Florentino y las habichuelas mágicas
Desconozco la lectura de cabecera del presidente del Real Madrid, pero apostaría porque uno de sus relatos favoritos es el de Las Habichuelas Mágicas. Por si alguien no lo ha leído, cuenta la historia de un niño que vive con su madre en el bosque; su padre murió y están pasando muchas necesidades, por lo que la única solución que tienen para poder continuar es vender la vaca que poseen. En el camino hacia la ciudad se encuentra con un hombre que le ofrece cambiársela por unas habichuelas mágicas. El niño acepta y contento, regresa a su casa. Sin embargo, a su madre no le parece tan buena idea y arroja las habichuelas fuera de la casa. Al día siguiente, éstas habían crecido hasta el cielo, y por ellas trepa el niño hasta llegar a un castillo habitado por un ogro gigante al que vence y logra hacerse con los fabulosos tesoros que éste tenía.
Florentino Pérez es un empresario, no un hombre de campo. Y como tal, desconoce sus secretos. La correcta elección del terreno y las semillas dependiendo de lo que quieras cultivar, la paciencia para regarlas convenientemente y soportar el pausado crecimiento o la delicada poda, poco a poco, quitando lo superfluo y reforzando lo esencial. No, Florentino cree en las habichuelas mágicas. El las compra en el mercado, algunas costándole una fortuna, pero es que sus extraordinarios poderes merecen pagar esos desorbitados precios. Y como lo son, no entiende que las tire en el campo y casi de la noche a la mañana, no crezcan desmesuradamente hasta alcanzar el castillo del tesoro. Poco le importa que quizás son variedades que se estorban unas a otras, o que puede que no sean las más convenientes para un determinado tipo de tierra o cultivo. ¡Son mágicas, hombre!, y deben funcionar rápido y bien.
A partir del desprecio hacia ciertas cuestiones como el estilo o los equilibrios, lo mismo le vale un entrenador u otro
Como sabe la gente de campo o simplemente aquellas personas que a lo largo de su vida han plantado algo, esto no funciona así. Pero esta realidad no acaba de interiorizarla, y basta una cosecha mala para que se cabree, sobre todo con el encargado. O sea, con el entrenador. Y se lo lleva por delante a las primeras de cambio. Sólo una vez tuvo calma el presidente del Real Madrid. Fue con un portugués, al que mantuvo incluso cuando roció de veneno buena parte del campo (todavía quedan restos) pues decía que había un topo que lo estaba estropeando todo. Ayer mismo fulminó al último de una ya larga lista. Poco le ha importado que el año pasado llegase hasta las nubes. Esta temporada se ha quedado corto, y en su lógica, lo lógico es enseñarle la puerta de salida.
Han pasado unos cuantos años y seguimos sin saber que tipo de árbol quiere utilizar el Madrid para ascender hasta la fortaleza donde se encuentran los títulos, primera condición para decidir que tipo de semillas utilizar y que clase de experto contratar para que estimule su correcto crecimiento, pues como le pasa a los médicos, por ejemplo, en esto también hay especialistas. A partir del desprecio hacia ciertas cuestiones como el estilo o los equilibrios, lo mismo le vale un entrenador u otro, cinco centrocampistas o ninguno. Porque eso le sigue resultando superfluo. La clave continúa estando en sus bolsillos, en unas habichuelas mágicas que, saltándose todas esas consideraciones tan cansinas para el presidente, deben elevarse hasta el cielo una y otra vez. Y rápido.
Solo hay un problema. Las habichuelas mágicas sólo existen en los cuentos.
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