_
_
_
_
Siempre robando
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Tiger

La caída del golfista fue trágica, pero el braceo continuo en su recuperación está alimentando la épica del regreso

Manuel Jabois
Tiger Woods, el 1 de octubre en New Jersey.
Tiger Woods, el 1 de octubre en New Jersey.A. GOMBERT (EFE)

Es extraordinario tener noticias periódicas de Tiger Woods. Y ha sido extraordinario tenerlas a través de la página que sobre el asunto (Tiger es un asunto, un gran tema, casi tan importante como el catalán) ha escrito en estas páginas Juan Morenilla. Ve la luz otra vez, el golfista. Pero detrás de las imágenes de una decadencia que empezó en aquel accidente de coche cuando huía de su casa familiar está siempre un hombre sometido por el dolor, por los recuerdos, por el cuerpo que no consigue hacer volver a la competición. El próximo año uno de los deportistas más importantes de la historia cumplirá diez años sin ganar un grande. Cada avance suyo en la recuperación es observado con pasión por medios de todo el mundo. Nadie deja de escrutar a Tiger una década después de que tocase por última vez la cima. De ahí que su foto aturdido y drogado, incapaz de sostenerse el pasado mes de mayo, cuando fue detenido, proyecte lo que realmente ocurría dentro de la leyenda: una espalda destrozada, insomnio y cinco fármacos mezclados.

Hace siete años reunió en una sala de prensa a 180 periodistas y les hizo un anuncio bárbaro: “Voy a ser mejor persona”. Había pasado por una clínica de rehabilitación por su adicción al sexo y en los campos andaba desquiciado tirando los palos y enfadándose a gritos. Así que juntó a la prensa y les dijo que todo iría mejor. Como cuando Raúl González convocó a los medios de comunicación para decirles que iba a dejar de salir. A veces los más grandes necesitan decir estas cosas y hay que escucharlos. Normalmente están diciendo algo más. Raúl quería acabar de pagar el peaje de toda nueva estrella del Real Madrid: la noche, las discotecas, las novias. Tiger, más ambicioso, ensayaba tabla rasa. Pero lo que vino después fue un infierno que le acabó triturando la espalda. Y eso que ya entonces advertía que tomaba sedantes y analgésicos en un país en el que la adicción a drogas legales es un problema sanitario de primer orden. “Antes cuando ganaba no me divertía. Vivía una vida de mentiras y eso no es nada divertido”. Lo malo de la verdad es que es insoportable. La caída de Tiger fue trágica, pero el braceo continuo en su recuperación está alimentando una épica conocida muy estadounidense: la del regreso. La del joven que necesita ayuda para caminar pero mantiene, como una llama que le avisa de que está vivo, el swing de los dioses.

Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_