Un Gallego de Puerto Real
Las historias del Barça y el Sevilla se entrelazaron en los 60 y 70 por un jugador singular, llamado Francisco Fernández, para el fútbol, Gallego…Alto, fuerte, rubio, entusiasta, noble, imprescindible durante siete años en la selección. Jugó de 1961 hasta 1979, en un viaje de ida y vuelta Sevilla-Barcelona-Sevilla. Vivió hechos memorables en los enfrentamientos entre sus dos equipos del alma.
Lo de Gallego era un apodo heredado del padre, al que llamaban así por rubio, aunque de gallego no tenía nada: era de Puerto Real y su familia procedía de Jerez y Paterna de la Rivera.
Desde chaval jugó muy bien al fútbol, lo que le permitiría escaparse del trabajo duro en el dique de Matarrosa. Su fama llegó a oídos de Mario Klug, célebre entrenador de categorías inferiores del Sevilla, que lo incorporó. Aquel fue su primer viaje. ¡Sevilla! Paseaba sus ojos asombrados por la ciudad. Y el segundo viaje fue, precisamente, a Barcelona para un partido de selecciones regionales juveniles. ¡Barcelona! ¿Cómo sería vivir ahí?
En la 61-62 jugó en el juvenil, con el que sería campeón de España. Pero ya tiraron cuatro veces de él para el primer equipo. En la 62-63 pasó al Sevilla Atlético, en Segunda, pero a mitad de temporada ya ascendió como titular inamovible al primer equipo. Pronto llegó la selección: primero la B, luego la militar, con la que fue campeón del Mundo. En la A empezó a ser convocado como suplente del Olivella. Como tal estuvo en La Berzosa, en la concentración para la victoriosa final contra la URSS, del 64.
Era el central del futuro. El Sevilla arrastraba aún problemas desde la construcción del Sánchez Pizjuán, y con gran dolor de la afición y polémica en la ciudad accedió a traspasarle por siete millones al final de la 64-65. Tenía 21 años. Había sido figura en el Sevilla, pero ¿en el Barcelona? El central era justamente el de la Selección Nacional, Olivella, el capitán que levantó la Eurocopa.
No tuvo que esperar mucho para ser titular, aunque no de central, sino en la media, con el francés Müller. Gallego era el medio defensivo. Su exuberancia física era un complemento perfecto del flemático Müller. Por decirlo todo, en el Barça de esos años eran pocos los que corrían, así que Gallego les vino de perlas. Al final de ese curso ya fue titular en la Selección, en el Mundial de Inglaterra.
Lo malo era jugar contra el Sevilla. Y dos veces especialmente:
Desde chaval jugó muy bien al fútbol, lo que le permitiría escaparse del trabajo duro en el dique de Matarrosa
—En el 68 jugamos la penúltima jornada, y les mandamos a Segunda. Hacía 31 años que el Sevilla no pisaba la Segunda. Yo tenía ahí todavía algunos compañeros, y muchos amigos. Te pones en su lugar, pero ¿qué vas a hacerle?
La otra vez fue peor, porque fue en Sevilla:
—Era en plena Feria y quedaban tres jornadas para el final. Nosotros íbamos pisándole los talones al Madrid. El Sevilla había vuelto a Primera, pero andaba mal. Les ganamos allí, y aunque eso no fue el descenso automático, les dejó liquidados.
El Barça se puso muy bien para la Liga, pero en la penúltima jornada perdió con el Córdoba.
Le pasó cerca un lío célebre, en mayo del 73. El Barça perdió 3-1 en partido de ida de la Copa en el Pizjuán. Se quedó a dormir en la ciudad, en el Hotel Colón. Rexach, Marcial, Martí Filosía, Reina, Sadurní, Pérez y Juan Carlos se reunieron en una habitación para jugar a las cartas. A las dos se agotó la bebida y encargaron dos botellas de champán. Cuando el camarero subía, se topó con el entrenador, Michels, que venía de cenar. Al saber dónde iba, le acompañó. Llamó él mismo a la puerta. Cuando abrieron, entró con la bandeja y arrojó las botellas al suelo. El caso trascendió y el escándalo fue tremendo. Gallego no estaba en el ajo: “Ese día me puse malo antes del partido. No jugué. Me quedé en el hotel con fiebre. De todo eso me enteré después”.
En la 74-75 ya asomaba Migueli, que empujaba, como él había empujado a Olivella. El Sevilla insistía en recuperarle. Ya lo había intentado el verano anterior, pero el Barça no quiso. Ahora sí, aunque se decidió muy a última hora. Tanto que se lo dijeron cuando salíade gira de pretemporada por Europa, con el equipaje ya embarcado. Dejó que otros se hicieran cargo de devolvérselo y se fue a Sevilla. Tan feliz. Atrás quedaban 427 partidos en blaugrana.
Regresó, pues, en la 75-76, con 31 años, una rodilla mal curada pero mucha ciencia y las ganas de siempre: “Quise firmar por tres años, pero sólo me dieron dos. Luego, otro, después, otro más”.
Ahí le tocó otro Sevilla-Barça sonado. Fue en 1976. “Me tocó marcar a Cruyff, ¡menudo papelón! Pero ganamos 2-0. Weisweiler no estaba contento con él y en el minuto setenta le cambió. ¡La que se armó!”. Weisweiler quedó sentenciado. A los dos meses estaba fuera del Barça.
Mediada la cuarta temporada, notó que la rodilla le molestaba más, y anunció que dejaría el fútbol ese año. Pero se recuperó, acabó bien, siempre titular, y hubiera querido seguir, pero le tomaron la palabra. Le agradecieron los servicios prestados.
Le hicieron un homenaje. Un Sevilla-Barça, el 30 de agosto de 1979, por todo lo alto. El Sánchez Pizjuán a reventar, sus amigos del Barça enfrente, la nueva ola sevillista a su lado, un 3-3 final. El cierre soñado para un hombre que había estado ocho años en el Sevilla, en dos tandas, y diez en el Barça. Jugó 17 minutos. La foto a hombros de Blanco, Rubio, Asensio y Rexach es mítica.
Pero la afición no quedó conforme, había muchos en la idea de que aún hacía falta. Encima, a las primeras de cambio, el Sevilla perdió en casa con el Xerez, 1-3, en Copa, y se armó la gorda. La grada se indignó y reclamó a Gallego. Fue un clamor. Miguel Muñoz, entrenador ese curso, se apuntó a la petición. Así que…
—Me pidieron que volviera para acallar a la gente. Yo no había entrenado en todo el verano. No estaba ya… Pero jugué tres partidos.
Aplacada la gente, Muñoz desistió. No era posible.
—Pero para mí fue bueno, fue como un aterrizaje amortiguado. Entrenaba con los chavales, daba consejos. Me fue menos duro irme así.
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