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La crueldad y la grandeza del golf según Pablo Martín Benavides

Golfista prodigio a los 17 años, cumplidos los 30 el jugador malagueño trabaja duro para volver a la elite mundial

Carlos Arribas
Pablo Martín Benavides, tras ganar el Alfred Dunhill, en Malelane (Sudáfrica), en 2009.
Pablo Martín Benavides, tras ganar el Alfred Dunhill, en Malelane (Sudáfrica), en 2009. Getty

Cuando llegó al golf profesional, a Pablo Martín Benavides le dijeron que se iba a comer el mundo. Casi 10 años después, respira optimista porque ha logrado, por poco, que el mundo no se le comiera a él.

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“Me tomarán por loco por decirlo”, dice después de quedar eliminado tras la segunda jornada del Open de España, que terminó en un cruel campo de Valderrama azotado por vientos cruzados en +22. “Pero estoy jugando muy bien. Y estoy convencido de que llegaré a ser el mejor del mundo y a ganar un grande, porque, o digo esto, o lo pienso, o me suicido como jugador de golf”.

Pablo Martín fue un niño prodigio en los años en los que bajo el influjo de la carrera juvenil apoteósica de Sergio García el golf español parecía una fábrica de talentos únicos: a los 15 años había ganado el British Boys, el más joven de la historia; a los 17, apadrinado por su paisano Miguel Ángel Jiménez, lideró el Open de España llegado el domingo; a los 19, jugando con la Universidad de Oklahoma, fue el mejor universitario de Estados Unidos, y a los 20 fue el primer amateur que ganaba un torneo del circuito europeo, el Open de Portugal en Estoril.

“Yo nunca me reconocí en lo que se escribía de mí cuando destaqué tanto. Nunca me he sentido un prodigio. No era un prodigio, era un pichón que no se enteraba de nada”, rectifica Pablo Martín, todo de negro vestido salvo la gorra blanca, los hombros cargados y el rostro curtido de los campesinos, de los que trabajan en el campo de sol a sol, de los que, persistentes, no se rinden. “Era un chaval normal de 20 años al que soltaron al mundo con la cabeza llena de grandes palabras, de mucho ruido, que si un contrato con Nike, que si la agencia más importante del mundo, IMG...”

Aunque ganó dos torneos más en dos años y demostró que no era exageración todo lo bueno que se había escrito de él, de su magnífico drive, de sus grandes hierros largos, seis años después, solo y quemado, decidió tomarse un año sabático del golf, un deporte del que se siente un currante y al que, dice, “aún rodea mucha tontería”. “Lo dejé y cuando lo hice no sabía si alguna vez volvería, pero poco a poco me fui rehaciendo. Lo he intentado, lo sigo intentando”, dice el golfista malagueño, que el próximo miércoles cumple 30 años. Se fue a vivir a Estocolmo con su pareja, Josefine, y su hijo, Max, que tiene tres años, y en la capital sueca inició su reconstrucción. “Estoy en el circuito Challenge, e intentaré estar dos años para recuperar la tarjeta del circuito europeo poco a poco. Ahora siento que los pichones son los que juegan allí. Yo ya la he cagado 100 veces y no la voy a cagar más. Siento que las piezas del puzzle poco a poco en su sitio y que estoy más cerca de completarlo. Es un puzzle tan difícil y tan grande que a veces, cuando no encuentro la pieza, me dan ganas de darle una patada a todo y empezar de nuevo, pero cuanto más difícil, más placer da completarlo”.

Desde Estocolmo, Pablo Martín baja los inviernos a Guadalhorce, donde empezó a jugar de niño y donde aún le dan consejos sus profesores de entonces. “Trabaja con Iván Hurtado, quien le hizo de caddie cuando ganó en Estoril, y con Sebastián Luna”, explica su hermano Tote, arquitecto como su padre, ya fallecido, que le sigue y le alienta detrás de las cuerdas junto a su familia. “Yo le hice de caddie en aquel Open de España. Y ahora está sin patrocinador, sobreviviendo. El golf es un deporte caro, que entre billetes de avión, hoteles y demás le puede salir a un jugador por 200.000 euros al año”.

“El golf es un deporte de una gran crueldad y también de grandeza”, afirma el golfista malagueño, dispuesto a recorrer el mundo con una furgoneta, y dormir en ella para triunfar en el circuito Challenge. “Yo llevo un mes sin ver a mi familia. Me levanto a las siete y empiezo a trabajar, y dejo de trabajar a las 10 de la noche. Y termino último y no me llevo ni un duro, y no soy el único, pero cuánta busca en el golf la fama y el dinero. Y, además, el golf es único porque es el único deporte que ofrece un segundo saque: hasta los 50 años puedes seguir intentándolo. La vida no se acaba a los 30”.

 

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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