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sin bajar del autobús
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Pérdida de tiempo

El fútbol admite tantas variables que no jugar forma parte de sus secretos

Juan Tallón
Stanley Matthews.
Stanley Matthews.

En cualquier partido de fútbol casi siempre se alcanza un umbral, hacia el final, en el que una parte de los espectadores se vuelve irritada hacia el reloj y resopla malhumorada. No soporta que el rival, con el resultado a favor, se empeñe en no jugar. Pero lo cierto es que hacerlo podría acarrearle disgustos de última hora. Se impone pisotear los segundos uno a uno, como a cucarachas, hasta que no quede ni uno y el árbitro pite el final. Los jugadores se dejan caer, se duelen sin dolor, alejan la pelota, buscan las esquinas, ralentizan los saques de portería, se retiran lentamente cuando los sustituyen… El fútbol abarca un universo tan complejo y rico de matices que incluye el anti-futbol. Coger un minuto y reducirlo a una bola de papel que se lanza al cubo de la basura no deja de ser una forma de desarmar al contrincante, para el que esas pequeñas pérdidas de tiempo se vuelven desesperantes.

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Hablamos de una triquiñuela que no sólo vale para el fútbol, faltaría más. Hacer que el tiempo transcurra sin más, y que entretanto no ocurra nada reseñable, es un invento viejísimo, con defensores y detractores. Recuerdo un bar en León en cuya puerta el dueño había colgado un cartel que decía: “Si no tiene nada que hacer, no lo venga a hacer aquí. Gracias”. Partidario de la gente de acción, a menudo cerraba con llave para que no molestases a los clientes que estaban dentro haciendo con el tiempo algo de provecho.

Y sin embargo existen pérdidas de tiempo bellísimas, como la que se produjo durante un Italia-Inglaterra jugado en Turín en 1947. Ganaban los ingleses cuando Stanley Matthews recibió el balón en banda y, para que corriese el reloj sin que pasase nada, se dirigió al córner ni muy despacio, ni muy deprisa. Al llegar, pisó la pelota y se acicaló. Primero se frotó las manos contra le pantalón, y después sacó un peine y se arregló el pelo, con cierta falta de interés por el fútbol. Matthews sostendría siempre que en realidad no había usado un peine; simplemente se atusó el cabello con la mano, pues estaba un poco despeinado. En cambio, los espectadores que había en esa parte del estadio, asegurarían haber visto el peine. Peine o no, el extremo inglés perdió el tiempo, como pretendía, sin renunciar a la elegancia.

El fútbol admite tantas variables que no jugar forma parte de sus secretos; no está de más dominarlos. Despreciarlos, como si representasen algo sucio, sería de incautos. Después de todo, muchas tardes la táctica depende de la hora que sea. No se debe jugar al fútbol sin reloj. Ciertos entrenadores, conscientes de la debilidad de su equipo, se pasan el partido preguntando qué hora es para saber si ha llegado el momento de empezar a hacer aviones de papel con el tiempo. Recuerdan a esos niños que viajan en el asiento de atrás preguntando cada cinco minutos “¿Ya llegamos?”. Hacen bien en intentar no jugar demasiado. ¿Quién les asegura que si se lo ponen fácil a los rivales, y los dejan jugar, estos no intentarán marcar gol en el último minuto?

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