Ona Carbonell, la última superviviente
La española, vestigio aislado del gran equipo español de sincro de 2012, logra su plata de solo más valorada por los jueces
Las autobiografías deportivas, como casi todas las autobiografías, suelen ser más reveladoras por lo que callan. No es exactamente el caso del autorretrato que Ona Carbonell hace de sí misma en el libro Tres Minutos, Cuarenta Segundos. Allí cuenta que antes de tirarse a la piscina en la final de dúos de los Juegos de 2012 sintió miedo a morir ahogada; un estado de pánico fugaz que, según ella, es recurrente y está muy extendido entre las chicas que practican las prolongadas apneas de la alta competición en natación sincronizada. Estaba Ona sumida en esos terrores cuando oyó la voz de su conciencia. Una voz inquebrantable que la empuja desde niña a seguir adelante:
—Con un par de ovarios, Ona...
La natación sincronizada española no atraviesa sus días más gloriosos pero todavía cuenta con Ona Carbonell, un prodigio de deslizamiento y flexibilidad, pero, sobre todo, un prodigio de perseverancia. En la primera final del campeonato mundial que se celebra en Budapest, dedicada al solo técnico, la joven del coqueto barrio barcelonés de Vallvidrera ganó la plata mejor puntuada de su carrera en esta modalidad. Lo hizo con 27 años recién cumplidos y el estatuto de veterana mayor de la prueba. Compitió contra un escuadrón de nadadoras bastante más jóvenes que ella en su mayoría. Solo Yokiko Inui, la japonesa, que quedó cuarta, se le aproxima con 26. La campeona, la rusa Svetlana Kolesnichenko, cumplió 23, y la medallista de bronce, la ucraniana Anna Voloshyna, 25 años.
Embutida en un bañador especialmente diseñado por ella con el dibujo estampado de una serpiente de escamas de un verde prásino, interpretó la alegoría del ofidio bíblico. Hace falta tener la elasticidad de Ona para hacer esos giros, esas diagonales, y esas contorsiones. La flexibilidad siempre fue su primera virtud. Pero la fuerza conque marcó cada figura es nueva. La ha desarrollado en base a un trabajo metódico de entrenamientos con pesas, fuera del agua con barras y dentro con plomos enroscados en las muñecas y los tobillos.
En 2016, antes de los Juegos de Río, examinó únicamente los entrenamientos que había realizado a lo largo de su vida dentro de la piscina. “He pasado tres años y medio completos, con todos sus días y sus noches, laborables y festivos, dentro del agua”, calculó. Desde entonces sumó muchas horas más de olor a cloro para estar en los Mundiales de Budapest y seguir cultivando el mito.
Sincronizando el gesto con las notas primitivas de Peter Gabriel en el tema que compuso para la película La Última Tentación de Cristo, la española fue capaz de hacer olvidar </CF>durante tres minutos que el medio acuático no es apto para la vida de los homínidos. Los jueces la evaluaron mejor que nunca, de acuerdo con el nuevo modelo de puntuación: 93,653 puntos frente a los 93,128 que le concedieron en Kazán en la misma final de solo. Volvió a colgarse la plata y lo celebró como una victoria. Como si superar la perfección de Svetlana Kolesnichenko, la última representante de la factoría rusa, fuese una quimera.
Sintonía con Carpena
“Son 20 medallas mundiales en seis Mundiales consecutivos”, dijo la nadadora al salir del agua. “Solo tengo palabras de agradecimiento para las entrenadoras, y para todo el grupo humano que ha hecho posible esta victoria”.
El currículum de Ona alcanza dimensiones colosales y ella lo agradece a la estructura institucional. Si hay una figura de la natación española que ha tenido capacidad de influir en el presidente de la federación, Fernando Carpena, es ella. Carpena, en sintonía, ha moldeado el equipo de sincronizada a su medida. Con efectos poco visibles en disciplinas que no tengan que ver con el solo, de momento.
A España, que no conquista una medalla en pruebas olímpicas —dúo y equipos— desde los Mundiales de Barcelona en 2013, solo le quedan los ovarios de Ona Carbonell.
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