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EL QUE APAGA LA LUZ
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Isco se pone morado

Tras muchos días de absurdo debate sobre los colores de la camiseta, el fútbol fue por fin protagonista

Isco, ante Costa Rica con la nueva camiseta.
Isco, ante Costa Rica con la nueva camiseta.Aitor Alcalde (Getty Images)

Tan entretenidos estábamos mirando y remirando los colores de la camisa nueva que nos olvidamos de lo principal: el fútbol. Se nos iban los días entre debates, conciliábulos, encuestas a pie de calle (también llamadas encuestas en la calle), riñas y consultas a especialistas varios sobre el vestido que utilizará nuestra bienquerida selección allá en tierras rusas durante el Mundial venidero. Ya conoce el sabio lector de qué va el asunto. La marca que viste al equipo ha diseñado una camiseta en la que sobre el habitual fondo rojo ha colocado unos ribetes amarillos y azules, con tan mala (o tan buena) fortuna que ese azul, contemplado desde lejos, parece morado, lo que algunos han interpretado como una incitación para que de aquí a un tiempo estemos todos cantando el Himno de Riego. La de horas que se ha pasado este que escribe ante el televisor, junto a la radio, y periódico en mano (aquel y aquella encendidos y este abierto), intentando desentrañar el fabuloso misterio de los colores de la camiseta española, que son uno u otro según se la mire de cerca o de lejos, por no hablar de lo engañosa que es la presbicia. Incluso ha llegado uno a escuchar y a leer la opinión de algún perito óptico respecto a los efectos que se producen cuando algunos colores se juntan. Ya la señorita Toly, en algún año lejano del siglo pasado, le enseñó a este su seguro servidor cómo la mezcla del rojo con el azul nos lleva al morado, igual que la del azul con el amarillo produce el verde. En párvulos daba clase la citada señorita Toly.

Y enredados en tan interesantes cuitas seguíamos cuando el balón echó a rodar y Francisco Alarcón, conocido como Isco, se puso a jugar. Y se acabó la tontería. Porque cuando Francisco Alarcón, conocido como Isco, se pone a jugar, el fútbol entra en una dimensión en la que a la mayoría de los mortales se nos cae la baba. Jugó España ante Costa Rica el primer amistoso de preparación para el Mundial ruso. Son semanas estas, las de los partidos de selección, en las que el pan nuestro de cada día en lo que a noticias futbolísticas se refiere (la Liga, la Champions, los no goles de Benzema, el nuevo jugador al que quiere el Barça y no fichará, el perjudicado sóleo de Bale o lo feliz que es Neymar en París) deja un hueco en la actualidad a los asuntos que verdaderamente importan, esto es, qué bandera cuelga del balcón de la casa de Piqué o si a Pablo Iglesias le gusta mucho o poco la camiseta del equipo nacional, que es un no vivir, oiga, desconocer detalles de tal trascendencia.

Así que Isco se presentó en Málaga, en su tierra, al mando de la selección, y jugó como si estuviera en el jardín de su casa, que es su manera de entender el fútbol. España destrozó a Costa Rica, un rival muy inferior, cierto, pero que también estará en el Mundial, y demostró que es un equipo de magnífico aspecto, como no podía ser de otro modo cuando futbolistas como Isco, Iniesta o Silva ponen su arte al servicio de la causa. Hubo una escena, al borde del descanso, en la que el costarricense Tejeda mantuvo una conversación con Isco en la que parecía implorarle que parara ya, que aquello que él hacía con el balón era indescifrable. Pero no paró hasta que un camión sin frenos (¿o era un defensa?) se lo llevó por delante. Todo el público se rindió a Isco aunque parte de él, muy ruidoso, no se olvidó de pitar a Piqué, otra prueba de que la cretinez es contagiosa. Pero eso, por desgracia, ya no es noticia. Como no lo es que Isco reparta exhibiciones. Ni que después de ponerse las botas se ponga morado. Como la camiseta.

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