Piqué: vivir al límite
El central corre el riesgo de que quienes le defiendan sean los radicales culers equiparables a los extremistas periquitos a los que pidió silencio en Cornellà-El Prat
A Gerard Piqué le gusta jugar, divertirse y sobre todo competir, circunstancia que le lleva a buscar los límites en el fútbol, en el casino, en los negocios y en la vida, siempre noticia en Barcelona, Madrid o Nueva York. No es extraño que las costuras de cualquier reglamento amenacen con ceder cada vez que interviene el central del Barça.
No conduce sino que desafía al código de circulación; tampoco pasa el tiempo con las cartas sino que calcula y apuesta como los mejores especialistas del póker; si invierte en distintos negocios no es para colocar sus ingresos millonarios sino para ganar más dinero; y como excelente futbolista exige lo mejor de los administradores del juego en la selección y en el Barcelona.
Ha anunciado que no sería un presidente al uso en el caso de alcanzar el palco del Camp Nou. También afirmó que los políticos no se mojan y denunció que “no se está respetando el resultado de las elecciones en Cataluña”. Y a la prensa la reta con entrevistas a Neymar, Messi y Luis Suárez y la emplaza: “Ya te daré el titular el fin de semana en la zona mixta” de Cornellà.
Piqué cambiará el mundo si llega a mandar, así que sus amigos le ríen las gracias por lo mucho que se divertirían y sus enemigos piden que le tapen la boca, no sea que les cambie la vida, desafiante como es con el orden, también con las leyes del fútbol y del derbi Barça-Espanyol. Algunos le tienen por un pijo revolucionario y otros por un pirómano; no es fácil descifrar en cualquier caso el universo Piqué.
Hay coincidencia, en cualquier caso, sobre su condición de culer irreductible y, como tal, enemigo del Espanyol y del Madrid. A nadie le sorprendió que mandara callar al RCDE Stadium cuando marcó el 1-1 después que los radicales blanquiazules reincidieran en sus pitos y en los insultos a su familia, especialmente a su compañera Shakira. Hasta cierto punto incluso puede ser comprensible su inquina por el sorprendente proceder de los mandatarios del Espanyol cuando fue denunciado juntamente con Busquets al Comité de Competición. Acaso se podría discutir la convencionalidad de su gesto en una figura tan singular como el internacional del Barça. Piqué se expresó como ya hicieron Raúl o Lo Pelat.
No parece justificable en cambio su actuación como censor del Espanyol, y menos cuando se refiere a su razón social y a la nacionalidad de sus propietarios y a su desarraigo como club de Barcelona y Cataluña. El proceder de Piqué no solamente trasciende el ámbito personal e invade el institucional sino que proporciona munición a quienes le acusan de practicar la xenofobia y ser un clasista, y por el contrario limita los argumentos de sus seguidores incondicionales del Barcelona.
Aunque se ampare en la libertad de expresión, al Barça no le convienen manifestaciones como las de Piqué. Al club le faltan ciertamente voces y liderazgo y le sobran actitudes populistas que abonan el desgaste y derivan en provocación más que en rivalidad, siempre saludable y más en el menguante derbi entre Barça y Espanyol.
Piqué no representa al plantel, ni ha sido elegido aún como capitán, motivo por el que su alegato no se debe interpretar como una nota oficial del Barça. Ocurre que el fútbol tampoco es un deporte individual y su ejercicio exige un sentido de equipo y de club. A fin de cuentas, Piqué corre el riesgo de que quienes le defiendan sean al final los radicales culers equiparables a los extremistas periquitos a los que pidió silencio en Cornellà-El Prat. No sería propio tampoco de un personaje inteligente y divertido, expresión de los nuevos tiempos en un viejo mundo en el que los goles ya no se celebran como signo de victoria sino que se utilizan para cambiar el mundo.
Piqué compite hoy con su propio límite.
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