Simeone y el diabólico dilema de gestionar el 1-0
El método que tantos éxitos le ha dado al Atlético también le supone un freno
La realidad dice que a 20 de marzo el Atlético de Madrid está fuera de la Liga de Campeones, fue eliminado de la Copa del Rey, cuya final se disputará en su estadio, se encuentra a 11 puntos del liderato y siente de cerca el aliento del Madrid en la pelea por la segunda plaza. Con un Barça sin conocer la derrota en lo que va de Liga, ese segundo puesto, la clasificación para la próxima Liga de Campeones y la obtención de la Liga Europa son los hitos que le quedan al club, al cuerpo técnico y al plantel para poder afirmar al final del curso que la temporada ha sido notable. A medida que han pasado los meses de competición, el torneo menos relevante y apetecible, la Liga Europa, se ha convertido en el principal objetivo para acabar con una sequía de cuatro años sin títulos.
Las expectativas generadas a partir de enero con la llegada de Diego Costa y de Vitolo se han visto rebajadas en apenas dos meses y medio. Para cuando aterrizaron los dos fichajes estelares (100 millones de euros entre los dos), el Qarabag ya se había encargado de sesgar el sueño de competir por la Liga de Campeones arrancando dos empates que cuestionaron la jerarquía competitiva del equipo. La eliminación de la Copa y este descuelgue final liguero se han dado con Vitolo y Costa.
De fondo aflora el debate sobre el crecimiento del juego en relación con el aumento de la inversión en fichajes y en sueldos. La cuestión del fútbol que desarrolla el equipo es asumida por la propiedad del club y también por el propio entrenador. En los despachos no se cuestiona a Simeone, intocable como impulsor de la etapa más brillante de la historia ni tampoco su método, con el que se han alcanzado los éxitos. Incuestionable el entrenador, el problema radica en la sensación que deja en algunos partidos decisivos de que el juego o los planteamientos no se corresponden con las posibilidades ofensivas que ofrece el plantel. En Villarreal falló la estrategia de intentar gestionar un 1-0 a favor con el repliegue en campo propio. El mismo plan con el que sin embargo conquistó victorias contra el Betis en Sevilla, en Riazor y en Balaídos. La sensación que queda tras la derrota de Vila-real es que ese plan deriva en un equipo que se asemeja a un gran corredor de fondo al que le falta punch en los metros finales para hacer buena su buena velocidad de crucero. La paradoja es diabólica.
Simeone contempló en el vestuario del estadio de La Cerámica a un plantel muy golpeado por una derrota definitiva en la pelea por la Liga. Tanto que decidió asumir la culpa del traspié. Tras el varapalo que supuso la derrota en el Camp Nou, muchas de las esperanzas para tratar de presionar al Barça pasaban por mantener los ocho puntos de ventaja antes del parón de selecciones. A la vuelta, esperaba un calendario con el equipo de Valverde inmerso en la fuerte exigencia de la Liga de Campeones. Un territorio propicio para presionar al líder obligándole con victorias a exprimirse domingo y miércoles. Esta vez, en Villarreal, la gestión del 0-1 lo impidió.
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