El buen madridista
Una de mis rutinas es la de seguir los partidos del Real Madrid como si se tratase del equipo de mis amores, algo que puede parecer contradictorio y muy poco aconsejable, al menos para un aficionado del Barça
Con el paso de los años, ya sea de manera voluntaria o por simple prescripción facultativa, he ido abandonando un buen puñado de pequeños placeres que me endulzaban la existencia sin apenas reparar en ello, principalmente aquellos que se sustentaban en un estado físico envidiable y en la temeraria ausencia de responsabilidad y sentido común habituales en las edades más tiernas. Una tos productiva y molesta me convenció de los beneficios de abandonar el consumo de pitillos artesanos y rojo libanés, el matrimonio redujo de manera progresiva los revolcones a escondidas conmigo mismo y Don Ramón, el director de la sucursal bancaria, se encargó de hacerme comprender que despilfarrar mi escaso sueldo en casinos on-line y fascículos coleccionables de cualquier mierda no era la mejor manera de sostener un hogar decente y fuertemente hipotecado. Así las cosas, me vi obligado a buscar nuevas fuentes de placer, nuevos estímulos a bajo coste con los que teñir una vida tan gris que indignaría incluso a las principales asociaciones de bibliotecarios y cobradores de peajes.
Sin duda, una de las rutinas sustitutivas que más me ha ayudado a sobrellevar tan anodina existencia es la de seguir los partidos del Real Madrid como si me fuese la vida en ello, como si tratase del equipo de mis amores. Esto puede parecer contradictorio y muy poco aconsejable, al menos para un aficionado del Barça, y sin embargo es más habitual de lo que pueda parecer. El aficionado blaugrana de pura raza, el culé de verdad, el old school, se preocupa tanto o más por la imagen del conjunto blanco que los propios aficionados merengues, no digamos que por la de su propio club, lo que no deja de ser una prueba evidente y maravillosa de hasta qué punto un buen barcelonista no es otra cosa que un madridista evolucionado, un madridista consciente y decente, un madridista mejor.
Esta misma semana, sin ir más lejos, hemos asistido a una nueva demostración de tan admirable conducta por parte de esa estirpe a la que algún día espero parecerme para alejar, de una vez por todas, cualquier rastro de duda sobre mis verdaderas afinidades. La indignación contra Cristiano Ronaldo por su mal gesto hacia Zinedine Zidane se convirtió en un clamor de similar calibre al que alude nuestro himno oficial, definitivamente harto el barcelonismo del egocentrismo de un fulano que no ha traído más que desgracias al Real Madrid, dicho sea esto con ánimo de resumir y no de agraviar. Es tanta la pasión que ponemos en la causa ajena que uno ya no se sorprende de que Neymar haya salido tan barato, incluso a costa del buen nombre del club, y que la dimisión más solicitada por la parroquia blaugrana sea la de Florentino Pérez, no la de Josep María Bartomeu. Ser un buen madridista desde el bando contrario es una de las pequeñas cosas que, he descubierto, me ayudan a disfrutar del día a día a coste cero: sin duda alguna, la droga más barata e inocua que haya consumido jamás.
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