James, año accidentado
La estrella colombiana declinó cuando los técnicos del Madrid pasaron de exaltarlo a cuestionarlo
Reinhold Messner, el mejor alpinista de todos los tiempos, sostiene que no hay accidentes casuales. Que toda caída está precedida por un menoscabo en la voluntad de supervivencia. Que la voluntad de luchar es una energía que se pierde por “vaciamiento psíquico”, y que este desequilibrio es consecuencia de “ataques desde fuera”, “decepciones” y, sobre todo, “una vida sentimental perturbada”.
Las personas que convivieron con James Rodríguez en el último año describen una desventura tal que resulta inevitable no pensar en el futbolista como víctima de algo parecido a una avalancha en el Himalaya. En junio de 2015 estaba en la cima del Real Madrid. Hoy su carrera parece haber descendido al fondo de un oscuro valle. Es una incógnita.
Hace un año James se fue pletórico a disputar la Copa América de Chile. A punto de cumplir 24 años se sintió seguro de su destino. Se figuró respaldado por la directiva del club que en 2014 pagó 80 millones de euros por su fichaje, convirtiéndole en el tercer jugador más caro de la historia madridista después de Bale y Cristiano. Se vio a sí mismo como un hombre de referencia en el proyecto del presidente Florentino Pérez. Se sintió halagado por la multitud de críticos que en los medios le consideraban un firme candidato al Balón de Oro.
Su regreso al trabajo en agosto de 2015 anticipó el derrumbe. Primero fueron las sospechas de Rafa Benítez. El nuevo entrenador comenzó la pretemporada dejándole en el banquillo. El desencuentro con el jefe no tardó en ser manifiesto. Entonces se rompió. La grave lesión muscular que le apartó de la competición hasta noviembre recordó que, como insisten médicos y preparadores físicos, el estrés está en el origen de muchos infortunios.
James volvió a la titularidad el día del clásico contra el Barcelona en el Bernabéu, el 21 de noviembre. Repentinamente, sin que nunca diera la impresión de que Benítez creyera en él de verdad. James jugó. Jugó hasta el minuto 55, cuando fue sustituido por Isco. Para entonces el Barcelona ya ganaba por 0-3. Acabó imponiéndose por 0-4. El cliché dice que en los clásicos solo se juegan tres puntos. Ese día el Madrid y el Barcelona se jugaron la Liga. Ganó el Barça. Perdió el Madrid. Perdió Florentino Pérez, que se vio cuestionado por su propia hinchada. Perdió Benítez, desautorizado. Y perdió James, señalado en el primer cambio como el principal culpable de la derrota.
La destitución de Benítez y el nombramiento de Zinedine Zidane en su lugar no cambiaron el sentido de la corriente. Al contrario. De los 15 partidos de Zidane hasta el clásico del Camp Nou, James solo jugó siete de inicio, y en dos de ellos no disputó ni un minuto. El día de la única derrota de Zidane en Liga, en el derbi contra el Atlético, el entrenador le sustituyó en el minuto 57. Cinco minutos después del gol del Atlético (0-1). Fue la típica maniobra que carga la culpa del fracaso sobre un futbolista. Mientras James se retiraba, el Bernabéu le dedicó una pitada. Las declaraciones de Zidane después del partido no ayudaron a aliviar la tensión porque acusó a sus jugadores de no estar “mentalmente” bien y de no “meter la pierna”, eufemismos que en el mundillo futbolero se interpretan como pura holganza. La realidad fue más técnica. Zidane descubrió lo que Ancelotti había profetizado hace tres años: que para sostener a tres puntas como Benzema, Bale y Cristiano los mediapuntas como Isco o James le sobraban. Necesitaba un mediocampo de volantes especialistas. Dos días después del derbi, los principales periódicos deportivos madrileños, Marca y As, abrieron con la misma noticia: el Madrid ponía en venta a James.
Enero y febrero fueron meses tristes. Algunos colegas recuerdan que el jugador se encontró “demasiado solo” en su mansión de La Finca. Su mujer, Daniela Ospina, se instaló en Bogotá para participar en el show de telerealidad Bailando con las Estrellas. Sin el apoyo que ya no le brindaba el club, sin el respaldo del entrenador, criticado por la prensa y la hinchada y sin su familia cerca, se sintió desorientado. Únicamente le acompañó un empleado de su agente, Jorge Mendes, una especie de mayordomo.
Cristiano, su protector
La conclusión de los capitanes, Ramos, Cristiano Ronaldo y Marcelo, fue unánime. Los tres pensaron que James había dejado de ser uno de los vértices de la estrategia del club. Fue el propio Cristiano quien intercedió ante la directiva para frenar las críticas que le tachaban de irresponsable.
Deprimido por un trato que no comprendió, a James solo le quedó el consuelo de la selección. Colombia le convocó para disputar las eliminatorias del Mundial de 2018, y en Sudamérica el mediapunta destacó siempre. En Barranquilla le preguntaron por su buen rendimiento en el equipo de Pékerman y él replicó muy serio: “Cuando juegas y tienes el apoyo de todos, es más fácil”.
No ha existido el futbolista capaz de jugar bien bajo el cerrucho mediático, desdeñado por su afición, sin el respaldo total del club y lejos de la familia. El vestuario coincide. James Rodríguez continúa siendo un gran talento, trabajador y buen compañero. Su problema, como diría Messner, fue el “vaciamiento psíquico”.
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