha encontrado a un amigo en Monchi, pisa el vestuario asiduamente y progresa en su papel de directivo e imagen del club.

El nuevo entrenador —Luciano Spalletti se fue al Inter y llegó al banquillo Eusebio di Francesco— es un hombre de la casa que participó en aquel scudetto de 2001 y ha tenido el apoyo incondicional de Monchi en los peores momentos. Pero la Roma, demasiado acostumbrada a no ganar pese a tener la segunda plantilla más cara de la Serie A, quedó descolgada de la Liga en diciembre —la Juve va camino de encadenar su séptimo título consecutivo—, y tiró la Copa ante el Torino. Es cierto que el proyecto promete, respira un aire más armónico y la afición aguanta, aunque el Olímpico nunca se llene. La verdadera Roma de Monchi, se convence la grada, se verá el curso que viene.

Hasta entonces, faltan piezas clave respecto a la temporada pasada como Salah —pichichi europeo con el Liverpool— y el equipo depende todavía mucho en ataque de los fogonazos de El Shaarawy, las subidas por la banda izquierda de Kolarov —llegado este año del Manchester City— o la capacidad de un intermitente Perotti de saltar líneas y generar superioridades. Cengiz Under, un atacante turco de 20 años prácticamente ambidiestro y con aroma a fichaje made in Monchi, ha dado viveza a la delantera y le ha restado previsibilidad al juego del equipo en el que no ha cuajado el checo Patrick Schick, el fichaje más caro de la historia del club (40 millones) con un gol esta temporada. Hasta ahora solo Dzeko —a punto de salir al Chelsea en enero— ha aportado constancia arriba.

El medio del campo languidece a la espera cambios en verano. Daniele De Rossi, el último gran mito, tapa agujeros en defensa pero aporta menos en construcción. Strootman continúa su declive tras las graves lesiones y sin su estrella Nainggolan, lesionado en el partido de este fin de semana ante el Bolonia y duda para el miércoles, se añora un verdadero director de orquesta.

Hoy la Roma de Di Francesco se encuentra mejor cuando espera y sale al contrataque. Especialmente con equipos construidos en torno a la posesión y el pase, como el Barça. Sucedió con el Nápoles, a quien terminó endosando cuatro goles en el San Paolo cuando el equipo de Maurizio Sarri lideraba la clasificación y encadenaba una extraordinaria racha. Pero también supo plantear excelentes encuentros contra el Chelsea en la fase de grupos y llegar primera contra todo pronóstico. Es el espejo en el que se mira ahora una afición que se encomienda a la mística de 2001 y al desbordante talento de su portero brasileño, Alisson Becker, para pasar de ronda en una competición por la que nadie había apostado una lira este año.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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