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Iago Aspas, la madurez del futbolista de la calle

El máximo goleador nacional de la Liga, y bandera del Celta, ilustra con su progresión la importancia de respetar los tiempos y acertar en las decisiones que exploten las cualidades de un futbolista

Iago Aspas encara al zaguero madridista Raphael Varane.
Iago Aspas encara al zaguero madridista Raphael Varane.Salvador Sas (EFE)

A veces el talento juega al escondite y en bastantes ocasiones permanece oculto sin que nadie lo descubra, ni siquiera su poseedor. Cuando tenía 22 años Iago Aspas (Moaña, 1987) era un meritorio que había jugado cuatro partidos con el Celta y opositaba a un puesto en el equipo. Hasta los 25 no debutó en Primera División, con 28 le quisieron teñir con la marca del fracaso, le dijeron que no era futbolista para pelear por grandes objetivos. La pasada temporada fue el máximo goleador nacional de la Liga, en la actual también lo es y solo le supera Messi en la pelea por el cetro absoluto. Lleva once goles, dos asistencias y es el delantero que más pases suma, detalle revelador sobre su propuesta. Y juega en el Celta, decimocuarto en la tabla. Maduro, líder, canchero, pleno de confianza ya en la treintena, es complicado no imaginarlo en el próximo Mundial.

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“Yo de chaval jugué en todas las categorías de la selección desde la sub15 a la sub20. Él ni pasó por ninguno de esos equipos y ahí está disputando el nueve de la selección”, reflexiona su hermano Jonathan, más de 18 años como profesional, cuatro de ellos en el primer equipo del Celta, experiencia en cuatro países y aún en activo en el Pro Piacenza italiano. La reflexión sirve para evidenciar la importancia de los tiempos en el florecimiento de un futbolista. Y la voluntad. “Iago siempre me dijo que iba a llegar a Primera, pero lo decía con la mentalidad de un chiquillo. Ahora nos preguntamos si no es ya el mejor jugador de la historia del Celta”, describe Jonathan Aspas, una referencia para Iago, que con doce años le vio debutar en el primer equipo. Entonces él ya había empezado su propio camino. Lo hizo con el retrato de un pillo: acudió a hacer las pruebas para entrar en la cantera del Celta y se encontró con que eran para niños nacidos un año antes. Calló, movió la pelota y regresó a Moaña desconsolado y convencido de que debía esperar hasta la siguiente temporada. Pero en el Celta no tardaron ni una hora en llamar a su casa y cuando ldescubrieron el embuste pensaron que estaban de suerte.

El camino no fue sencillo, pero la tenacidad y el empeño ayudaron ante los baches. En su segundo año como juvenil le descartaron del equipo de División de Honor y le dirigieron al B. No tenía físico, decían. Como si lo tuviese ahora. “Cuando empezó a meter goles con el Celta –recuerda su hermano Jonathan- le pregunté en una comida de Navidad si había hecho algún trabajo especial. Me dijo que no, pero había dado un salto en todos los aspectos, descubrimos una velocidad y una fuerza que no conocíamos”. Son los réditos de la confianza. Creer en aquel esmirriado para fajarse entre centrales a base de movilidad, habilidad y lectura del juego era una cuestión de fe. Entre los creyentes siempre estuvo Javier Maté, ex guardameta criado en la cantera del Madrid y luego una de las banderas del Celta ochentero. No resulta descabellado afirmar que evitó un adiós cuando a aquel rebelde le carcomía no poder jugar con los mejores .

Maté dirigía la cantera celeste y le abrió la puerta, pero no la cerró porque le dejó ir un año cedido al juvenil del Rápido de Bouzas, un club de barrio en Vigo que había acudido al Celta para pedir dos centrales y descartó de inicio el préstamo de Aspas. Días después el chico acudió a ellos con las botas en la mano y les hizo una petición: “Dejadme entrenar con vosotros”. Después de tres sesiones ya no había dudas, se echó el equipo a la espalda y regresó un año después al Celta ya sin prevenciones. O sí.

“Es un jugador distinto, como hay pocos. Al cambiarle la ubicación encontró el gol y ya no lo dejó porque lo tenía", explica Paco Herrera, entrenador con el que comenzó su explosión

Porque era un tiempo complicado para ser canterano en el Celta. En 2007 mientras Aspas cumplía su primera temporada en el filial, el primer equipo perdió la categoría y un año después de aquella caída entró en concurso de acreedores. Bamogo, De Ridder, Okkas, Quincy Owusu-Abeyie, Guayre o Manchev taparon el espacio de Aspas en un equipo en el que sí llegó a jugar otra joven promesa, pero llegada de fuera: Diego Costa. Pasaron también Dinei, Ghilas o Verpakovskis antes de que en junio de 2009, a tres partidos del final, Celta y Alavés se jugasen el descenso a Segunda B en Balaídos, un cara o cruz para el que Eusebio Sacristán ante un aluvión de bajas reparó en el chico del filial. Media hora y dos goles cambiaron su vida, salió de Balaídos a hombros y ya no se apeó del equipo. “Jugaba de media punta o caído a la izquierda, cumplía”, recuerda Jonathan. El Celta siguió importando talento dudoso para su delantera. Saulo, Papadopoulos, Cellerino, Arthuro… En 2011, camino de los 24 años, Iago Aspas era un habitual suplente en un equipo de Segunda División, ya a las órdenes de Paco Herrera.

Ahí se produjo el cambio. Lo explica Herrera, que habla desde Lisboa donde pasa unos días de asueto después de que las urgencias del fútbol le descabalgasen del banquillo del Sporting de Gijón: “Tenía dos jugadores que me facilitaban la labor y los intercambié de posición. Eché unos metros atrás a Mario Bermejo, que era un delantero de trabajo, que iba bien de cabeza y se brindaba mucho para los demás, un jugador de equipo. Y liberé a Iago de esa segunda punta en la que actuaba para ubicarlo más adelante porque él es un jugador de esfuerzos, pero hacia arriba. Le dije que ahí podía decidir como quisiese”. Y explotó: 23 goles en 35 partidos y un indiscutible ascenso a Primera pese a algún episodio dudoso: “No podía cortar la protesta. Salía de mí”, refiere Iago cuando le recuerdan como, por ejemplo, se perdió su primera convocatoria con el primer equipo por una expulsión horas antes con el filial, un codazo a un rival. “¡Y era para ir a un derbi a Riazor!”, recuerda. “Es un jugador de la calle, distinto, como hay pocos. Al cambiarle la ubicación encontró el gol y ya no lo dejó porque lo tenía”, le defiende Herrera, que apunta: “Muchos por esos detalles lo veían inmaduro, pero no lo era. Ya era maduro para las cosas importantes, siempre lo fue. Siempre supo estar. Ese pronto lo lleva en la sangre, pero ahora lo ha moderado”.

“Le vino bien salir”, resuelve Jonathan Aspas cuando recuerda el año que pasó su hermano en Liverpool, también el siguiente de Sevilla. Volvió al banquillo. “Se encontró una competencia brutal”, describe. En Anfield aquella campaña entre Suárez y Sturridge marcaron, solo en la Premier, 53 goles. Sterling agregó nueve en un equipo en el que también jugaban Gerrard y Coutinho. En el Sevilla asistió a la explosión de Bacca y al anuncio de la de Gameiro. “Maduró, cogió poso. Ahora se le ve como un jugador curtido”, estima Jonathan, que además de hermano y futbolista ejerce como asesor y representante. Iago Aspas renovó hace unos meses su contrato hasta 2022 con un claúsula de rescisión de 40 millones de euros. ¿Podría haber una segunda salida? “Todo depende del Celta, si quiere vender o no. Él está muy cómodo, pero nunca se sabe y al nivel que está puede venir un Barça o un Madrid…”, apunta Jonathan Aspas.

En todo caso el foco está en celeste y también en rojo. No puede haber mayor ilusión que un Mundial para un futbolero capaz de recitar las plantillas de las selecciones del campeonato disputado en 1994 en Estado Unidos, el primero del que tiene conciencia. Y de ahí hasta ahora. Tiene alma de director deportivo, Iago Aspas, pero eso es largo plazo, el corto le vincula a un verano en Rusia. El puesto de falso nueve, tantas veces empleado en La Roja, está hecho a su medida y su nivel de confianza demuestra que no baja el rendimiento si opera desde la mediapunta con un delantero de referencia como Maxi Gómez o incluso partiendo desde la derecha a pierna cambiada, tal y como triunfó en Wembley en su debut con la selección. Siempre ha querido y necesitado un socio, a Orellana, a Nolito, ahora a Wass, se espera a Emre Mor. “Y de esos en la selección hay donde elegir”, advierte Jonathan Aspas.

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