Ni Federer contiene a Djokovic
Pese al esfuerzo del suizo, muy loable, el número uno vence (6-3 y 6-4, después de una hora y 20 minutos) para elevar si quinta Copa de Maestros y el 11º título de la temporada
Sucedió, al parecer, lo inevitable, lo previsible, lo que estaba escrito en el guion de antemano y lo que amenaza con convertirse en una historia monologada. Porque no hubo sorpresa ni tuvo cabida el romanticismo, lo que le hubiera gustado a buena parte del público que asistió a la gran final de los maestros. Pero no, no hubo sorpresa, de ningún modo. Ganó Novak Djokovic, el número uno, con otro ejercicio de superioridad: 6-3 y 6-4 (después de una hora y 20 minutos) a Roger Federer. El serbio, intratable, rubricó su quinto triunfo en la Copa de Maestros y puso el broche ideal a un año extraordinario, con 11 títulos en su haber.
La victoria sitúa ahora al serbio en la Santísima Trinidad de los maestros, justo por debajo de el suizo, que aspiraba a su séptima corona, y al lado de dos nombres tan ilustres como los del checo Ivan Lendl (1981, 1982, 1985, 1986 y 1987) y el estadounidense Pete Sampras (1991, 1994, 1996, 1997 y 1999); por encima ya de Ilie Nastase (1971, 1972, 1973 y 1975) o de su propio entrenador, Boris Becker (1988, 1992 y 1995). Djokovic, ganador los últimos cuatro años del torneo, resume ya sus apariciones en la Copa de Maestros en 27 victorias y solo nueve derrotas.
Bajo el mandato actual del serbio, se terminó la épica, casi toda capacidad de sorpresa. Nole es una máquina de ganar. Vence al mismo ritmo que el neozelandés Jonah Lomu pateaba y se quitaba rivales de en medio a manotazos. Triunfa al esprint, sin atender demasiado a quién se le pone en medio. Da igual que sea el propio Federer, que el primer día de la cita le dio un susto, pero que esta vez bastante hizo con no volver la cara a los porrazos y aguantar el tirón.
Nole ya suma los mismos títulos 'maestros' que Lendl y Sampras, por encima ya de Nastase y Becker
Parapetado en su majestuoso juego de saque y volea, de golpes milimétricos, el suizo compitió muy bien en la final, que podría haberse desteñido de no ser por la persistencia del de Basilea. Intentó desestabilizar a Djokovic yéndose a la red (lo hizo 21 veces, con 14 aciertos), forzándole al serbio a emplear los globos con mucha frecuencia y a acertar en los golpes paralelos, un arte que domina como pocos. Nole no titubeó un ápice, sino todo lo contrario. Mantuvo la apuesta de siempre, con un ritmo muy alto, golpeos planos a izquierda y derecha, y tiros secos a los pies del suizo para atropellarlo.
En los dos primeros juegos, ambos dispusieron de opciones de break, pero ni uno ni otro cedió. Al tercero ya fue otra cosa. Por ese deseo de comprimir las victorias y no extenderse, Djokovic quebró el saque del suizo y a partir de ahí puso el piloto automático. Cadencia y más cadencia, juego de fondo (tan solo subió un par de veces a la red) y castigo físico para un rival que a sus 34 años no se deja marear y replicó con pelotazos muy bajos, sin altura, para dificultar la mecánica de Nole en la ofensiva.
El serbio sembró la victoria desde la línea de fondo, mientras Federer no dejó de achucharle desde la red
Se adjudicó el primer set y en el segundo Federer logró retardar más el zarpazo del balcánico, hasta el décimo juego. De hecho, con 4-4 llegó a evitar dos oportunidades de break, pero al final no tuvo más remedio que ceder. La diferencia gravitó en el resto y los segundos servicios (84% de Djokovic, por solo un 43% de Federer). Federer pegó más fuerte (19 winners, por 13 del campeón final), pero también falló más (31 errores no forzados, por 14). Djokovic, la gran muralla, validó tres de las nueve opciones de rotura que tuvo (el de Basilea, ninguna de dos) y sembró la victoria desde la línea de fondo.
Es su lenguaje. El discurso totalitario del gran mandamás. Del incontenible Djokovic.
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