90 años del fútbol americano en la UNAM, una sinfonía de golpes
El equipo de los Pumas, el más añejo de este deporte en México, celebra este 2017 nueve décadas y es el origen de la identidad de la máxima universidad mexicana
Abraham Herrera transpiraba más de lo inusual. Se rascaba el cuero cabelludo irritado por el tinte rubio que sus compañeros le habían aplicado unas semanas atrás. Trataba de concentrarse para entrar al campo, bloquear, golpear y derribar al rival. Era su primer partido en el máximo circuito universitario de fútbol americano, contra los Toros de Chapingo. Estaba nervioso. Era uno de los novatos de los Pumas, el equipo de la Universidad Autónoma de México (UNAM). En cuanto le tocó ingresar junto con toda la línea defensiva, solo esperaba el primer impacto para asegurarse de que los golpes eran lo suyo.
“Aquí nos han enseñado que este deporte es un juego del dolor. El que no haya jugado con dolor quizá no lo haya practicado”, dice Herrera mientras se toca la pierna izquierda. El deporte del balón tipo ovoide lo ha practicado desde los cuatro años y lo dejará en noviembre próximo cuando cumpla 25 años. “No hay mejor manera para cerrar este ciclo que como capitán y campeón”, menciona el jugador que pertenece a la línea defensiva.
Herrera es uno de los 66 jugadores que pertenecen al equipo absoluto de los Pumas que celebra este 2017 sus 90 años de existencia. La UNAM, la mejor universidad mexicana de acuerdo a los rankings, le debe su identidad a estos jugadores tolerantes al sufrimiento. El siglo pasado, la institución educativa acogió el deporte de moda en las universidades de Estados Unidos, el football. El principal equipo fue apodado como los Osos. Sin embargo, uno de los entrenadores decidió darle una vuelta al alias. “Roberto Tapatío Méndez vio las características de sus jugadores: agilidad, ferocidad, rapidez, así que optó por llamarles Pumas. Luego, con el contacto con universidades extranjeras, se adoptaron los mismos colores, el azul y oro, de la Universidad de Notre Dame (Indiana, Estados Unidos)”, explica el entrenador en jefe del combinado, Otto Becerril.
Primero fue el football y luego el fútbol. El equipo de los Pumas surgió en 1927, 10 años después del inicio de la Revolución de México, y es el más añejo del país. Se nutre de jugadores que han sido formados en sus ligas inferiores y que terminan por ser estudiantes de la UNAM. Han ganado 26 títulos. Su principal antagonista es el Instituto Politécnico Nacional (IPN). Fue hasta 1954 cuando se fundó el club de balompié con el mismo nombre y mote. Y entre los mexicanos y las principales cadenas de televisión, el fútbol es el deporte rey. Entre los universitarios refieren que el equipo de fútbol americano les representa más porque les pueden ver por el campus o en las aulas. A los de soccer no.
El fútbol americano en México es uno de los deportes favoritos detrás del fútbol, boxeo, béisbol y baloncesto. El mercado mexicano es el segundo que más consume la principal liga en el mundo, la National Football League (NFL). “Yo soñé en jugar allí, como todos, hasta que me di cuenta que tenía varias limitantes de altura, de peso. No es mediocridad, simplemente, sé que hay mejores jugadores, con mayor talla”, señala Herrera. La fisionomía del mexicano promedio no podría superar a los deportistas-máquina del nivel universitario en Estados Unidos o de la NFL. “Hemos tenido competencias contra equipos estadounidenses y nuestros jugadores se acercan a su nivel, no todos. En cuanto a infraestructura nos quedamos atrás de ellos”, complementa Otto Becerril.
Los continuos golpes entre los jugadores de fútbol americano han desencadenado estudios para analizar los daños tras su práctica, principalmente, neurológicos. “Es muy parecido a la guerra: sabes que te pueden disparar y te puede tocar un balazo, tú decides si ir o no”, dice Herrera, quien la temporada pasada sufrió de desgarres en su pantorrilla derecha y de una costilla fracturada. “Siempre te duele algo: el dedo, la rodilla, los tobillos… Al final tienes una resiliencia al dolor”.
Abraham Herrera es estudiante de Derecho. Esta temporada le toca ser el máximo representante de sus compañeros y debe guiar a los novatos, a esos chicos que tienen teñido el cabello de rubio. Cada vez que habla se acomoda un colguije con las iniciales UM, Universidad de México, y el número que utiliza en el uniforme, el 52. A él, como a todos, le tocó ser parte del rito de iniciación en el primer equipo. Le hicieron dar un salto en trampolín desde 10 metros, luego le hicieron pintarse el cabello de dorado para simbolizar el nacimiento de un nuevo puma.
Una de las prácticas que se estilaban era la de pintar a cada uno de los jugadores, de pies a cabeza, como algún personaje de caricatura y pedir dinero en las calles. Antes lo hacían con pintura de aceite hasta que en 2015 Juan Francisco Martínez terminó en el hospital por intoxicarse con el colorante. “Fue una sacudida. Eso nos permitió darle un giro a este rito, la idea no era sobajar a la persona. Ahora lo hacemos tipo body paint, en vez de que vayan a pedir dinero, vamos a un hospital”, menciona Becerril.
Estos Pumas que juegan con hombreras y casco pasan más de seis horas en las instalaciones para ir al gimnasio, entrenar, recibir terapia física y luego analizar jugadas en vídeo. Y claro, antes deben asistir a las clases. Cuando los jugadores llegan a los 25 años significa que es su última temporada por regla de la liga, la ONEFA. “Será como cambiar de cambiarte de casa, sabes que no vas a regresar en un buen tiempo, o nunca. Pasaré por aquí y pensaré que no es mi hogar, seré solo un invitado”, dice Herrera.
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