Nairo Quintana, al rojo vivo
El colombiano del Movistar logra su primera Vuelta, la segunda ‘grande’, tras una exhibición de talento, fuerza y oportunismo
Aquella bicicleta de hierro... Aquel pedaleo para ir a la escuela junto a su hermano Dayer y su hermana Esperanza, 21 kilómetros para allá, 21 kilómetros para acá. Hablar de un ciclista colombiano y escarbar en sus orígenes es encontrar instintos de supervivencia, de superación, un sufrimiento que fácilmente se convierte en pasión. Por eso, quizás, Nairo Quintana (Boyacá, 26 años) comenzó a correr en el Boyacá es para vivirla, allá por 2009, y quizás por eso más tarde militó en el Colombia es pasión. Vida, pasión, elementos que no faltan en el universo ciclista colombiano, quizás mundial, pero más acentuado allí donde nacieron los escarabajos, tipos duros, pequeños, rocosos, morenos que subían y subían, sin piedad, sin desmayo (a veces sí), a la sombra de Lucho Herrera, que apareció en el Tour como un mapinguari mitológico, un ser extraño que alteró la vida de una prueba tan clásica. Y siguiendo su rastro vinieron más, unos con el mismo aspecto, otros más depurados, incuso velocistas llegaron de Colombia, y ciclistas que dominaban la contrarreloj, allí donde el colombiano clásico perdía todas sus ganancias obligado a jugar donde no quería.
Y llegó Nairo y en el cielo surgió un relámpago. Amenazaba tormenta este muchacho de carnes apretadas, rostro amplio, que buscaba el Tour y no encontraba la Vuelta. Y resulta que fue un repecho, un do de pecho sostenido, el que le abrió el cielo. 51 puertos de montaña y resulta que fue un repecho, apenas unos pocos metros, donde Nairo Quintana ganó la Vuelta: porque Contador fue atrevido, porque él fue listo y porque Froome aún digería el desayuno. Nairo era algo más que el colombiano que sube a todas partes, era el listo de la clase, el madrugador, el valiente que ataca fuera de su territorio, que ve la luz en un pequeño suburbio. Nadie esperaba a Nairo en Sabiñánigo, pero el colombiano debió acordarse de que Boyacá es para vivirla y que Colombia es pasión, y decidió comprar un ticket para la aventura que acababa en Formigal.
Era la alegría final. La primera estaba en Asturias: “Cuando gané en Lagos de Covadonga me di una alegría para el cuerpo”. Allí no había ganado la Vuelta, solo había anunciado su candidatura, con todos los certificados en regla, con sello y lacre. Allí, todavía Froome estaba vivo y coleando, pero Nairo, al amparo de un equipo poderoso y solidario, le dijo adiós. Nadie sabía lo del repecho, pero Nairo lo olió nada más dejar Sabiñánigo. Y poco a poco, mucho a mucho, venció a Froome, el hombre que le impide conseguir lo que Lucho Herrera no consiguió: ganar el Tour. Lucho fue el primer colombiano en ganar una etapa en el Tour, pero París se le quedó muy lejos. Nairo venció en el Giro de 2014, tras haber sido segundo en el Tour, haber ganado la Vuelta al País Vaso y la Vuelta a Burgos. Antes se había llevado el Tour del Porvenir, algo así como las oposiciones a buen ciclista. Ya era candidato a todo y por lo tanto al Tour. La Vuelta le jugó una mala pasada en 2014 cuando se cayó en la contrarreloj. Era su Vuelta y rodó por los suelos tras chocar contra un quitamiedos. Todo tenía que esperar, pero Nairo podía esperar.
“Cuando gané en Covadonga me di una alegría para el cuerpo”
Y esperó hasta el sábado, cuando resistió todos los ataques de Froome, cuando sintió el calor de su equipo y se adjudicó una Vuelta que necesitaba ganar y necesitaba ganársela a Froome, su gran rival. “Ha sido un triunfo enorme, muy difícil, porque es un orgullo superar a un rival como Froome”, dijo aún en el Alto de Aitana, donde los comentarios contrastaban su triunfo con su ataque final al británico cuando los segundos eran la basurilla del éxito. Froome no se inmutó: “Chapeau a Quintana. Gracias Team Sky y Vuelta”, escribió en su twitter.
Queda el Tour
Pero Nairo, el chico de la bicicleta de hierro, ya tiene dos grandes en su palmarés, Giro (2014) y Vuelta. Le falta el Tourmalet, o sea el Tour, o sea París. No está muy lejos: el muchacho vive con su familia en Mónaco, que está más cerca de París que Boyacá. “La victoria en el Giro fue más difícil, por culpa de las enfermedades. Aquí me he sentido bien, pero nada es fácil”. Las alergias le borraron de las posibilidades en el Tour. Las alergias y Nairo van juntas. No se sabe bien a qué, que si el calor, que si las borra la lluvia, que si los pinos... ¿quién sabe?
Él corre, siente, ataca, se defiende. Quizás en el paseo de Madrid le dio tiempo a fijarse en una pancarta con la bandera colombiana, allí en un lateral, con el lema: “Por la paz”. No era grande ni pequeña. Sencilla, humilde, tímida como la paz que se intuye en Colombia y a la que ayuda la euforia por Nairo. El chico de la bici de hierro, del tránsito escolar, ha resuelto buena parte de su paz interior: ganar la Vuelta que le miraba de reojo. Ya solo le queda el Tour, tantas veces viendo la nuca de Froome, tantas veces soñando con sentir lo que Lucho Herrera (también vencedor en la Vuelta 1987) no pudo sentir: el arco de su triunfo. Y todo en España, comenzó en un repecho: tantos kilómetros para tan pocos metros.
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