El último fenómeno tiene 17 años
El golfista malagueño Pablo Martín se revela ante el mundo con una fabulosa actuación en el Open de España
En los circuitos europeos hay al menos 22 golfistas que se apellidan Martín o Martin. Los hay ingleses, alemanes, escoceses, irlandeses, franceses, neozelandeses, estadounidenses y, por supuesto, españoles. Y aunque en el Open de España sólo participaban dos Martín, los aficionados que acudieron ayer al Golf Costa Adeje, en Tenerife, se volvían locos. "¿Dónde juega Benavides?, ¿dónde juega Benavides?", preguntaban ansiosos. "En el cartel de los mejores pone que juega un tal Martín", explicaban nerviosos. "¿Quién es Benavides?"
Benavides es, en realidad, Pablo Martín Benavides, y la gente preguntaba por él porque, a los 17 años, se ha convertido en la última sensación del golf español. Un amateur que se acostó la noche del sábado como líder del Open de España, el segundo torneo del circuito europeo en que participa, por delante de los cracks variados, Olazábal, Jiménez y Sergio García, y que, aunque terminó 22º, a cinco golpes del ganador, el joven inglés Kenneth Ferrie, volverá hoy al colegio convertido en una figura mundial.
Hacía ya tiempo que en el mundillo del golf se pronunciaba las palabras Pablo Martín con un respeto cercano a la veneración. Los fabricantes de palos y bolas estadounidenses, siempre atentos a lo que se mueve para atraparlo rápido, llevan meses buscando toda la información posible sobre Pablo Martín. La buena nueva la llevaba en sus labios Miguel Ángel Jiménez, paisano y valedor del fenómeno, quien a cualquiera que le preguntara por el futuro del golf le hablaba encandilado de un chaval que conocía de hacer hoyos en el campo de Guadalhorce, le brillaban los ojos cuando resaltaba el juego variado de su protegido, de su "imaginación". "Ve golpes que otros jugadores no ven", decía.
Los dos malagueños, el veterano de la rizada melena y los dos Ferraris
, fruto de su calidad y sus victorias, y el jovencito que empieza, prepararon juntos el asalto al Open de España, el primer torneo en el que coincidían. "Pablo me pidió el martes que le echara una mano porque algunos golpes con el drive se le iban a la izquierda. Le estuve observando un rato y me fijé en que a veces movía la cabeza siguiendo el palo, así que corregimos el defecto y recuperó un buen ritmo de swing".
El consejo le fue tan bien a Martín que, pese a que el segundo día le temblaron las manos cuando vio que se acercaba al liderato, hasta el último día estuvo aspirando a la victoria, peleando con su amigo Jiménez. "Pero no me habría importado que me ganara", dijo Jiménez. "Es más, me habría encantado que hubiera ganado el Open gracias a mis consejos: el golf español necesita sangre joven".
Si Sergio García, el penúltimo fenómeno de la factoría de talentos del golf español, fue conocido como El Niño por su precocidad -a los 19 años ya jugaba habitualmente en el circuito-, entonces Pablo Martín debería contar con un sobrenombre a la altura de los 17 años que cumplió el domingo pasado. Debería ser algo así como El Bebé o El Chico
, pero que nadie lo intente. "Yo quiero que me conozcan como Pablo a secas, o como Martín, nada más", dijo un jugador al que los expertos le auguran un gran futuro desde que en 2001 ganó el British Boys, siguiendo la estela de Olazábal y Sergio García. Todos coinciden en que su gran juego durante el Open de España no fue debido sencillamente a que pasara por unos días mágicos en los que todo le salió bien. El chico lo vale. Sabe jugar y tiene la cabeza bien amueblada.
El Open disputado en Canarias ha sido para Martín una celebración familiar. Ha tenido a su hermano Tote de caddie y su abuela Carmen, su fans número uno, ha seguido todas sus rondas en un cochecito. Si hasta ahora sólo se ha preocupado de compaginar el bachillerato con el golf, la próxima elección puede ser clave. Martín tiene la posibilidad de ir becado a una universidad estadounidense, lo que le situaría cuatro o cinco años en un limbo peligroso, en el que su juego, muy superior a la media podría estancarse falto de estímulo, pero podría decidirse por la alternativa de seguir en España, hacerse profesional a los 19 años y afrontar en toda su crudeza el choque con la realidad.
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