Cuando menos te lo esperes
Una derrota en un torneo como Wimbledon es un pequeño duelo. La desilusión duele, la sensación de la oportunidad perdida es amarga, pero no olvidamos que llegábamos preparados y esto puede pasar
Rafael no es un jugador particularmente confiado. Siempre ha mostrado una cautela extrema ante cualquier rival. De hecho, en más de una ocasión he tenido que recordarle de lo que es capaz ante un oponente que, a mi entender, podía hacerle poco daño. El lunes no me hubiera atrevido. El calentamiento, de 10.30 a 11.00 en la pista 14, no fue nada bueno. La tensión era patente y tanto Francis como yo sabíamos por qué. Gilles Müller es un jugador que te puede complicar mucho la vida, en un torneo donde ya todo es complicado de por sí.
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Yo tenía un profesor, cuando era pequeño, que para castigarnos las ganas de hablar en clase, y yo tenía muchas, nos hacía juntar los dedos de la mano y posaba la regla encima. Con particular sarcasmo nos decía: “Te pegaré cuando menos te lo esperes. ¿Te lo esperas?”. “Sí, sí”, contestaba yo, entrecerrando los ojos y metiendo la cabeza entre los hombros.
En Wimbledon revivo este temor inminente cada vez que, sentado en el box, observo a mi sobrino esperando el saque de su rival, sobre todo si es alguien como Müller. El luxemburgués llegó al partido de octavos de final con el récord de aces del torneo, 72, y no es porque su saque sea extremadamente veloz, de hecho y curiosamente, lo es más el de Rafael, pero es mortífero sin paliativos.
El servicio de Müller es difícil de leer como pocos. Amaga el golpe hasta la última milésima de segundo, con lo cual, la sorpresa está asegurada. Pero la combinación que lo hace letal sin ambages son los ángulos que consigue y lo mucho que corta la bola. Esto hace que salga disparada al tocar el césped y que te la comas o no llegues. Cuando logras poner la bola en movimiento, tampoco mejoran mucho las cosas. Su golpe desde el fondo de la pista es realmente incómodo, con una devolución nada fácil y con el impedimento derivado de no poder imponer nada de ritmo.
A Rafael le costó mucho jugar desahogado, sentirse cómodo; de hecho, le costó los dos primeros sets, a modo de aperitivo. Poco antes de comenzar el tercero, Rafael cambió un poco su posición en la pista. Se colocó más atrás y pudo restar mejor y sentirse más competitivo, sensación que mantuvo durante toda la tercera y cuarta manga. Cuando llegó el momento del desempate, sin embargo, Müller volvió a estar sumamente inspirado. No dejó de presionar en ningún momento, ni en el servicio ni en el fondo de la pista. La sensación de ahogo y de ir a remolque dejaron poco margen a otra opción que no fuera el azar del último momento.
Una derrota en un torneo como Wimbledon es un pequeño duelo. La desilusión duele, la sensación de la oportunidad perdida es amarga, pero no olvidamos que habíamos llegado muy preparados y que esto puede pasar. El año que viene mi sobrino tendrá la ilusión totalmente renovada para enfrentar Wimbledon 2018, si mantiene sus facultades físicas como las de este año. Me caben pocas dudas al respecto.
Sus ganas de competir son tan fuertes como mis pretéritas ganas de hablar en clase.
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