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El fantasma del boicot aterroriza al territorio olímpico

Bach y Putin negociaron para no hacerse mutuamente más daño del mínimamente necesario

Carlos Arribas
Putin y Bach, desayunando durante los Juegos de Sochi 2014.
Putin y Bach, desayunando durante los Juegos de Sochi 2014.David Goldman (AP)

La potencial amenaza de un boicot dirigido por Rusia enfurecida ha sido el elemento que más ha influido en la decisión del ejecutivo del Comité Olímpico Internacional (COI). En siete Juegos Olímpicos previos se produjo un boicot por parte de algunos países por razones políticas, nunca deportivas. Ninguno de ellos acaeció en unos Juegos de invierno. Ninguno se ha dado en ninguna cita olímpica desde Seúl 88.

No hay persona en el mundo más temerosa de un posible boicot a los Juegos de Pyeongchang que el presidente del COI, Thomas Bach. No hay persona a la que más daño haría que a Vladimir Putin, el presidente de Rusia, que en marzo tiene elecciones y en julio es el anfitrión en Mundial de fútbol.

Floretista consumado, Bach ganó una medalla de oro en esgrima con el equipo alemán en Montreal 76, pero se vio privado de participar en Moscú 80 por el boicot promovido por Jimmy Carter, presidente de Estados Unidos, en protesta por la invasión soviética de Afganistán en 1979. A él se unieron 65 países, entre ellos la República Federal de Alemania de Bach.

No solo por razones personales, un sentimiento de frustración individual que Bach supone que comparte cualquier deportista del mundo, teme Bach un boicot, también le asusta, como organizador, las repercusiones económicas de la decisión, la depreciación de las medallas de Pyeongchang o la exclusión posible de Rusia, uno de los grandes países del mundo, de un movimiento olímpico que lucha contra una cada vez más creciente pérdida de legitimidad y atractivo.

La Unión Soviética respondió al boicot del 80 con su propio veto a los Juegos siguientes, los del 84, que se organizaban precisamente en territorio rival, en Los Ángeles. Solo 14 países, el pacto de Varsovia y poco más, lo siguieron. Fue un movimiento cuya repetición en Pyeongchang Putin, después de valorarla, parece haber rechazado pese a que, según las últimas encuestas el boicot sería apoyado por la mayoría de la población. Un enfrentamiento directo con el poder deportivo situaría a Rusia en la marginalia, lo que seguramente afectaría a su Mundial de fútbol. Una cadena rusa ya ha comprado los derechos para emitir Pyeongchang por 20 millones de dólares. Tampoco le gustaría a Putin, uno que, siguiendo la gran tradición soviética, considera las medallas olímpicas títulos de honor ante el mundo, dañar a sus deportistas ni a la población de su país viéndoles triunfar sobre la nieve y el hielo y llevar sus propias cuentas de medallas aunque no las consideren el ránking general ni el medallero.

Bach y Putin se conocen bien y han pactado no hacerse mucho daño mutuamente. Bach castiga sin hacer mucha sangre y deja a Putin clamar contra el traidor Grigory Rodchenkov, el director del laboratorio antidopaje de Moscú que huyó a Estados Unidos con todos los registros informáticos de los controles que había falsificado y después de establecerse en California le contó todo a la prensa y a la Agencia Mundial Antidopaje (AMA). Así Putin puede seguir repitiendo que todo fue una conspiración de Estados Unidos.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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