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Damas y cabeleiras
Columna
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Tiger Woods vuelve sin la ayuda de dios

El golfista disputa desde este jueves su primer torneo después de otros diez meses de calvario

Rafa Cabeleira
Tiger Woods, durante uno de los entrenamientos para el Hero World Challenge.
Tiger Woods, durante uno de los entrenamientos para el Hero World Challenge.Mike Ehrmann (AFP)

Cuando Tiger Woods estrelló su Cadillac Escalade en la exclusiva urbanización de Isleworth, Florida, todavía era algo más que el mejor deportista del planeta. Todo cuanto rodeaba al genio de Cypress destilaba perfección, desde su majestuoso swing hasta las fotos familiares en las que él y su entonces esposa, Elin Nordegren, posaban con los dos hijos del matrimonio en algún rincón de su espléndida mansión. Su imagen pública era la de un Jedi, un virtuoso en todas las acepciones de la palabra, y su perfecta sonrisa se convirtió en el mascarón de proa para un relato, el del sueño americano, que necesita renovarse cada cierto tiempo con savia nueva para no convertirse en un viejo eslogan de un pasado mejor.

Su padre, Earl, había sido el primer jugador de béisbol negro en la historia de la Universidad Estatal de Kansas y como otros muchos pioneros sufrió la infamia de la segregación y el racismo. Cada vez que su equipo viajaba a otro estado, el padre de Tiger era alojado en hoteles diferentes a los de sus compañeros —hoteles para negros— y muchos años después, ya instalado con su segunda mujer en el condado de Orange, California, sería su hijo el que descubriese en propia carne la cruda realidad del país durante su primer año de colegio: unos chavales de sexto curso lo atan a un árbol, lo apedrean y utilizan un espray para escribir la palabra "negrata" sobre su camiseta. Pese a todo, jamás metió Tiger sus dedos en la llaga del racismo y por eso su historia resultaba doblemente valiosa, porque hablaba de superación personal pero también de un tiempo nuevo en el que no tenían cabida ni la discriminación ni el revanchismo.

Pero todo aquello saltó por los aires la noche de autos, la noche del accidente. A las primeras noticias, que llegaron a especular con su muerte, siguieron otras sobre un supuesto episodio de malos tratos en el ámbito familiar. Casi de inmediato, como una cascada de lodo, comenzaron a aparecer mujeres de todo el país dispuestas a relatar sus encuentros sexuales con el novio de América mientras una legión de camareros y crupieres daban fe de sus excesos en diferentes bares, discotecas y casinos. La misma arquitectura moralista que forjó su imagen de perfecto ciudadano lo aplastó como a un insecto y con la caída del hombre comenzó el ocaso del deportista.

Hace unos meses, en estas mismas páginas, escribía Manuel Jabois que si dios jugase al tenis pegaría el revés a una mano como Roger Federer, un condicional maravilloso que se podría completar advirtiendo al lector de que dios prefiere el golf y gusta de presentarse en el tee de salida asegurando ser Tiger Woods. No existe en la historia del deporte otra figura más dominante que la del Tigre, ni siquiera las de Michael Jordan o Eddy Merckx, y por eso su regreso se contempla con una mezcla de temor y esperanza. Quienes han compartido ronda de prácticas con él en la previa del Hero World Challenge aseguran que su swing vuelve a ser fluido como un paso de foxtrot, que su bola vuela recta, larga, que sus manos vuelven a destilar magia alrededor del green. Su renacimiento sería una noticia fantástica no solo para el deporte, también para una nación acostumbrada a fundamentar sus conquistas en los designios divinos y culpar de sus males a la naturaleza imperfecta de los hombres: nadie mejor que Tiger Woods para demostrar lo contrario, esta vez sin la ayuda de dios.

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