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sin bajar del autobús
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Qué Atlético?

Juan Tallón
Simeone ante el Leganés.
Simeone ante el Leganés.Denis Doyle (Getty Images)

Es difícil ser el mismo equipo todo el tiempo. Pero ser muchos resulta peligrosísimo. Pierdes la referencia. Por eso el Atlético solo va cuarto en la Liga. Ya nunca sabes cuál de ellos juega hoy. Es un suspense incómodo. En casos de riesgo, siempre ayuda conocer el camino para volver a ser solo tú mismo, y atrincherarte. Pero si has estado demasiado tiempo siendo otros, te desorientas. Es como mentir: mientes un día, y para justificar esa ficción incurres en otra mentira, y una más, y así hasta que olvidas qué es verdad y qué no.

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Frente al Barça quedó retratado el desconcierto. El Atlético venía de empatar espantosamente contra el Alavés. No sé cómo, pero ese estropicio casi invitaba a la ilusión. Se había tocado fondo, así que ahora se subiría, ¿no? El razonamiento evocaba ciertas leyes de la física. Aunque de repente descubrías que el Barça tenía a Messi, especialista en crear leyes propias, y la fe en la victoria se mezclaba con la creencia de que todo iría mal. Nadie sabía qué pensar. Acabó la primera parte y se constató el horror. El Atlético parecía un Lego irreconstruible, incluso para un niño de ocho años. Yo mismo escribí desde el Calderón un whatsapp a mi psiquiatra notificándole que habíamos muerto en la primera mitad y no había supervivientes. De paso le pedí que me hiciese un hueco a final de semana, porque no me encontraba bien. Entonces arrancó la segunda parte y el Atlético empezó a echar humo blanco y a sonar de maravilla. El equipo había encontrado el camino hacia sí mismo. Nos pusimos a pensar que la eliminatoria estaba abierta, y que este martes todo puede pasar. Anulé la cita con el psiquiatra. Oficialmente estábamos locos y no sabíamos quiénes éramos, como en aquella versión de Caperucita roja que escribieron Marsé y Vázquez Montalbán, cuando la niña y el lobo se disponían a tener relaciones sexuales, y un vecino llamaba al 091 y lo fastidiaba todo. Los autores acabaron ante un juez, sin saber qué decir cuando les preguntó quién de los dos era Caperucita y quién el lobo.

En instantes de confusión, ser el de siempre representa una aspiración imperecedera. ¿Quién no quiere, cuando el tiempo y los cambios lo vapulean, volver atrás y que todo sea como antes? El Atlético atraviesa esa fase. Busca desesperadamente el camino original, porque desde ahí sabrá llegar a algún lugar. Sin embargo, también es consciente de que esa identidad primigenia es la que, en los tres últimos años, lo dejó al borde de la gloria total. Por eso emprendió la búsqueda de una fórmula con la que recorrer el último trayecto y quizá al fin ganar los grandes títulos. Y se perdió. Es el encanto del fútbol. La identidad se forja cada poco. No se puede ser un equipo para siempre. Pruebas, experimentas, fracasas, empiezas otra vez. En plena búsqueda, el Atlético recuerda a Harold Brodkey, un escritor que disfrutaba improvisando, y que un día resolvió embarcarse en una novela policíaca. Después de escribir seiscientas páginas tuvo que abandonarla porque a esas alturas aún no había muerto ningún personaje.

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