Arnold Palmer, el jugador que hizo del golf un deporte de masas en EE UU
Fallece a los 87 el golfista que, gracias a la televisión, su popularidad y la rivalidad con Jack Nicklaus revolucionó su juego en los años 60
En Pittsburgh (Pensilvania, Estados Unidos), a escasos 50 kilómetros de Latrobe, donde había nacido en 1929, ha muerto Arnold Palmer, el golfista que encarnó como nadie la imagen del american way of life en los años 60, del pitillo rubio colgando de los labios, la primera televisión en color, la urbanización y el country club, el tupé de Elvis, el optimismo sin límites de antes del asesinato de Kennedy, de antes de Vietnam.
Palmer no golpeaba a la bola, la destrozaba. Su estilo era brusco, su atractivo inmenso. Era un bruto adorable que solo quería darle más duro que nadie, un jugador que no temía ni a los árboles ni a los lagos y que fascinaba a la afición por su arrojo. Era dicharachero, sonriente y popular. En todos los torneos que disputaba arrastraba al mayor número de espectadores, ruidosos y vociferantes como hinchas de fútbol, una masa conocida como Arnie’s Army (el ejército de Arnie) que no le abandonó nunca, ni siquiera cuando a los 75 años se despidió del golf jugando en 2004 sus últimos 18 hoyos del Masters de Augusta, el grande que le hizo inmenso. Su último golpe en el torneo de la chaqueta verde lo dio en 2015, el golpe de salida de honor. En 2016, en abril pasado, ya no tenía fuerzas para la tarea y se contentó con contemplar desde una hamaca, con los ojos húmedos, cómo lo hacían Gary Player y Jack Nicklaus, aquellos con los que 50 años antes conformaba los The Big Three, los tres más grandes de la era dorada del golf.
No golpeaba a la bola, la destrozaba. Su estilo era brusco, su atractivo inmenso. Era un bruto adorable
En Augusta ganó cuatro chaquetas verdes, la primera vez en 1958, la última en 1964, cuando ya la trama del tapiz del golf mundial contenía tantas hebras suyas como de Jack Nicklaus, el antiPalmer, el jugador de los 18 grandes. Donde Palmer era elegante y atractivo, los zapatos brillantes, el tipín de caderas escurridas que le obligaba al ritual de subirse los pantalones siempre con la raya bien planchada después de arrojar a la hierba el cigarrillo y antes de romper la bola con el drive, Jack Nicklaus, el oso, era soso, gordo, sin gusto y sin gracia, pero muy efectivo. Su primer grande se lo ganó justamente a Palmer, el Open de Estados Unidos de 1962, en Oakmont, Pensilvania. Fue el comienzo de una rivalidad que llevó el golf a las masas. Palmer y Nicklaus, 10 años más joven, se necesitaban como un boxeador necesita a un rival, como un bailarín necesita a una pareja. Los triunfos fueron para Nicklaus. La popularidad, para Palmer, quien ganó también dos Open y un Open de Estados Unidos, pero nunca pudo con el PGA que le habría permitido completar el Grand Slam. Ello no le impidió convertirse en el primer millonario del golf.
En todos los torneos que disputaba arrastraba al mayor número de espectadores, ruidosos y vociferantes: los Arnie’s Army
Hijo de un profesional de club de golf, Arnold Palmer nació en los años de la Gran Depresión prácticamente en un campo de golf propiedad de una acería de Latrobe. El campo era su jardín de juegos, el driving range en el que, siguiendo los consejos de su padre –“dale lo más fuerte que puedas”—perdía el equilibrio al golpear a la bola, su agujero favorito. A los siete años ya hizo 18 hoyos por debajo de 100 golpes. También comenzó a descubrir cómo funciona la vida. Él podía estar en el campo porque era hijo de un empleado y porque hacía de caddie, pero no podía gozar de los derechos de los hijos de los miembros, ni pisar por dónde ellos pisaban. Su talento le permitió gozar de una beca en la Universidad de Wake Forest, en Carolina del Norte, donde murió en un accidente su amigo Buddy Worsham, lo que le sumió en una depresión que le llevó a dejar la universidad y, para evitar la guerra de Corea, enrolarse en los guardiamarinas. Acabó destinado en un lago junto a Cleveland, Ohio, una de las cunas del golf en EE UU. Ganó el campeonato nacional amateur en 1954 y meses después, recién casado con Winnie Walzer tras un noviazgo de apenas días, se lanzó a la carretera como profesional en una caravana, como se viajaba entonces de Florida a California y de vuelta al Este en verano. Aquello era el circuito, unos cie tos de dólares por un buen resultado, dos mil por una victoria, unos cientos de dólares y unos cartones gratis por hacer publicidad de una marca de cigarrillos, zapatos y bolas gratis y una vida en la carretera.
Apenas una década más tarde, Palmer viajaba de torneo a torneo en su avión privado, que él mismo pilotaba. El golf era una máquina de hacer dinero y Palmer, un visionario de los negocios también, el primero que lo aprovechaba gracias a su fama y también a su alianza con Mark McCormack, un abogado de Cleveland que en 1959, tras un apretón de manos con el golfista inventó el trabajo de representante de deportistas, o mánager. De aquella relación nació IMG, la compañía que años después controló el deporte mundial tras una transformación inicida por un jugador de golf con manos grandes, dedos como salchichones y una fuerza descomunal llamado Arnold Palmer.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.