¿Messi o Zidane?
¿Cuál es la primera palabra que a uno le viene a la mente cuando piensa en a) Zinedine Zidane, b) José Mourinho, c) Rafa Benítez? Aquí van unas sugerencias: a) elegante, b) pendenciero, c) empollón. Existen, por supuesto, muchas alternativas, algunas de ellas no dignas de publicar en un diario serio como EL PAÍS.
Menos discutible es la respuesta a otra pregunta: ¿en dos palabras, qué tienen los tres en común? Respuesta: Real Madrid. Dos de ellos han sido entrenadores del Madrid; uno, Zidane, lo es hoy.
Con sus grandes diferencias de estilo y personalidad, los tres llegaron al club, como llegan todos los entrenadores a todos los clubes, con la noción de que poseían el elixir mágico para triunfar. La pregunta del millón hoy es si el mesías francés acabará crucificado como los otros dos o si cumplirá el sueño de los que le nombraron y seguirá los pasos de Pep Guardiola: un entrenador que lleva a la gloria al equipo cuyos colores vistió gloriosamente como jugador.
No hay manera de saber la respuesta. La ciencia no tiene nada que aportar aquí. Una prueba de ello es que la segunda venida de Zidane ha generado más ilusión que las primeras de Mourinho o Benítez pese a que ellos llegaron al Madrid llenos de trofeos, ambos con cientos de partidos de experiencia en primera división mientras que Zidane solo había entrenado durante 18 meses sin mayor distinción a un equipo de tercera categoría, el Castilla.
¿Están locos los madridistas que han depositado su esperanza y su fe en Zidane? Para nada. Todo es posible. El fútbol es un misterio y no hay nada más misterioso en él que el papel del entrenador. Todos, o casi todos, operamos en base a la premisa de que ese papel es determinante, pero no solo no sabemos cuál es la fórmula que define a un buen entrenador; ni siquiera hay motivos para creer que la premisa es correcta.
Estudios estadísticos de los resultados de los grandes clubes europeos indican que el impacto del entrenador sobre los resultados es mínimo: entre el 11% y, como mucho, el 19%; la mayor parte depende de los jugadores y, específicamente, de cuánto dinero se ha gastado en ellos.
Otra pregunta, dirigida ésta a los aficionados del Real Madrid: ¿en el muy hipotético caso de que hubieran podido elegir entre tener a Zidane como entrenador o a Messi como jugador, por cuál hubieran optado? El corazón estaría divido, se supone, entre la lealtad a la figura que marcó el gol más bello de la historia en una final europea y el gustazo de arrebatarle al detestado Barça el mayor tesoro que ha tenido jamás. El cerebro, en cambio, tendría que optar por Messi.
Lo mismo responderían los fans del Manchester City o del United si pudiesen elegir entre Guardiola y Messi. A diferencia de Zidane, Guardiola tiene un currículo estelar como entrenador, pero eso no significa que vaya a triunfar en Inglaterra como lo ha hecho en España y Alemania. Simplemente no se sabe. Messi, en cambio, es una garantía de goles, tanto los que él marca como los que crea para sus compañeros. Al final, por si a alguien se le había olvidado, de eso se trata. Los entrenadores no meten goles.
Zidane no los meterá más para el Madrid, por más que los devotos quieran imaginarse que por su mera presencia en el banquillo, por una ósmosis de voluntad, sí lo hará. Los seguirán metiendo Cristiano Ronaldo y compañía. Puede ser que metan más debido a que, como Cristiano dijo esta semana, hay mucha mejor relación entre los jugadores con Zidane que con el pobre Benítez. Raúl, otro mito del madridismo, lo explicó esta semana: “Muchos de los jugadores que ahora están en el Real Madrid han visto de pequeños a Zidane ganando un Mundial: su mensaje llega más fácilmente”.
Una pregunta más: ¿la buena onda es suficiente para que un entrenador saque lo mejor de sus jugadores? Con un equipo cargado de estrellas como el Madrid puede que sí. Puede que la admiración que sienten por él y el sereno carisma que transmite sea lo que requiera el Madrid para conquistar el santo grial de superar al equipo de Messi. Pero si el equipo de Messi fuera el Madrid no tendríamos la duda.
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