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La gran rivalidad del valle de Yosemite

La reciente muerte de Royal Robbins, primer escalador que conquistó el Half Dome, resucita su duelo de leyenda con Warren Harding

Robbins, durante la apertura de la vía 'Salathé'.
Robbins, durante la apertura de la vía 'Salathé'.supertopo.com

El valle de Yosemite (EE UU) muestra dos paredes icónicas: El Capitán y el Half Dome, 1.000 metros de granito en el primer caso; 600 en el segundo. A mediados de los años 50, en pleno desarrollo de la clase media norteamericana y de la llamada generación beat, Royal Robbins (acompañado por Jerry Gallwas y Mike Sherrick) firmó la primera ascensión al Half Dome en cinco días de pelea. Un año después, tras 47 días de asedio repartidos a lo largo de varios meses, Warren Harding estrenaba el primer itinerario en la pared del Capitán. Resulta complicado explicar la biografía de Royal Robbins, fallecido el pasado 14 de marzo a los 82 años de edad, sin citar la legendaria rivalidad que le enfrentó a Harding.

Robbins fue uno de los primeros defensores de la escalada ética y responsable, un purista para el que el fin nunca justificaba los medios. La integridad y la nobleza del gesto inspiraban sus conquistas. Pelo siempre corto, gafas de pasta, solía esconderse en el bosque bajo las paredes de Yosemite para devorar los clásicos de la literatura. Y no soportaba a Harding, un tipo greñudo, jamás afeitado, bebedor, mujeriego, pendenciero y convencido de que los escaladores escalan porque están enfermos. De él se decía que apenas conocía el grado mínimo de civilización.

Uno y otro solo compartían un gusto desaforado por la aventura y la conquista. Poseían la ambición, la visión y la determinación para derribar muros técnicos y psicológicos. Cada cual a su manera. De su antagonismo nacieron aperturas y ascensiones sensacionales y adelantadas a su época. Harding menospreciaba tanto a Robbins, al que calificaba como el máximo representante de los cristianos del valle, que no se molestaba en repetir sus aperturas. En cambio, Robbins, que aborrecía la falta de escrúpulos de su rival para abrirse camino en la pared (abusando de las expansiones, fijando cuerdas para subir y bajar de la pared o para izar alcohol o un pavo para el Día de Acción de Gracias), no podía evitar seguir sus huellas para demostrar que una escalada más pura y rápida era posible. Si Harding invirtió 47 días para abrir la primera ruta al Capitán (The Nose), Robbins invirtió apenas siete días un año después. Pero Robbins nunca pudo ridiculizar la última apertura de Harding: la primera ascensión de The Dawn Wall.

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Fue en 1970, y Robbins había declarado que ese lado de la pared del Capitán era inescalable: era demasiado lisa y precisaría colocar demasiados seguros de expansión, lo que a su juicio era como hacer trampa. Pero esas minucias nunca frenaban a Harding, quien se embarcó junto a un compañero en un viaje que le mantuvo 28 días seguidos colgado de la pared, soportando incluso una terrible tormenta que puso en alerta a los servicios de rescate. Harding ahuyentó a los rescatadores con un mensaje disuasorio: “¡Ni queremos ni aceptaremos un rescate!”. La repercusión en los medios de comunicación fue desmedida. Ganó mucho dinero e hizo la ronda de los programas televisivos de mayor audiencia, martilleando el ego de Robbins.

Ultrajado, Robbins decidió arrancar todas las expansiones de la vía, pero a medio camino de la cima descubrió que Harding no había construido una escalera artificial sino que había descubierto y ejecutado un itinerario severo y audaz, uno que incluso él podía respetar. Dejó de arrancar seguros y empezó a usarlos para escalar hasta salir de la ruta. Su orgullo no le impidió reconocer que Harding había firmado una obra maestra. Robbins nunca dejó de escalar. Creó una firma de ropa de montaña con su nombre. Fue un éxito. Harding se alejó de las paredes y se pasó el resto de su vida acompañando a su madre, cada cual en una mecedora, bebiendo en el porche de la única casa que conoció. Se fue en 2002.

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