Buenos Aires, la ciudad con más campos de fútbol del mundo
La capital y sus suburbios tienen 36 estadios para más de 10.000 espectadores
No hay quizás una ciudad en el mundo en la que se vea y se juegue tanto al fútbol como en Buenos Aires. La metrópolis, que con 13 millones de habitantes es la tercera más poblada de Latinoamérica, es la que tiene más estadios con capacidad para más de 10.000 espectadores, unos 36. Muchos porteños -los habitantes de la ciudad autonónoma de Buenos Aires- y bonaerenses -los de los suburbios- suelen jugar por lo menos una vez por semana al fútbol amateur, en ligas o en partidos con amigos que acaban con cenas de pizza o ‘asado’ (barbacoa), ya sean habilidosos o torpes jugadores, jóvenes o veteranos de hasta 70 años.
El escritor Alejandro Dolina, que en sus Crónicas del ángel gris elabora sus 'Apuntes de fútbol en Flores', barrio porteño de su inspiración, sigue jugando todos los martes a sus 71 años con veinteañeros y treintañeros. “Es raro el que no tiene la costumbre de jugar al fútbol. En cambio, en mis frecuentes viajes a presentaciones en Madrid o Barcelona me es muy difícil armar un partidito. Claro que lo que pasa en Argentina no garantiza el buen fútbol: hoy no se está jugando muy bien. Pero en España se empezó a jugar un fútbol que no se jugaba antes, con las combinaciones más ingeniosas”, elogia Dolina, que lleva el análisis al deporte profesional.
“Argentina está entre los cinco mejores equipos del mundo, pero sus estadios no están en paralelo con esa calidad"
“Argentina está entre los cinco mejores equipos del mundo, pero sus estadios no están en paralelo con esa calidad. Son mediocres, incómodos, malos, antiestéticos, sucios, inseguros”, critica Dolina. Entre los 36 campos de Buenos Aires y su periferia están los más grandes, el de River Plate (61.688 espectadores) y Racing de Avellaneda (51.389), seis de entre 40.000 y 50.000, otra media docena de entre 30.000 y 40.000, ocho de entre 20.000 y 30.000 y otros 14 de entre 10.000 y 20.000, como los más pequeños de Merlo, de tercera división, o San Miguel, de cuarta. La metrópolis argentina supera en estadios de fútbol con esta capacidad a Sâo Paulo (15), Londres (12), Río de Janeiro (nueve) o Madrid (cinco).
“Buenos Aires es una de las tres ciudades con más estadios de fútbol de cualquier tamaño, junto con Londres y Montevideo, y una de las explicaciones posibles es que aquí se mantuvo la tradición británica de que cada club tuviera su estadio”, comenta Julio Frydenberg, profesor de la Universidad de Buenos Aires y autor de Historia social del fútbol. “En otros países todos los equipos de una ciudad juegan en el estadio municipal. Aquí hubo mucha lucha de los clubes por conseguir su terreno y construir las tribunas, con ayuda de los vecinos y de mecenas”, añade el historiador.
Frydenberg recuerda que en las primeras décadas del siglo XX, mientras se estructuraban los clubes de fútbol de Argentina, “era casi obligatorio que todos lo varones jugaran en el Ejércirto, en la parroquia, en el sindicato, en las empresas, los colegios o las compañías de teatro”. En las décadas de los cuarenta y cincuenta se sumó la “obligación de ir a la cancha”. Pero ambas tradiciones, aunque continúan, dejaron de suponer una imposición social. “Hoy quedan los vestigios”, observa el catedrático.
Pero esos vestigios siguen impresionando a los ojos de un extranjero como el periodista alemán Christian Thiele, autor de Gebrauchsanweisung für Argentinien (Instrucciones para Argentina) y que dedica un capítulo al “fútbol de los lunes” que con sus amigos porteños jugaba por la noche cuando vivía en Buenos Aires. “El hombre argentino no necesita muchas cosas para vivir, pero sí algunas: mujeres bellas, una vaca muerta entre los dientes y su fútbol de la noche”, señala Thiele, que se asombra por los “cientos de canchas para alquilar” que ofrece Buenos Aires y por lo “complicado y discutido” que es jugar con argentinos. Solo en el distrito de la capital, donde viven 2,7 millones, están habilitados 412 campos de fútbol de cinco a 11 jugadores, de alquiler o en clubes y parques, sin contar los estadios. Thiele recuerda que acababa de jugar a las 23.30, se juntaban los pesos para pagar el campo, se duchaban y marchaban a cenar en una parrila. “La semana empezó bien”, sentenciaba Thiele.
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